En medio de todas las complejidades que atraviesa el país en sus zonas rurales, hay pequeñas historias de éxito que dan esperanza, sobre todo a quienes vemos las enormes dificultades que surgen en medio de las confrontaciones armadas, las economías ilegales, la plaga de la corruptela y la paquidermia estatal.
Por allá en el año 2007, veía con angustia el marco de la operación Colombia Verde, donde se habían fumigado los cultivos de coca dentro del Parque Nacional La Macarena, posteriormente los choques violentos con comunidades campesinas en los procesos de erradicación forzosa, así como la muerte de policías y erradicadores por francotiradores y minas dentro de los cocales.
Decenas de familias fueron sacadas de sus casas y llevadas a San José del Guaviare, donde eran tildadas de “guerrilleros o auxiliadores”. A su vez, desde el monte se les avisó que no podrían retornar porque ya “estarían infiltrados”. Un ambiente de guerra total era indescriptible y sin horizonte de esperanza.
En mi condición de servidor público de entonces, ubicamos una zona donde históricamente no habíamos tenido presencia, sobre el río Guejar, en un pequeño caserío, llamado Puerto Toledo. Para llegar al pueblo, nos tocó hacer, literalmente, un terraplén porque el río se lo llevaba en cada invierno. Para pasar el río, nos saludaba un puente colgante, con insignias del Frente 43. Otro país se asomaba allí, el “Estado en formación”.
El pueblo había sido objeto de cualquier cantidad de combates e historias de guerra, así como epicentro de una cultura de coca arraigada. Casas, billares, carros abandonados en medio de la nada, pudriéndose al sol y al agua. Un hotel que alguna vez existió, era solo escombros, donde murieron decenas de militares en la disputa con John 40 por este territorio. El único sitio que encontramos para instalar nuestra “oficina”, fue un antiguo prostíbulo, hecho en concreto, y con habitaciones disponibles para los grupos de trabajo.
Nuestra apuesta era sencilla: ser capaces de llevar a cabo un proceso de erradicación voluntaria, mecánica (con tractores), sembrar comida apenas pasaba el tractor, y luego, arrancar con el proceso de levantamientos topográficos, catastrales, para llegar a una titulación, y la conformación de una Reserva Campesina. Claro, al lado, sin mucha ilusión, venia el tema del desarrollo territorial, la presencia institucional, la formación local, y otros condimentos, nunca despreciables.
Todo este sueño se vio inspirado en campesinos que han tenido que aguantar la guerra en todas sus facetas. Gente con una increíble capacidad de sortear las dificultades, sobreponerse y lograr poner sus objetivos en la discusión pública, aun en la precariedad del Estado en las regiones. Eso que llaman resiliencia, es lo que definitivamente se puede inspirar en ese campesinado. Con la presión utilitarista del movimiento armado de turno y la estigmatización de la contraparte.
En medio de este escenario surgen otras figuras que hacen de Colombia un país impredecible, maravilloso. El mando de John había sido cambiado por otro personaje, caribeño ilustrado, cálido, con inspiración política; en el otro lado había un personaje serio, nada politiquero, y ante todo, creyente de cambiar las realidades territoriales con política social. Poco a poco, se fueron arremolinando, de manera espontánea, decenas de figuras, de parte y parte, que nos permitieron avanzar.
A quien más recuerdo, es un líder campesino, brillante, que había cursado hasta tercero de primaria. Obvio, había sido raspachín, dueño de “tajo”, químico, presidente de junta, poeta, líder de organización, delegado ante la institucionalidad y la guerrilla, y allí, soñador. Rápidamente, desde comisionados de paz, generales, embajadas, bloques, ministros y toda la fauna del poder lograron destrabar las prevenciones, y permitir las sinergias. Genialidad pura, hoy nuevamente acechada por la guerra.
También hubo detractores, y los que torpedean bajo la mesa, aun activos al día de hoy. Los cambios los suscitan las personas, luego vienen las instituciones. Necesitamos muchos más soñadores y ojalá, menos burócratas engreídos.
Al final de ese proceso, cinco años después, 48.000 hectáreas de tierra fueron tituladas a campesinos de esta región, que en medio de la guerra más sangrienta de la historia, hicieron posible un sueño de paz, gracias a su tenacidad. Mas de 2.500 hectáreas de coca se convirtieron en comida, sembrada en sus campos; vi gente llorar de emoción la primera vez que sacamos una cosecha de arroz y frijol cabeza negra, luego de muchos años de comprar comida con pasta de coca.
Vi carreteras, casas rurales amplias, tierras cultivadas, participación campesina desarrollando su plan de desarrollo, y por fin, un Estado reconociendo los derechos de la gente. “Lo que queremos es que nos reconozcan como ciudadanos, no como delincuentes. Por eso cambiamos la coca, no porque sea más rentable sembrar frijol”.
Esas palabras aún retumban en mi cabeza. 15 años después, un gobierno les reconoce su sueño de constituirse como reserva campesina.
Paradójicamente, hoy tenemos una cantidad importante de zonas en el país donde hay ingentes esfuerzos por cambiar la tendencia acelerada de conflictividad armada. Decenas de organizaciones campesinas haciendo el esfuerzo por mantenerse en sus territorios y ser reconocidos con derechos plenos.
En esas organizaciones se destaca el liderazgo de mujeres campesinas, que llevan a cuesta el peso de la estructura familiar, de su economía, de su soberanía alimentaria, del manejo de la salud y muchas veces, la crianza de nuevas generaciones y cuidado de la tercera edad. Monumental esfuerzo.
Se requiere hacer un esfuerzo para fortalecer esas iniciativas locales, darles un carácter de procesos regionales, (no de proyectos aislados), darles contenido político en su interlocución institucional, respaldar con visión de largo plazo sus liderazgos, respaldar sus formas organizativas, en donde cada junta comunal es hoy el escenario de las disputas de poder.
La capacidad de acercarse y hacer amalgama con esa expresión social, es una de las pocas oportunidades que tenemos como país para abordar la conflictividad armada que hoy acecha, y que desvía la atención sobre la construcción política de la paz con transformaciones territoriales.
En la actual política de paz, los procesos sociales que se vienen impulsando en el territorio serán fundamentales para destrabar el actual momento de tensión armada. Ojalá los medios de comunicación y las sociedades urbanas no se queden únicamente en el registro de la barbarie de la guerra, sino que puedan acompañar y registrar las luchas sociales para cambiar las realidades territoriales que son el insumo perverso para mantener la guerra.
Y acompañar estas personas que lideran el cambio, en medio de la complejidad de la guerra, aun a pesar de la vulnerabilidad que les acarrea. Héroes anónimos que deben ser nuestra prioridad para cambiar la historia.
Columna tomada de: https://cambiocolombia.com/puntos-de-vista/necesitamos-mas-sonadores-menos-burocratas