Utilizar el sol, agua, suelos bajos en nutrientes, y convertirlo en biomasa y energía en cantidad y calidad, en períodos de ciclo largo, es decir, décadas, es el prodigio de la llamada palma de aceite. Hace tiempo, estudiaba yo una maestría en Desarrollo Sostenible de Sistemas Agrarios y Ambientales y nos deslumbraba la potencialidad de esta especie tropical, en épocas donde el consumo de aceite mundial aún dependía de la producción de los cinturones cerealeros de los países templados. Los países tropicales, comenzaban una tremenda curva de siembra y transformación de palmares en diferentes partes del mundo, logrando ganar la carrera por la producción de este precioso insumo de la industria alimentaria mundial, que fue llenando mercados en todo el planeta, gracias a las bondades de su calidad, cantidad y precio, competitividad asociada en primer término a la capacidad de producción de biomasa por unidad de áreas, en energía transformable en aceite.
La industria aceitera generó, además, un proceso de investigación básica y aplicada que pocas cadenas agrícolas tienen: mejoramiento genético, eficiencia de transformación, procesamiento, bioquímica, control biológico, entre muchos otros procesos de investigación propia que han llevado a un uso cada vez más amplio de este producto en diferentes ramas de la industria alimenticia y otras más, como es el caso del exitoso proceso para su utilización en la mezcla de biocombustibles.
Además de esa increíble triada, de condición tropical, investigación propia, mercado creciente, existieron otros elementos que dieron impulso a su expansión, como lo es la adaptabilidad a suelos que no son tan exigentes en nutrientes, y por lo tanto, bajos en costos. Y aquí es donde, probablemente tenemos uno de los aspectos más críticos en la diferenciación de los procesos de expansión del cultivo de palma en el mundo: mientras en Malasia e Indonesia la expansión se ha dado sobre áreas de bosques tropicales con inmensos costos para la biodiversidad y el clima mundial, lo contrario ha sucedido en países como Colombia o Brasil, donde la expansión principal se ha dado sobre áreas de sabanas o áreas previamente deforestadas en su gran mayoría (al año 2011), o como en Perú, donde sí se ha presionado la selva amazónica, o Ecuador, donde hay grandes sobre la planicie costera del pacifico, y en la provincia amazónica de Sucumbios.
Ese tremendo impacto que se ha dado en muchas partes del mundo sobre los bosques, la biodiversidad, y en algunos casos sobre territorios de poblaciones locales, ha sido un precedente nefasto en la percepción de algunos sectores sobre el impacto de los cultivos de palma. En Colombia, estuvo atravesada su expansión en un momento álgido del conflicto armado, que tuvo implicaciones graves en algunos sonados casos que fueron abordados por la justicia colombiana. Pero también existieron casos muy importantes, particularmente impulsados por el gran Francisco de Roux, de desarrollos palmeros de pequeños campesinos, que hacen parte de una historia exitosa social, económica y ambientalmente, en una zona tan compleja como el Magdalena Medio.
Sin embargo, la tendencia de crecimiento de las plantaciones ha seguido un patrón asociado al costo y disponibilidad de suelos, así como a su conectividad y disposición de plantas de procesamiento. En este sentido, más allá de lo que ha ocurrido en zonas del Caribe como el Magdalena, o el fallido intento del Pacífico, las áreas de mayor crecimiento reciente y potencial se encuentran en la zona oriental del país. Y es aquí donde entra otra pieza en este contexto y es el compromiso de no deforestación de la industria palmera, que tiene el año 2011 como línea de referencia para monitorear este proceso a nivel nacional. Los datos nacionales muestran que hay un cumplimiento mayoritario de este compromiso, pero con un gran vacío: no monitorea otros ecosistemas naturales que pueden estar siendo gravemente impactados, como es el caso de esteros, pantanos, zonas inundables, sabanas, rastrojos, zurales, que pueden estar perdiendo su funcionalidad en la expansión de los cultivos que no incluir zonas de conservación y conectividad en su planificación de uso del suelo. Pero ojo, este vacío, no es solo del sector palmero, y para la muestra un botón de los arroceros que literalmente pulverizan los paisajes, o los plataneros buscadores de vegas, para no mencionar a los que meten ganado en la Amazonia. Ojalá que el convenio con el gobierno alemán, para desarrollar agricultura con criterios agroecológicos, comenzara por estos grandes motores de las cadenas agroalimentarias.
Muchas personas consideran, que señalar palma, es sinónimo automático de deforestación, y no es así, por varias razones. La primera de ellas, es que, las plantaciones no se ubican exclusivamente sobre áreas boscosas, sino como lo hemos señalado, en diferentes tipologías de ecosistemas, unos transformados y otros con cobertura vegetal natural. Lo segundo, es que muchas veces se olvida que la línea de base arranca en 2011, y no hay una reglamentación que obligue a retornar a coberturas boscosas aquellas zonas que fueron transformadas en plantaciones, y que hoy en día manejan unos criterios de no ampliación sobre los parches remanentes. La autorregulación del sector, es uno de los pocos ejemplos de los cuales el país puede aprender en esta materia.
Lo anterior, no quita, que hay casos, puntuales y bien identificados, de inversionistas de amplio rango, que violan cualquier acuerdo, control, principio, o norma. Están al acecho, de cuanta tierra pueden adquirir, y sobre ella, un portafolio de posibilidades de cadenas productivas, que le dan marco a esos negocios, y fuentes financieras, tan diversas como sus cultivos. Para el caso de la Amazonia colombiana, seguimos atentos, a los movimientos y cambios en el uso de la tierra, que han propiciado las inversiones que se están dando en el borde del arco de deforestación. La especulación de tierras es un primer paso en la presión sobre el cambio del bosque a praderas y la exclusión de comunidades locales, para su integración en el mercado nacional. Aquellos que no se registran como asociados a los colectivos de agricultores formalizados, tienen la excusa perfecta, para aprovecharse de las bondades de un gremio fuerte y bien organizado. La trazabilidad de los frutos de palma en las plantas de procesamiento deberá ser la siguiente asignatura para proteger una actividad que se ha ganado un puesto en el mercado internacional con gran esfuerzo. Monitorear, criticar y sugerir cambios a las cadenas agrícolas del país, así como reconocer sus aciertos, es un deber de la sociedad civil organizada en países con democracias fuertes; algunos, sabrán mantener las puertas del diálogo abiertas, y otros, se refugiarán en el sectarismo de sus temores.