- Cerca de 30 mujeres campesinas de este corregimiento de San José del Guaviare participaron en un taller de género de la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS).
- Estas usuarias del programa de forestería comunitaria, que cuenta con el apoyo financiero del Gobierno de Noruega y el programa Amazonia Mía. vencieron su timidez y abrieron sus corazones. Durante varias horas hablaron de sus sueños y recapacitaron sobre la importancia del trabajo que realizan en sus hogares y fincas.
- “Nos sentimos muy empoderadas al escuchar todo lo que hacemos por sacar adelante a nuestros hijos. Comprendimos que debemos pensar más en nuestro bienestar y nunca dejar de soñar”.
María Juliana Gómez, profesional en la incorporación del enfoque de género de la FCDS, tenía como misión escuchar a las mujeres campesinas del departamento de Guaviare, voces que han permanecido ocultas por el machismo.
Tenía preparados dos talleres de género en las veredas Caño Pescado y La Cristalina. Mientras viajaba en avión desde Bogotá hacia la selva, la angustia apareció por una posible baja asistencia de sus futuras alumnas.
“Las mujeres del campo no tienen mucho tiempo libre. Durante todo el día realizan labores como ordeñar, cosechar, arreglar la casa y preparar las comidas para la familia. Además, los esposos de muchas de ellas no les dan permiso de salir”.
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Sin embargo, una corazonada le decía que esto no ocurriría en sus talleres, actividades donde las carteleras llenas de letras, leyes, artículos y normatividad y los discursos rimbombantes y extensos brillan por su ausencia.
“Me tranquilicé un poco porque varias de las mujeres que fueron invitadas son líderes sociales y ambientales en el territorio”. Todas hacen parte del programa de forestería comunitaria de la FCDS, que cuenta con el apoyo financiero del Gobierno de Noruega y el programa Amazonia Mia, y lideran iniciativas de bosques productivos.
El taller en Caño Pescado, una de las veredas del corregimiento de El Capricho en San José del Guaviare, estaba programado para las nueve de la mañana. María Juliana y varios profesionales de la FCDS llegaron antes.
Un salón con pocas paredes y un tejado de aluminio color azul, sería el escenario del taller de género. El cielo carecía de nubes, los rayos del sol aceleraban su intensidad y el fuerte viento levantaba el polvo de una trocha rojiza y seca.
Poco a poco fueron apareciendo cerca de 30 mujeres campesinas de varias veredas de El Capricho, corregimiento donde hace más de cinco años nació el programa de forestería comunitaria de la fundación.
Todas llegaron en moto. Algunas estaban acompañadas por sus esposos, quienes querían saber las temáticas que se abordarían en el taller. “A algunos hombres no les gusta que sus esposas participen en reuniones donde el género masculino no está presente”, dijo María Juliana.
Vamos a soñar
Las mujeres campesinas se sentaron en las sillas plásticas organizadas en forma de círculo. Algunas murmuraban entre ellas en voz baja y otras prefirieron no pronunciar una sola palabra. En sus rostros era evidente que estaban nerviosas.
María Juliana se paró en la mitad del círculo. Luego de presentarse, les informó que este taller de género giraría en torno a una temática de la que poco se habla en el territorio: el derecho a decidir sobre la tierra que tienen las mujeres.
“La mitad de la población rural del país son mujeres. Lo que buscamos con estos talleres es que conozcan las herramientas que tienen para poder decidir y que no sientan miedo de hablar en las mismas condiciones que los hombres. Todas tenemos poder de mando”.
La timidez estaba aferrada en los cuerpos de las aplicadas participantes. Ante esto, María Juliana decidió romper el hielo pronunciando unas palabras que les diera mayor confianza; su objetivo era que perdieran el miedo a hablar.
“Hoy vamos a chismear. Quiero que hablen y se escuchen basadas en el respeto. Cada opinión es válida y nadie las va a juzgar; ustedes serán las protagonistas de esta actividad; yo vengo a aprender de ustedes”.
La primera actividad fue una corta presentación de cada una de las mujeres. Debían decir su nombre, dónde viven, cuáles actividades realizan en sus casas y fincas y cuáles son los sueños que quieren cumplir en el futuro.
La profesional de la FCDS tenía una madeja de lana verde en sus manos, algo que les llamó la atención a sus alumnas. “Luego de responder las cuatro preguntas, cada una le va a tirar esta lana a otra compañera para que responda. Vamos a tejer historias”.
Las mujeres que participaron en el taller tienen en común la misma actividad: la administración de sus hogares. Se encargan del arreglo diario de la casa, la crianza de los hijos, el cuidado de los animales, la preparación de los alimentos.
Algunas son líderes en sus veredas, tienen negocios propios o coordinan proyectos ambientales. “Somos mujeres ‘De Todito’. Madres, cuidadoras, jornaleras, educadoras, líderes y hasta empresarias”, dijo María de los Ángeles Gaitán, líder de la vereda La Tortuga.
A todas les costó bastante hablar de sus sueños propios. Al comienzo, solo mencionaron frases como darles estudio a sus hijos, sacar adelante a la familia y consolidar una finca productiva con sus esposos.
“Lo que quiero escuchar es cuáles son los sueños que tienen como mujeres, algo que no involucre a sus familias. Yo, por ejemplo, tengo un sueño a corto plazo: viajar a España y Marruecos a conocer esas culturas”, les recalcó María Juliana.
Luego de varias pausas pensativas, las mujeres soltaron la lengua y afloraron sueños ocultos como conocer el mar, aprender a leer y escribir, viajar por el país, vender la finca para poner un negocio, procesar chocolates y ser empresarias exitosas.
“Miren el tejido que hicimos con la lana. Estas son las conexiones que debemos tejer entre mujeres para conectarnos y construir una red que nos empodere. Nunca debemos abandonar nuestros sueños propios; tenemos que trabajar para alcanzarlos”, afirmó María Juliana.
Voces fuertes
El silencio del salón quedó en el pasado, al igual que la timidez de las mujeres. La profesional de la FCDS sacó un pequeño cuento de su maleta llamado “El vestido rojo de María” y se lo leyó a sus alumnas.
El texto era sobre una mujer que compró un vestido rojo que la hacía sentirse bonita y no se lo ponía porque al esposo no le gustaba; le decía que si lo iba a usar para ver la novela del mediodía.
“Este texto plasma la historia de la mayoría de nuestras abuelas y madres, a quienes les enseñaron que la mujer solo existe para dar. Los hijos y esposos siempre están de primero y por eso se dan ningún gusto”, les comentó María Juliana.
María de los Ángeles alzó su voz entrecortada para compartir una historia. “Mi mamá fue una mujer trabajadora y luchadora que no se compraba nada para ella por atender a la familia. Todas trabajamos y no debemos negarnos nuestros gustos”.
Todas reflexionaron que las historias de sus madres y abuelas les deben servir como punto de partida. “Aunque no nos paguen un solo peso, trabajamos como mulas en las casas y fincas. Es el momento de hablar fuerte, todas somos capaces de hacerlo”.
Las mujeres se dividieron en cuatro grupos para pintar un árbol en una cartulina. En las raíces escribieron sus cualidades y valores, como solidaridad, tolerancia, valentía, humildad, cocinar, sembrar, amar, sinceridad, honestidad y respeto.
En el tronco de los árboles plasmaron las actividades que realizan a diario, como cocinar, barrer, ordeñar, lavar, cercar, cultivar, cargar leña y agua y cuidar a los hijos; y en las ramas y frutos, los sueños que ya habían aflorado en el taller.
“Miren todo lo que escribieron en los troncos de cada árbol. Esto demuestra que las mujeres rurales hacen muchas cosas, un trabajo silencioso que debe ser reconocido por todos, empezando por las familias”, comentó María Juliana.
“¿Han escuchado la palabra empoderada?, les preguntó la profesional de la FCDS. “Es una persona con mucho estudio que se encarga de liderar muchos procesos en las comunidades”, respondieron.
Las mujeres se volvieron a organizar en círculo, pero esta vez ordenadas desde la que se sentía más empoderada. Matilde Díaz, una campesina de 70 años y habitante de la vereda El Manantial, se hizo de última.
“Yo no sé leer ni escribir y por eso no creo que sea una mujer empoderada. Considero que no me expreso bien y a veces me da mucha pena hablar”, dijo Matilde cuando le preguntaron el porqué de su ubicación al final del círculo.
María Juliana le habló directamente a Matilde. “Una mujer empoderada no se mide en estudio ni en edad. Sin embargo, la experiencia y la sabiduría que se recoge a través de los años nos deben hacernos sentir así”.
Matilde fue designada para liderar un ejercicio: darles consejos a cada una de sus compañeras. “Ame a su mamá; no se pegue de ningún hombre siendo tan joven; no le haga tanto caso a su esposo; diviértase un poco; deje de matarse la espalda trabajando”.
Trabajo invisible
La experta de la FCDS quiso ahondar más en el día a día de las cerca de 30 mujeres que participaron en el taller de género en Caño Pescado y que hacen parte del programa de forestería comunitaria en Guaviare.
“Ahora vamos a escribir en carteleras qué hace una mujer en esta región amazónica, desde que se levanta hasta que se acuestan. Siéntase en total libertad de contar su día a día”.
Casi todas se levantan a las 4:30 de la mañana y vuelven a dormir a las 11 de la noche, más de 18 horas de trabajo en la casa y en las fincas donde apenas tienen tiempo libre para ver una novela.
“Luego de rezar y bañarnos, ordeñamos las vacas. Volvemos a la casa para hacer el desayuno, despachar a los hijos, barrer, trapear y limpiar. En las mañanas trabajamos en el campo y al medio día prendemos la estufa para preparar el almuerzo y seguimos en modo oficio”.
En las tardes, las mujeres lavan ropa, alimentan a los animales y les ayudan a sus hijos con las tareas del colegio. “Volvemos a la cocina para preparar la comida y luego seguimos trabajando hasta que la casa quede totalmente limpia”.
En el caso de las mujeres líderes y con negocios, estas actividades las intercalan con reuniones comunitarias y atendiendo los clientes que van a las tiendas. Algunos días también siembran plátano, yuca y hortalizas, fumigan y echan machete en el monte.
“El trabajo invisible de las mujeres es igual al que realizan los hombres. Son actividades de la economía del cuidado que ratifican que deben decidir sobre la tierra y tener voz en todos los escenarios”, manifestó Maria Juliana.
Las campesinas hicieron cálculos del dinero que deberían recibir por todo el trabajo que hacen en sus hogares. “Como mínimo nos deberían pagar 200.000 pesos al día, dinero que sería mucho mayor cuando tenemos que cocinar para los trabajadores”.
La profesional de la FCDS enfatizó que el trabajo invisible de las mujeres les da todo el derecho a opinar. “Quiero verlas opinando en las reuniones. Una mujer debe tener autonomía física (sobre su cuerpo), económica y política (liderazgo y toma de decisiones)”.
Todas son valiosas
El taller de género continuó con una presentación de mujeres icónicas como La Pola (clave en la independencia de España), Nelly Velandia (creadora de la Asociación de Mujeres Campesinas Indígenas de Colombia) y Francia Márquez (primera mujer vicepresidenta y afro en el país).
También conocieron hitos femeninos en la historia nacional, como el primer colegio para que las mujeres pudieran estudiar en 1935, el derecho a votar en 1957, la declaración del Día Internacional de la Mujer en 1975 y la ley de la economía del cuidado que reconoce la labor de la mujer en los hogares.
Luego de conocer estos parajes históricos de la mujer, María Juliana les preguntó: ¿cuáles son las mujeres icónicas del Guaviare? La primera que mencionaron fue María de los Ángeles Gaitán, la líder de la vereda La Tortuga.
“Es la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda, una mujer guapa, luchadora y madre de seis hijos que siempre guerrea por el bienestar de la comunidad. Ella ha sido la voz de muchas de nosotras en los escenarios comunales”.
Martha Galeano, una santandereana que llegó hace décadas al Guaviare y quien hace parte de Las Caprichosas, mujeres que hacen galletas, helados y bebidas con los frutos amazónicos del bosque, también fue mencionada.
“Creo que las cerca de 30 mujeres que están en este taller son icónicas y valiosas. Cada una trabaja muy duro y se han sacrificado para sacar adelante a sus familias. Todas deben admirarse y alzar sus voces en todos los escenarios”, enfatizó María Juliana.
Las participantes volvieron a formar un círculo para decir una frase sobre el taller. “Reconocimos lo valiosas que somos y podemos hacer grandes cosas juntas”; “tenemos la capacidad de vencer la timidez y el miedo para hablar”; “deberíamos formar una empresa femenina”.
Para María Juliana, esta actividad en El Capricho les permitió percatarse que tienen cualidades y habilidades para reconocerse como mujeres empoderadas y ser protagonistas en procesos como el programa de forestería comunitaria.
“También reconocieron que sus actividades en la economía del cuidado son trabajos valiosos en sus familias y en las comunidades. Ellas deben ser parte de las decisiones que se toman en sus tierras y en el territorio”.
Voces femeninas
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Daniela Batero, vereda El Choapal
“Fue un taller muy bonito donde conocimos a mujeres berracas, emprendedoras y trabajadoras. Nos motivó a seguir adelante, valorarnos más como personas y cumplir nuestros sueños. Todo lo que aprendí lo voy a replicar en mi vereda”.
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María de los Ángeles Gaitán, vereda La Tortuga
“Esta actividad nos permitió reconocernos como mujeres valiosas y trabajadoras. Tenemos la capacidad de hacer muchas cosas y romper con la timidez que nos impide hablar ante los hombres. Desde jóvenes llevamos una vida cuidando a nuestros hijos, pero ha llegado la hora de darnos un abrazo y luchar por nuestros sueños”.
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Matilde Ramos, vereda Manantiales
“Fue una experiencia muy bonita donde todas aprendimos y estuvimos alegres. Este taller nos dio mucha valentía para hablar en público y nos sentimos muy valoradas. Siempre he sido muy tímida, pero acá me sentí cómoda para hablar porque todas somos campesinas trabajadoras que no paramos de soñar”.
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Martha Galeano, vereda La Tortuga
“Aprendimos a valorar todo lo que hacemos a diario y las capacidades que tenemos, algo que no nos damos cuenta. Muchas mujeres sueñan con conocer el mar, por lo cual deberíamos unirnos para que cumplan con ese anhelo tan lindo. No debemos sacrificar nuestros sueños por dedicarnos a la casa y a los hijos”.