Colombia es uno de los pocos países que ha adoptado unos lineamientos de infraestructura verde vial, de manera vinculante, de tal suerte que se espera un giro radical en los proyectos que en el futuro se vayan a desarrollar en el país, incluyendo todas sus fases. Con las lluvias torrenciales e imágenes de cientos de carros atrapados en la mal llamada “Autopista Norte”, queda clara la urgencia de avanzar en esta materia en vías rurales y periurbanas, que en general han sido construidas con criterios de ingeniería que nunca tuvieron clara la necesidad de adecuar sus diseños, trazados y construcciones, a las condiciones de un país con alta sensibilidad ambiental, complejidades geológicas, y una alta vulnerabilidad al cambio climático.
Suena obvio, pero es pertinente recordar que las carreteras funcionan no solamente como corredores de movilidad para pasajeros y carga, sino que de manera paralela, constituyen barreras a la movilidad de cuerpos de agua y fauna, que de manera sinérgica con los cambios de cobertura y uso del suelo, cambian la dinámica natural, de estos flujos y movilidad de las especies, el agua superficial y subsuperficial, en sus zonas de impacto directo. Yendo un poco más en profundidad, los trazados viales, pueden generar fragmentación de ecosistemas cuando no se incluyen aspectos de restricciones de uso del suelo que impidan los cambios drásticos de cobertura natural y asentamientos que se dan de manera no planificada, que es lo usual en estas latitudes.
Nuestra corta memoria hace olvidar que en el invierno 2011-2012, el país tuvo un impacto tremendo del fenómeno de la Niña, en más del 70 por ciento de la infraestructura vial del país. El Acuerdo entre los Ministerios de Ambiente y Transporte, se dio entre otras cosas, por la certeza de que el país requiere una infraestructura resiliente al cambio climático, además de la oportunidad de desarrollo económico, y beneficio social, y mitigación de impactos ambientales. Pero esto, no solo debe ser para los proyectos futuros, sino que significa, transformar y adecuar gran parte de las vías que este momento están presentado impactos fuertes sobre diferentes ecosistemas. Muchos cambios de trazados, así como diseños nuevos, inclusiones de nuevas obras, tanto en pasos de fauna como manejo hidrológico, deben incluirse en muchas carreteras del país. Y así suene duro para algunos, hay decenas de kilómetros que deberán abandonarse, cerrase y restaurarse, pues son inviables y perjudiciales. Las vías pueden ser el gran motor de desarrollo económico sostenible, como también el estímulo más perverso a la destrucción ambiental si no son objeto de planificación con criterio de sostenibilidad.
Para citar algunos datos, en las zonas de mayor deforestación en Colombia, que se encuentran en la Amazonia, más del 90 por ciento de la deforestación ocurre en los primeros 5 kilómetros alrededor de los ejes viales. Ese imaginario colectivo de carretera y peladero a borde de vía, nos sigue pasando factura, en miles de millones, y vidas, cada año, en donde ni las vías se hacen con los estándares adecuados, ni los trazados por donde deberían, ni el uso del suelo es el apropiado alrededor de las carreteras. Todos los años vemos inmensos derrumbes, en laderas con altísima pendiente, que generalmente están sin cobertura arbórea, en potrero, cayendo sobre vías que una y otra vez son “reparadas” con excavadoras que perpetúan el riesgo. Ni los alcaldes y menos aún las corporaciones ambientales, hacen el control sobre el uso del suelo alrededor de las zonas de riesgo que hay sobre las vías, (menos aún, incluir las restricciones en sus POT), pues siguen pensando que el “problema” es de la nación o del concesionario, que increíblemente, siguen respondiendo solo por lo que ocurre en el “derecho de vía” que es un pequeño fragmento del paisaje donde en el mejor de los casos se tapiza el pedazo de ladera en concreto, mientras el uso del suelo unos metros más allá, es insostenible. Algunos pintorescos pasos de fauna indican que un pequeño cambio viene en camino, aún cuando el meollo está en los trazados y diseños, que es donde está la plata gruesa, y el impacto real en la conectividad ecológica.
Un caso perfecto de esta situación es el de la vía Bogotá-Villavicencio, donde el efecto sinérgico del mal uso del suelo —potreros y peladeros en zonas que solo deberían tener bosques—, una geología que favorece la inestabilidad de suelos, una geomorfología adversa (trazado sobre un cañón de altísima pendiente y material parental inestable), y para rematar una precipitación que además de superar los 4000 mm/año, tiene cada vez más eventos extremos que propician avalanchas y deslizamientos que han costado decenas de vidas. Poco a poco, se ha ido virando hacia un modelo de túneles y viaductos, y estabilización de laderas, que pareciera aún insuficiente, cuando vemos que el paisaje general, en caso de la tercera parte del tramo toral de la vía, presenta unas laderas con crecientes cárcavas de gran magnitud, deslizamientos, flujos de material y para colmo, pérdida de la poca cobertura forestal que aún queda, con “ayuda” de incendios provocados en la época de verano, para meter tres vacas a unos galpones en la montaña. Después de salir de toda esta peripecia, la vía repentinamente se reduce a un carril sencillo, que empieza una tortuosa faena para llegar hasta un páramo, en medio de un trazado antiguo y sinuoso, que nos recuerda el tragicómico país que somos, no sólo por generar un embudo kafkiano a ritmo de tractomula en doble línea amarilla, sino un trazado que nos moviliza al extremo de la ciudad en vez de avanzar hacía su zona centro por el corredor Cáqueza- Choachi.
Una ciudad de 8 millones de habitantes no puede seguir haciendo trazados a nivel de humedales y terrazas de inundación. Es imperativo tener pasos con grandes viaductos, que permitan un manejo de los flujos hidrológicos en estas áreas, así como evitar los impactos de los eventos de lluvias extremas cada vez más frecuentes, sin desmedro de la restauración de todos estos cuerpos de agua, y ampliación de un “ordenamiento” efectivo. La trocha de la mal llamada “Autopista Medellín”, a la altura del río Bogotá hacía Siberia, es un perfecto ejemplo de una vía subdimensionada, mal diseñada, sin adaptación, que con cada aguacero se colapsa, y con muertos cada día porque los miles de ciclistas y peatones no hacen parte de las cuentas de usuarios de la infraestructura. Al otro lado, en Torca, un gigantesco cuerpo de edificios se abalanza sobre el eje de despegue y aterrizaje del aeropuerto de Guaymaral, mientras rellenan con millones de metros cúbicos y delinean el humedal como un gran dique (¿dónde están las “autoridades”?), mientras los niños de los colegios ven cómo necesitan submarinos para llegar a casa. ¡Qué tremendo reto nos espera!