Los ríos voladores son aquellas masas de vapor de agua que viajan entre el océano Atlántico y los Andes, en un proceso de lluvias y evapotranspiración, empujados por los vientos alisios, de oriente a occidente, sobre los bosques amazónicos, los cuales actúan como una bomba de succión y exhalación, en uno de los fenómenos climáticos más maravillosos del planeta. Esos ríos voladores, que hacen parte de la regulación hidrológica provista por los bosques, así como la regulación de temperatura, pueden verse afectados por la deforestación, que impediría su función de bomba de succión, así como de la provisión a la atmósfera de millones de litros de agua en forma de vapor. Para el caso colombiano es muy grave, dado que el proceso de precipitación y evapotranspiración se está viendo especialmente afectado en el último paso de estos ríos voladores antes de llegar a la zona de los Andes.
Vemos todos los días anuncios sobre el racionamiento de agua en Bogotá. El fenómeno de El Niño, dicen, se aprecia aún en este abril, con días secos y altas temperaturas, y nada que las lluvias se sueltan. Yendo más a fondo, es claro que la demanda de agua viene creciendo, mientras que la oferta no pareciera estar asegurada, entre las lluvias y el almacenamiento. Sin embargo, allí hay una variable adicional no considerada: ¿qué efecto tiene la pérdida de cobertura boscosa en la Amazonia, y por consiguiente en la capacidad de evapotranspiración, que debe alimentar los ríos voladores que llegan a la zona de páramos?
Esto nos lleva a otro plano de discusión, y es el proceso de transformación territorial que debe generar el país frente a las condiciones climáticas con eventos extremos cada vez más frecuentes. Ya no es una especulación, y la realidad nos muestra de manera abrupta cómo los extremos climáticos exigen una mejor capacidad de adaptación y mitigación. Al observar las imágenes satelitales de la NASA que nos muestran la retención de humedad del suelo, vemos que en esta temporada hemos llegado a los niveles más altos de resequedad del suelo en décadas. Resequedad, que coincide con suelos deforestados, que han perdido su capacidad de retención, y que en general han sido transformados a actividades de ganadería extensiva, y otras actividades agrícolas. Si buscamos otras capas de información que coinciden con esos puntos de alta resequedad, encontramos que la densidad de puntos de calor y de incendios reportados, coinciden perfectamente con la paulatina resequedad del suelo superficial, y su pérdida de capacidad para retener humedad.
Las condiciones de lluvias estacionales, como resultado de ese complejo entre cobertura vegetal, condiciones de presión atmosférica, es un reto enorme para los ejercicios de modelamiento que pueden alimentar el sistema de meteorología colombiano. La pregunta clave, es ¿Cuál es el efecto de la pérdida de bosques en el arco de deforestación amazónico, sobre la disminución de evapotranspiración, así como la retención de humedad superficial del suelo, así como en el volumen de precipitación? ¿Pérdida de bosques sumada a incendios reiterados, y transformación definitiva en pastos y actividades de ganadería?
Es importante explorar otras variables de oferta, ya sea por ampliación en la capacidad de embalses o por uso de aguas subterráneas, o por regulación para el uso de aguas lluvias en zonas urbanas, o por reciclaje de aguas servidas, entre muchas alternativas. Pero es también importante hacer una evaluación de la pérdida de oferta de lluvias y retención de humedad superficial, asociada a la pérdida de bosques y coberturas vegetales nativas. Cada vez es más significativa la conciencia ciudadana sobre las implicaciones cotidianas de la audiencia de lluvias, los picos de calor, el nivel de los embalses, por citar solo algunos ejemplos, con sus condiciones de vida diaria, empezando por la provisión de agua potable y energía.
También es importante hacer el vínculo desde la institucionalidad pública, sobre la relación del agua y las condiciones de uso del suelo, y la preservación de bosques y otras coberturas naturales. El monitoreo del agua, los bosques, el uso del suelo, los incendios, los caudales de los ríos, el almacenamiento, deben ser cada vez más rigurosos, cotidianos y sobre todo, datos públicos y abiertos. No es sano para un país que los datos meteorológicos y ambientales básicos para la toma de decisiones sean restringidos o inaccesibles para la sociedad civil, que tiene un lugar esencial en la movilización de decisiones sobre el interés público general. No es posible que el sistema de mayor monitoreo de agua del país, como es el Chingaza, venga a reventar en cifras públicas cuando llegamos a un límite de almacenamiento inferior al 20 por ciento. O no es posible que las cifras sobre el aumento en deforestación de este año, surjan después de los del reporte Global Forest Watch. La democratización de la información es un principio del Acuerdo de Escazú, tan mentado en nuestro país.
La crisis climática nos ofrece una oportunidad para repensar el monitoreo y planificación del uso del suelo. También sobre los cambios culturales y comportamentales que tenemos que abordar en medio de los eventos climáticos extremos. Los ríos voladores no son un cuento, sino una realidad de la cual dependemos y que está íntimamente ligada a la deforestación y al conflicto armado colombiano. La complejidad de un sistema socio ecológico, como el nuestro, es un reto que debemos abordar con toda rigurosidad y responsabilidad, para lo cual, la información debe estar al alcance de todos, en tiempo real, y con la oportunidad necesaria. De no ser así, alistémonos para nuevas restricciones.