Aterrizando en el vuelo proveniente de La Habana, abro el celular y veo la noticia de los cuatro hermanos indígenas encontrados vivos y rescatados. Grité con emoción enorme y mis compañeros de delegación con euforia, nos abrazamos después de ver las primeras imágenes. Hacía unas semanas, en esta misma columna, había escrito cómo soñaba con verlos salir de la selva, vivos, y como en un cuento fantástico, allí estaban, los cuatro.
No he podido dejar de pensar en lo sucedido; he tratado de imaginar, todas estas noches en el monte, húmedo, espeso, difícil de trochar, más aún, en esas condiciones.
Recordé todas esas faenas de largas trochas, sudando con la ropa entrapada y oliendo a selva, con mis compañeros indígenas, buscando “varaderos”, esquivando cananguchales, sacando garrapatas y matando zancudos.
¿Cómo sucedió? Una niña de 13, otra de 9, un pequeñín de 4 y otro de 11 meses; entonces, había que cargar al bebé, y los demás, a apoyarse. Leslie, la mayor, una heroína por donde se mire, evidencia lo que significa el conocimiento indígena de la selva, la fortaleza mental y física de las mujeres, la extraordinaria resiliencia de estos pueblos, y la resistencia ante las condiciones más difíciles de imaginar. Solo así, con este cúmulo de características es posible tratar de explicar medianamente cómo sobrevivieron 40 días y sus noches en estas condiciones.
Que cuatro infantes indígenas hayan sobrevivido en estas condiciones es la mejor expresión de lo que significan los pueblos indígenas en Colombia. Allí, hay una señal, difícil de obviar, de que ese conocimiento y su legado cultural para vivir con y de la selva, está vivo, está en sus gentes, en su cultura, en sus tradiciones, en su cotidianeidad. ¡Viva la mujer indígena!, origen de nuestra cultura, nuestra fuerza, esperanza y resistencia.
Otra imagen poderosa e imborrable fue la de los equipos, entre militares e indígenas, que se conformaron para el rescate. Unieron esfuerzos, conocimiento, recursos, esperanza, voluntad, hasta lograr el objetivo. Es posible, sí, que, entre todos los colombianos, sin excepción, podamos hacer sinergia, construir país, tener objetivos comunes. Creo que allí también hay pistas de lo que puede ser el futuro nuestro. Todo el reconocimiento para aquellos que, en medio de ese “cajón”, entre el río Apaporis y el flanco oriental de la Serranía de Chiribiquete, trocharon día y noche, hasta encontrarlos; héroes de la reconciliación.
Al despertar, regreso al otro sueño. El de un acuerdo, con el ELN, inédito, donde se abren otras esperanzas. Una convocatoria amplia, a un escenario de participación diverso, con actores de todos los perfiles, incluyente, que puede ser un escenario donde se tramiten diferencias, conflictos, incertidumbres, en temas que atañen a toda la sociedad. Los temores, los prejuicios, salen a relucir, pero también, una luz de esperanza, de que hay otros caminos para transformar nuestras formas de resolver las diferencias en un país que lo requiere con urgencia.
En ese propósito, los líderes ambientales de todo este país tendrán una misión fundamental, que será llevar a las instancias de participación las agendas territoriales donde en cada rincón del país hoy se dan las diferentes formas de disputa sobre los recursos naturales, el uso de suelo, el ordenamiento productivo y de la propiedad. Las condiciones de seguridad, de protección sobre su gestión y sobre la defensa de los territorios y del patrimonio público ambiental, son definitivas.
Las propuestas sobre los modelos de desarrollo sostenible, la conservación, la restauración de ecosistemas tendrán asiento en estos espacios de participación. Allí los campesinos, indígenas, negros, gremios, industriales, entre muchos otros, podrán debatir, y lo más importante, llegar a consensos sobre las transformaciones territoriales y nacionales que pueden llevar a cambiar el rumbo de las actuales confrontaciones.
La estructura del acuerdo, su acompañamiento internacional, el soporte jurídico y político podrán ser un motor de arrastre que motive a otros grupos a poner sus cartas y apuestas frente al modelo de uso del territorio, de formas de vida, de construcción de consensos sobre el patrimonio público ambiental, que serán la ruta, para restaurar lo que hoy se encuentra en grave peligro y degradación.
En ese camino llegará el momento en que los procesos de conversaciones y diálogos de paz, se vean en puntos de intersección, ya que todos estamos bajo el mismo territorio y el futuro nos compete a los que hoy estamos, pero particularmente a las generaciones que vienen, y que merecen todo el esfuerzo para garantizar un territorio sano, incluyente y con acceso para todos los colombianos.
Así mismo, los acuerdos con los países vecinos, en áreas donde el conflicto se ha expandido sobre las zonas de frontera, deberán ser parte de este esfuerzo. Sabemos que es una agenda inaplazable, y donde hay eco en los actuales gobiernos de la región.
El cuidado de los defensores ambientales, comunitarios y públicos es un reto que nos depara el proceso de paz en Colombia. El Acuerdo nos permite, por fin, poner en el centro la dimensión ambiental del conflicto. No es casualidad que tengamos un deshonroso lugar en el mundo respecto de las amenazas y muertes de líderes ambientales.
Un gran esfuerzo tendremos que hacer, para cambiar nuestras formas de resolver las conflictividades por el acceso a los recursos y el territorio. Somos un país biodiverso, de enorme diversidad cultural que implica decisiones participativas, adaptadas a nuestro entorno, incluyentes y donde los consensos, por distantes que parezcan, son indispensables. La Justicia ambiental, empieza por proteger y respetar la vida de quienes cuidan nuestro futuro.
Me duele profundamente que entretanto, otras historias de niños que no volverán siguen llegándome de lo profundo de la selva. Niños que no tuvieron la misma suerte, que quedaron en el anonimato, en el silencio del monte y la desgracia de la guerra.
Urge hacer más esfuerzos para retornarlos a aquellos que aún viven, y protegerlos en sus territorios, en esos pedazos de país olvidado. Las lágrimas de sus padres deberían ser las últimas.
Me quedo nuevamente, con la imagen de Leslie y sus hermanos, saliendo de la mitad de la selva, mostrándonos que los milagros son posibles y reales.