Además de las consabidas inundaciones, tenemos otro problema con el agua: hay un proceso generalizado de contaminación y de degradación de ecosistemas acuáticos tanto continentales como marino costeros. No solo no hay “ordenamiento al rededor del agua”, sino que hay una cultura de despilfarro, contaminación y desgreño por el agua y sus recursos hidrobiológicos.
Ya en varias oportunidades he mencionado el grave problema que tenemos con la corrupción histórica que ha impedido un desarrollo de sistemas de acueductos urbanos y rurales que cubran la totalidad del territorio nacional, y que increíblemente nos llevan a tener que comprar carrotanques para distribuir agua potable, que terminan en historias macondianas de corrupción, o de perpetuar nuestro subdesarrollo mental.
A la falta de acueductos se suma la falta de sistemas de tratamiento de aguas, que impidan seguir contaminando nuestros ríos con la descarga tóxica de ciudades y zonas industriales, donde cada ciudad grande en Colombia compite por la cloaca más degradada surcando la mitad de las ciudades, mientras la indigencia y los restos del sicariato hacen sus aportes a este deprimente cuadro de nuestro paisajismo urbano. Desde Medellín, pasando por Cali, Leticia, Villavicencio, Bucaramanga, o la inviable Bogotá, cuerpos de aguas densas llevan su carga a las grandes cuencas del país, contaminando todavía más lo que queda de esos ríos. Un síntoma de la distancia que aún tenemos respecto de la paz con la naturaleza.
Panorámica de ríos amazónicos contaminados por mercurio. Foto: Rodrigo Botero, 2024.
En las zonas planas de agricultura intensiva, se utilizan con aguas de riego las mismas que han sido contaminadas previamente, no solo con la carga orgánica, sino con metales pesados provenientes de las industrias, como la muy mentada del gremio de curtiembres en la cuenca alta del río Bogotá. Pero de igual manera, la utilización de agroquímicos en la agricultura, vierte millones de litros de contaminantes en las corrientes de agua como producto de sus procesos fitosanitarios. El olor de las zonas arroceras, ya sea en el Tolima en el Huila, Casanare o Meta, no solo se queda en el aire, sino que va al agua, cargado de pesticidas, que van directamente a las cuencas sin que medie ningún proceso de descontaminación previo, y menos aún, de un monitoreo de indicadores de toxicidad por parte de las famélicas autoridades ambientales regionales. En general, Colombia, país que pretende avanzar en la implementación de Escazú, brilla por la ausencia de información pública sobre la calidad de agua en la que su población vive, se alimenta, se transporta, se baña, usa a diario, pues ni en los ríos, ni lagos, playas, existe información pública sobre la calidad de su agua y los riesgos de usarla, ingerirla, o hacer contacto con la piel. En la mayoría de países con regulaciones más fuertes que la criolla, es obligatorio poner información pública, visible, periódica, sobre la calidad de agua en todos los sitios de acceso público, de manera que la ciudadanía también tenga elementos de decisión.
Cambio Colombia
Qué enorme favor le harían a los colombianos y visitantes, si se informara por ejemplo, ahora que viene la temporada de fin de año, sobre la calidad de agua en las playas públicas de Santa Marta, y demás ciudades costeras, donde la gente sale con carranchín sin preguntarse en qué caldo se ha bañado. Pero una cosa es el carranchín del caldo samario, y otra, las graves enfermedades producto de ingerir agrotóxicos en el agua en las zonas donde, por ejemplo, las descargas de arroceras van directo a caudales que se usan posteriormente en consumo rural sin tratamiento alguno. ¿O qué está pasando con el monitoreo de alimentos que son regados con las aguas del río Bogotá? ¿Qué pasa con los metales pesados que están en las legumbres que llegan a millones de habitantes día a día? Si seguimos escarbando, podríamos preguntarnos, qué pasa con la contaminación por mercurio, que se expande como un cáncer por nuestros ecosistemas, ya no solo donde se desarrolla la minería ilegal de oro, sino que se ha distribuido en enormes áreas por donde se van moviendo los sedimentos de esta enorme operación de destrucción ecosistémica.
Los mapas de distribución de mercurio en el país nos evidencian que cada día crecen las poblaciones, particularmente vulnerables, contaminadas con mercurio, en el Bajo Cauca antioqueño, en el Chocó, en San Lucas, en Nariño, el Amazonas, Guainía, en fin, el enorme pasivo en salud, de poblaciones contaminadas, susceptibles de desarrollar manifestaciones nerviosas severas y malformaciones genéticas, es cada vez mayor. La calidad de agua, cada vez más comprometida por esa enorme descarga de sedimentos y de mercurio en zonas de minería ilegal, es un asunto que debe ser abordado como un tema de salud pública, que puede ser el impulsor de un cambio en el acceso a la información sobre la calidad de agua a la que acceden los colombianos, como bien público fundamental. Más de 7000 toneladas de pescado que salían de Leticia para Bogotá, desde hace varios años, no se han monitoreado sistemáticamente en la presencia de mercurio en sus tejidos grasos, donde se genera su acumulación. Parte de una política pública debería exigir una medición de contenidos de contaminantes en el pescado antes de permitir su vuelo y comercialización hacía Bogotá, ya sea que vengan de Leticia, Villavo o de Buenaventura. Tampoco debería permitirse la comercialización en grandes superficies, si no existe información visible, asequible, periódica, sobre los contenidos de contaminantes, empezando por mercurio, de los pescados que allí se ofrecen, pues, desafortunadamente, hay un enorme problema, que debemos abordar, y es que a pesar de nuestra abundancia en agua, su contaminación y degradación de ecosistemas, va en alza.