Pasando sobre el Orinoco se ven embarcaciones de todo calibre. Pequeñas canoas de pescadores, cuartos fríos con pescado ‘marisca’ y otros congelados y, también, ‘buquetanque’, que es un gran movilizador de combustible venezolano que sirve en las dos orillas, y a muchos intereses. Por la noche salen por el Tomo, el Vichada o Tuparro misteriosas embarcaciones que llevan ‘ruana’ en el motor para evitar ser escuchados, aunque no sé de quien, pues nunca han tenido ni retenes y presiento que seguirá así. Más abajo, por los lados del caño Matavén, Sarrapia, entran y salen pescadores deportivos, que en un paisaje surrealista en la mitad del caño disfrutan de la abundancia del Pabón, y le hacen pistola a la señora ‘animalista’. Mas abajo, cuando se pregunta por Yapacana, se ven mover ‘muchachos’ de camiseta negra, pelo rapado y mirar desconfiado. Las carpas de las dragas completan el paisaje, donde ya no sé si van para Inírida o para donde los chamos. En el Atabapo, el precio del oro ya se siente en cualquier tienda, pero también en la cantidad de milicianos haciendo vueltas de motores, combustibles, wiskey y remesas, y moviendo ‘encomiendas’.
Llegando a Inirida, la bonanza se siente y se encuentran hoteles a full, motos rumbando y, sobre todo, compraventas de oro y fundiciones que reciben gente que llega todos los días con su paquete, y luego, corra al banco, o al ‘sucursal bancario’, para mover la plata rápido, y los Bancos reportan movimientos ‘normales’. Nadie se queja, todo el mundo feliz, el comercio a reventar, lo mismo que las cantinas. Y en el Satena llegan mujeres de Medellín con aire fiestero, y algunas se quedan pero otras cogen la avioneta al dia siguiente, donde el placer se cobra en gramos del preciado metal.
Rio arriba, por el Inírida, se siente el movimiento de la otra economía, la tradicional y muy querida cocalera. Mucha mercancía viene de Tomachipan para abajo, recogiendo toda la base que sale de su cuenca alta, nutriendo la guerra sin cuartel, así como los cocales se siguen expandiendo en la cuenca alta. También lo hace la otra minería, la del coltán, aquella que sirve para las empresas de telecomunicaciones y toda la parafernalia de la gran tecnología del futuro. Los huecos enormes en la mitad de la selva, dejan ver la voracidad de esta otra fiebre: las arenas blancas de cuarzo bajo la selva evidencian la fragilidad de estos suelos, que tardarán decenas de años en recuperarse. Por allá, en el Isana, se ven pistas en la mitad de la nada, que indican el interés de quienes comercian con este mineral –incluyendo la casta política local que pide permisos para hacer pistas donde son ilegales– cuyos yacimientos pueden compararse con lo existente en la República Democrática del Congo, donde existen lso famosos enclaves mineros manejados por las empresas chinas. Aquí en Colombia no sólo los intereses del gigante asiático sino obviamente los de las empresas de los Estados Unidos, le tienen el ojo a estos yacimientos. Algunos ofrecerán carreteras, ferrocarriles, dragados, armas, tecnología, regalías, en fin, y la ‘mano’ estará brava para el gobernante que quiera meterles una explotación minera a esos territorios, en medio de Resguardos Indígenas, Reservas Forestales, Parques Nacionales, grupos armados, comunidades indígenas, fronteras porosas y autoridades fronterizas ‘gorgojiadas’ para el lado que se voltee a mirar. Ni hablar de la casta política de un departamento, como el Guainía, que tiene uno de los paisajes mas hermosos y bien conservados del planeta, incluyendo el icónico sitio de Mavicure, con la potencialidad turística mas grande de la Amazonia oriental.
Hace un poco menos de un siglo, una misionera alemana llamada Sofia Muller arrasó con la cultura indígena en ese extremo amazónico, y terminó con las formas de uso del territorio, conocimiento sobre salud, alimentos, rituales, lenguas y todo aquello que le había permitido sobrevivir a la conquista y la caucheria. Hoy pareciera repetirse la triste historia, pero esta vez con una nueva religión, la de la ilegalidad. Ya sea con la coca, el oro, el coltán, las armas, las milicias o la politiquería corrupta, las poblaciones locales de la Amazonia oriental están perdiendo su autonomía y manejo territorial, en un continuo espacial que involucra el alto Rio Negro en Brasil, y el alto Orinoco venezolano.
Esperemos que la sabiduría y sapiencia nos ayude a recuperar estos territorios que tienen tantas amenazas como oportunidades, pero los colombianos pareciéramos empeñados en negarlo. Amanecerá y veremos.