El bosque y el agua cristalina son los grandes protagonistas en la finca de Miriam Morales, tesoros biodiversos que son cada vez más escasos en la vereda Monserrate. Con un proyecto de corredores productivos, su terruño ahora luce mucho más verde.
El común denominador en las 16 veredas del núcleo 1 del Bajo Caguán son los árboles de gran porte, la gran mayoría con sus ramas llenas de los nidos que hacen los mochileros y con micos pequeños revoloteando en las partes más altas.
Eso no ocurre en el principal caserío de Monserrate, el más desarrollado del núcleo, donde el verde luce cada vez más pálido. En la cancha del pueblo, donde los niños y adolescentes juegan fútbol, solo se divisan montañas peladas.
Aunque hay un letrero grande con las palabras “Escuela de la selva”, es evidente que la deforestación galopa con fuerza por la vereda. La principal actividad económica del sitio es la ganadería, por lo cual sus bosques se convirtieron en pastizales.
La finca de Miriam Morales, una caqueteña nacida en el municipio de Puerto Rico, un terreno de 106 hectáreas ubicado a media hora en moto del caserío, es una excepción en medio del panorama desértico.
“La gran mayoría de mi tierra está conformada por bosque. Aunque tengo varias zonas para el ganado con el que sobrevivo, siempre supe que debía conservar el monte porque por la finca pasa un río hermoso de aguas cristalinas”.
Algunos de sus vecinos no creen lo mismo. Por ejemplo, antes de llegar a su finca, llamada El Triunfo, hay un extenso cementerio de árboles recién talados y quemados, un antiguo bosque que no demora en recibir unas pocas vacas.
“En Monserrate casi todos vivimos de la ganadería. El problema está en la gente que tumba todo el monte para tener vacas que perfectamente pueden estar en un sitio pequeño y donde estén controladas. Así lo hice yo y por eso estoy orgullosa de mi bosque”.
Miriam lleva 25 años en el Bajo Caguán. Llegó a la zona con su primer esposo y su hija mayor cuando tenía 20 primaveras, huyendo de la violencia que por esa época estaba encarnizada en Puerto Rico.
“Nos dijeron que en el Bajo Caguán se vivía bien y sin esos problemas de violencia. La guerrilla de las FARC era la que mandaba y si uno cumplía con su manual de convivencia, nada malo le pasaba”.
Reconoce sin pena que la primera actividad que hizo en su finca fue sembrar coca, como lo hacían todos los habitantes del Bajo Caguán. “Eso llegó a su fin con las fumigaciones del Estado, por lo cual nos tocó volvernos ganaderos”.
Cuando el Ejército empezó a hacer operativos contra la guerrilla, Miryam se llenó de miedo. “Ya tenía a mis dos hijas y estaba muerta del miedo por las persecuciones del Gobierno de ese entonces contra los campesinos. Nos tacharon de guerrilleros y no dejaban pasar comida por el río”.
Nuevos bosques
Ni el miedo y la zozobra de los años del conflicto entre el gobierno y la guerrilla la hicieron pensar en abandonar el Caguán. “Me enamoré de la zona y vivo amañada porque ahora ya no hay violencia y todo es muy sano”.
Con la tranquilidad recuperada, Miriam comenzó a participar en los proyectos que llegaban a la zona para cuidar y aprovechar sosteniblemente los bosques. “El primero fue en Instituto Sinchi y con ellos hice un par de cosas en la finca, donde ahora vivo con mi hija menor y mi segundo esposo”.
En 2021 llegó la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible con un proyecto de forestería financiado por el gobierno de Noruega. “Lo que más me gustó es que iban a contratar a gente del Bajo Caguán para hacer el proyecto”.
Miriam tenía que formular un proyecto de bosques productivos. “Escogí hacer un corredor o cerca viva en una zona de pastizal que ya no utilizaba y la cual conecta a dos remansos de bosque que he conservado”.
La FCDS aprobó su proyecto y le dio varios insumos para darle vida al corredor, una franja de más de 200 metros de largo y cinco de ancho donde sembró árboles maderables como cedro y comestibles como yuca, piña y plátano.
“Hice carrileras de surcos: en uno los maderables, en otra la piña, en otra la yuca y en otra el plátano. También metí varios frutales en la parte de los productos comestibles. Sé que en el futuro, este corredor le va a dar sombra al ganado”.
La caqueteña utilizó muy bien los insumos dados por la fundación, como el kit solar, alambre, herramientas, árboles y semillas. “Hoy en día mi corredor está hermoso y ya he sacado cosechas de yuca”.
Aunque durante el verano varios de los árboles maderables no resistieron, Miryam no se desmotivó. “Yo no me rindo ante las dificultades. Así somos todas las personas del Bajo Caguán, campesinos berracos”.
A finales del año pasado, la FCDS abrió convocatoria para una segunda tanda de proyectos de forestería comunitaria. Miriam decidió no participar porque quiere meterle la ficha a consolidar perfectamente su corredor.
“Estoy dedicada de lleno a que mi corredor sea un éxito. No participé porque no quiero quedar mal y quiero que esta franja en futuro tenga unos árboles maderables hermosos que serán como una pensión y una herencia para mis hijas”.
Esta campesina divide las horas del día entre las vacas, el mantenimiento de la casa, las gallinas y su nuevo bosque. “Nos levantamos a las 5:30 de la mañana. Mi esposo va a ordeñar mientras yo hago el desayuno. Cuando se va yo me encargo de las vacas, saco el queso y luego me dedicó a atender los cultivos y el bosque”.
Con su corredor, Miriam quiere demostrar que las personas del Bajo Caguán no son ningunos deforestadores y mucho menos guerrilleros. “Somos personas buenas que estamos cuidando cada vez más los bosques. Los que aún piensan que somos de la guerrilla es porque no conocen el paraíso donde vivimos”.
Aunque no nació en esta zona boscosa del Caquetá, su corazón y alma está en las selvas y el río Caguán. “Me siento muy orgullosa de este territorio. Acá pude sacar adelante a mis hijas, vivimos en paz y me voy a quedar hasta que me muera”.