En estos días hemos recibido señales de que cada día tenemos más frecuentes e intensos eventos climáticos extremos, que en sinergia con el uso del suelo, se manifiesta en desastres que impactan grandes territorios y poblaciones. Desde Europa, vimos tremendas inundaciones en Austria y Polonia, mientras los incendios apocalípticos se tragaban gran parte de Portugal.
En el norte del Sahara, lluvias inéditas, se presentan de manera persistente y en gran magnitud, así como en gran parte de la alta Guajira colombiana. Un amigo de la costa Pacífica, y de las luchas por la paz, me contaba cómo, este fin de semana, las sabedoras negras habían anunciado la llegada de la lluvia, luego de largos y penosos días de calor extremo y poquísima precipitación. Otros colegas, en el sur de la Amazonia, entre Bolivia, Perú y Brasil, dan cuenta de la terrible devastación de los incendios, cuyo manto de humo cubre varios países de forma continua, y en ciudades como Sao Paulo, se registró la peor calidad de aire en el mundo en ciudades de gran tamaño, derivado de las cenizas y partículas en suspensión originadas en los incendios. Aquí en Bogotá, registramos un agosto y septiembre bajísimo en lluvia, y con altas temperaturas, que frena en seco el proceso de llenado del sistema Chingaza, y ya se anuncia el racionamiento, en medio del consumo creciente de agua en la ciudad.
Siempre me he preguntado por qué nos cuesta tanto trabajo aprender como humanidad frente a las señales del clima; existen evidencias de cómo civilizaciones completas han desaparecido, en medio de escenarios similares al actual: calentamiento, pérdida de bosques, agricultura intensiva, gran demanda de alimentos y energía, crisis de agua, así como crecimiento poblacional en grandes asentamientos. ¿Qué es necesario para que en lo que nos corresponde, como país, podamos dar el giro hacia una forma sostenible de desarrollo? Un país que en medio de la enorme biodiversidad, registra una de las mayores pérdidas de bosques y ecosistemas críticos del planeta, y que sus principales ríos son una especie de grandes cloacas que mueren con la contaminación que vierten las grandes ciudades, y posteriormente, son rematados con la actividad de la minería ilegal, cuyos sedimentos y mercurio terminan de degradar estas aguas y sus zonas inundables, dejando un enorme pasivo ambiental y social, cada vez, más irreversible. Si las aguas están en proceso de degradación, por el lado del suelo, también hay señales de alarma, pues entre la erosión, la sedimentación, la compactación, contaminación química, estamos reduciendo de manera alarmante el área de suelos de calidad disponibles para la producción de alimentos, así como el de las áreas de conservación y producción de bienes ambientales públicos. Como país, debemos tener una agenda clara de protección y restauración, de aguas, suelos, y bosques, que permitan mantener nuestra base productiva y de conservación saludable a largo plazo. Infortunadamente, tenemos un galimatías institucional, que diluye cualquier acción de gran calado que pueda tener impactos serios en esta materia. Entre las agencias de Tierras, Agua, Biodiversidad, ya sean nacionales o de orden regional, y lo que compete a municipios y departamentos, terminamos perdiendo la escala necesaria de la intervención. Por ejemplo, depender de que alcaldes de la cuenca del Magdalena prioricen la construcción de plantas de tratamiento, es un riesgo demasiado alto para la salud ambiental y la economía del país. Igual, depender de agencias regionales para el licenciamiento de grandes proyectos fragmentados para “escapar” de la autoridad nacional, también nos pone en riesgo inminente de afectación sobre ecosistemas estratégicos. O seguir idealizando los procesos de poblamiento y uso del suelo en zonas de conflicto, para ser atendidos por cuanta agencia llegue para cumplir metas, pone de relieve la ausencia de un modelo de ordenamiento territorial, que no ha logrado permear a la institucionalidad pública. Pero si bien los activistas que llegan no tienen, ni quieren, un modelo de ordenamiento, también es cierto que desde el DNP, tampoco está claro el tema, cuando autoriza proyectos que van en contravía de los usos del suelo en la frontera agropecuaria, como ha sido lo referente a la expansión ganadera en zonas de manejo forestal sostenible.
La convergencia entre sectores productivos, movimientos sociales y políticos, las discusiones de las mesas de diálogos de paz, deben incluir de manera prioritaria, esos acuerdos nacionales sobre los modelos de usos del territorio, que tendrá necesariamente que balancear expectativas de unos y otros. La transición energética, pone el reto de abordar las nuevas formas de minería y energía, sin quedar atrapados en el negacionismo o el prejuicio político, así como poner en su justa dimensión la mal llamada “minería de pequeña escala”, de cientos de dragas que destruyen miles de hectáreas con financiación de gran escala, solapada. Los indicadores de hambre, desnutrición, pobreza, también obligan a priorizar una agenda de atención sobre las poblaciones locales más vulnerables, antes que los indicadores macroeconómicos de siempre. También, los impactos de la agricultura de gran escala, sus adaptaciones a la agroecología y su zonificación, como la desmitificación de la coca como “única alternativa viable” para las poblaciones periféricas, y sus relaciones con la financiación de los conflictos armados y la cooptación de poblaciones. Y así, muchos mitos más por tumbar, y crear nuevos acuerdos sociales, políticos, ojalá con datos e información de calidad para que estemos en la misma página.
Esta semana, pude dar una charla a un grupo de pequeños, entre los 6 y 8 años, quienes querían conocer más sobre las selvas y su impacto en la salud del planeta. Quedé convencido, luego de ver su sensibilidad, atención, preocupación, y entendimiento, que una nueva generación viene en camino, y el cambio cultural, es posible con esta maravillosa forma de abordar su relación con el planeta desde esta edad. Nos toca a los que precedemos, hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que tengan las herramientas de transformación de país y del planeta. Así será.