La visión de Rizoma
La Línea del Medio da la bienvenida a Rizoma, Coalición Ecológica. Los lectores interesados pueden consultar www.coalicionecologica.net. Ésta es la primera columna de la ambientalista Margarita Pacheco, que describe el fenómeno de los ríos que vuelan.
Desde los riscos rojizos de la Serranía de la Lindosa, el ojo desprevenido recorre el paisaje amazónico deslumbrado por los colores intensos del verde infinito y del azul intenso del cielo y por las inusitadas formaciones de nubes. En un mediodía ecuatorial a pleno sol, los chorros de vapor se mueven, a simple vista, hacia rumbos inciertos. De la lectura improvisada de este paisaje único, las preguntas afloran cuando aparecen los Ríos Voladores en el horizonte de la Amazonía.
Según Germán Poveda, miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), estos sistemas atmosféricos transportan el vapor de agua proveniente de la evaporación hídrica de diversos cuerpos de agua que convergen en las alturas. La vida se conserva gracias a la escala continental de estas “serpientes de agua” que se alimentan del Océano Atlántico, de los vientos, de la evapotranspiración de coberturas vegetales, especialmente de bosques amazónicos en pie.
Estos enormes dragones míticos aéreos o flujos de vapor acuoso ascienden con corrientes de viento de escala continental, evidenciando gigantescos movimientos vaporosos que pasan desapercibidos por la población que no mira el cielo. Corrientes incoloras e invisibles, que se mueven a alturas insospechadas, adquiriendo formas, rutas e intensidades, según el ciclo estacional. Diferencian su comportamiento de día y de noche dependiendo de las temperaturas, de la densidad arbórea y de la reina de los vientos.
La abundancia de agua que circula en el aire se infiltra en los suelos, en ríos, caños y lagunas generando espectaculares lluvias torrenciales del bosque húmedo tropical. Esta dinámica hídrica interconecta la humedad en regiones aparentemente desconectadas, pero íntimamente relacionadas por los Ríos Voladores. Territorios amazónicos, andino y de alta montaña, sabanas de la Orinoquia, litorales y territorios sumergidos de dos océanos. El cielo sin fronteras permite que estos Ríos Aéreos cumplan con sus funciones hídricas, trascendiendo jurisdicciones, serpenteando por los aires con toda libertad.
Frente al conocimiento ancestral de la geografía y sus íntimas interacciones con el paisaje natural, los pueblos indígenas son la autoridad para enseñar sobre la anatomía del territorio. Se han levantado muchas voces de alerta para proteger sitios sagrados, intocables, que son vitales para el funcionamiento equilibrado de los ecosistemas. Los cambios globales del clima y la pandemia del siglo XXI han puesto en evidencia la desastrosa intervención colonizadora que ignora los lazos estrechos entre el paisaje, las especies, las condiciones del hábitat y la salud humana. El balance vital entre seres vivos, el territorio y la atmósfera está herido, aleteando ante la crisis planetaria.
Aterradora ignorancia, mezclada con racismo, codicia e impunidad reinan ante el ímpetu colonizador de machos alfa. En sobrevuelo de avioneta, Rodrigo Botero muestra cómo se expande la colcha de retazos que fraccionan la biodiversidad, la desconectan y se la apropian. Los personajes mafiosos han adoptado la selva en pie para enriquecerse, “tumbando monte” y el Estado acogiendo para escriturar predios colonizados. Está en evidencia la forma cómo se destruyen las funciones hídricas de los Ríos Voladores.
Pululan amenazas a autoridades indígenas, matanzas de líderes sociales y ambientales de comunidades afro, campesinas, que denuncian voraces incendios, ingreso de ruidosas motosierras a diésel, grandes capitales que pagan por hectárea talada. Su locura frenética se refleja en el poder político local, y alimento de la corrupción gracias al negocio lucrativo de los nuevos hatos ganaderos.
Los Ríos Voladores activos en América Latina ponen en evidencia, entre los meses de abril a noviembre, la existencia de un Río Volador proveniente de la cuenca amazónica que cruza la cordillera de los Andes, pasa por el espacio aéreo colombiano y se vincula, desde la atmósfera, con el vapor generado por los océanos Atlántico y Pacífico.
El vapor de agua transportado por los vientos que circulan en la atmósfera del territorio emergido del continente corresponde a la circulación de vientos transportando agua desde el océano Atlántico hasta el interior del continente. Éste bordea el piedemonte y valles andinos y circula hacia el sureste entre las montañas de los Andes, hasta el Río de la Plata. Estos movimientos cíclicos del aire a través del continente ilustran la dinámica meteorológica entre los trópicos y la presión atmosférica existente a unos mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Los vientos provenientes del Atlántico, pasan por las Guayanas y Venezuela, entran a Colombia, circulan por el piedemonte andino y planicies de la Orinoquia y Amazonía, en dirección a la Argentina, en sentido noreste – sureste.
De estas dimensiones insospechadas son las escalas de los ríos aéreos que sobrevuelan América Latina. A Colombia también llega el chorro de vapor de agua proveniente del océano Pacífico por las montañas del Chocó, juntándose con el chorro acuoso procedente del mar Caribe y el Golfo de México. Así se evidencia el transporte de agua desde la Amazonía hacia la atmósfera y la íntima conectividad hídrica del bosque con otras regiones, manteniendo la humedad del continente. Este Río Volador enfrenta un poderoso enemigo: los incendios y la deforestación del bioma amazónico.
En Colombia, el proceso colonizador sigue siendo destructivo y avanza más rápidamente que las acciones preventivas y los acuerdos de conservación que adelantan entidades estatales. El Estado tolera la ampliación de fronteras agropecuarias, escriturando nuevos predios, promueve la aspersión con glifosato para acabar con cultivos de coca como si fuera la panacea a un problema de otras dimensiones. El Estado y autoridades regionales saben de los sitios de minería aluvial de oro, de la circulación de insumos, pero ni siquiera el virus alborotado ha logrado frenar esos ilícitos que afectan la dinámica de los Ríos Voladores. En esa perspectiva, la justicia no toca ni a los grandes capitales ni el lavado de activos que especulan con tierras deforestadas.
Deforestación, salud pública y descarbonización de la economía constituyen un trípode que debe articular la política ambiental y sanitaria. Siguen siendo sectores desconectados, fragmentados e inconexos, con metas políticas distintas y distantes. La prevención de riesgos y las medidas de corto plazo para frenar la expansión de la pandemia que afecta poblaciones y resguardos indígenas en lugares remotos de la selva requieren un enfoque holístico que cobije el equilibrio biótico de bosques, ríos, territorios y comunidades humanas, entendiendo las funciones esenciales de los Ríos Voladores para la supervivencia.
La pandemia ha evidenciado la incapacidad institucional para abordar la relación entre la deforestación y la salud humana, poniendo el dedo en la llaga. La ausencia de controles efectivos que deben ejercer en la Amazonía, el anquilosado Sistema Nacional Ambiental creado por la Ley 99 de 1993, la Fiscalía, el Ejército Nacional, los Servicios de Inteligencia y la cooperación internacional.
La deforestación sigue en aumento al tiempo que la pandemia se adentra en la selva y en el piedemonte andino amazónico, en los departamentos del Caquetá, sur del Meta, Guaviare, Vichada y Putumayo, entre fronteras fluviales de Colombia con Venezuela, Brasil, Perú y Ecuador. Todas las zonas de frontera fluvial permiten el ingreso fácil de contrabando, comercio, contagios, entrada de insumos para el tráfico ilegal de drogas y especies silvestres.
La continuidad de los Ríos Voladores puede estar amenazada de manera crítica si se continúa destruyendo la gran esponja fotosintética que constituyen los bosques amenazados. Este fenómeno le resta vigor a la capacidad de evapotranspiración, se disminuye el agua que se eleva a la atmósfera hasta los ecosistemas de páramo en la alta montaña andina y se merma el suministro hídrico a los centros urbanos. Modelos climáticos e hidrológicos sofisticados muestran que, si se destruye más del 25% del ecosistema forestal amazónico, éste puede dejar de ser el bosque tropical lluvioso más grande del planeta para convertirse en un ecosistema de sabana tropical con un clima más cálido. Esta situación hacia la aridez ocurrirá en la mayoría de zonas tropicales, siendo la Amazonía la región más crítica. Allí se perderían funciones que tiene la selva en la regulación climática global y la producción hídrica, indispensable para la conservación de la biodiversidad. Es hora de consultar a los diferentes pueblos ancestrales cómo viven la crisis climática y qué futuro les espera si los Ríos Voladores cambian de rumbo.
*Margarita Pacheco, arquitecta planificadora, comunicadora nacida en el trópico, ciudadana del mundo y respetuosa de la paz, la diversidad ecosistémica y cultural, @margamiel