Publicado en: El Tiempo
Escrito por: Rodrigo Botero
Hace casi tres décadas, veía como un anciano de la tribu Matapí, decidía internarse en la selva cuando recibía noticias de que venía subiendo gente por el río que traía gripa. Era la primera vez que veía el aislamiento como una deliberada forma de protección de salud; nunca imaginé, vivirlo en la ciudad, como una decisión de Estado para la protección de un país. ¿Qué lecciones nos deja esta pausa?
Por primera vez, observo como las administraciones urbanas, realizan un monitoreo detallado de la calidad del aire y su relación con el material particulado que se deriva de los grandes incendios forestales y otras coberturas en el país. Los reportes sobre lluvias, corrientes de aire, son ahora parte esencial del menú de información diario. Es realmente “fantástico” ver como por fin la población urbana empieza a ver la relación directa con lo que ocurre en lo rural, tantas veces despreciado por el ciudadano común.
He visto desde el aire decenas de veces, las columnas de humo del bosque amazónico calcinado así como de las sabanas de la Orinoquia, que suben y se van movilizando hacia los Andes, y llegan a la gran ciudad. Su olor, inconfundible, es algo que nunca se olvida.
Esto, deja expuesto un reto enorme: llegó el momento en que Colombia debe cambiar su cultura “pirófila” y entender que los incendios descontrolados están generando problemas de gran magnitud, (que esconde bajo las llamas la relación con la deforestación y la apropiación de tierras) desde espacios locales hasta regionales. Y ese cambio de patrón cultural, debe estar acompañado de una actualización de la reglamentación penal frente a los incendios, la cual es inocua hoy en día. Menos incendios, más bosques, mas calidad de vida debe ser la consigna de futuro.
La cuarentena, nos evidencia como, no todo requiere nuestra movilización. El uso de herramientas de comunicación digital, evidencian como podemos racionalizar infinitamente las necesidades de desplazamiento, uso de combustibles, vehículos, infraestructura… todo. Ciudades como Bogotá, han explotado por la relación entre tiempos de movilidad y calidad de vida (sin mencionar el problema de calidad de aire asociado); puede ser este el momento de replantearnos, más allá de las soluciones de movilidad masiva?
El dólar al alza, y nosotros importando alimentos. La autosuficiencia alimentaria del país es asunto de seguridad nacional. Hablo con los campesinos con quienes íbamos a arrancar la venta de frutos del bosque, y en la desesperación por falta de liquidez para comprar alimentos (¡!), recordamos las interminables conversaciones para que los hogares campesinos dediquen parte de su esfuerzo a producir alimentos de autoconsumo.
Finalmente, en un país donde cientos de personas viven en situación de vulnerabilidad extrema, y dependen del ingreso diario en las calles, me pregunto si no ha llegado la hora de entender que la tendencia de migración del campo a las ciudades debe ser revertida urgentemente. Las áreas rurales, se quedan cada vez mas solas, y las cabeceras urbanas han mostrado su precariedad para atender situaciones de emergencia.
¿Podremos cerrar, en vez de ampliar, la brecha entre lo rural y lo urbano en Colombia? Recordando al viejo Matapí, me encontré hace una semana a los indígenas Nukak, hacinados en San José del Guaviare, buscando desesperadamente huir de Covid-19 hacia su Resguardo. Resguardo invadido, con gentes amenazantes ante su presencia, carreteras, incendios, coca, ganado, minas antipersona, grupos armados…. Que tristeza; ni para huir de la enfermedad hubo territorio para los Nukak. Así, ¿qué esperanza queda?
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