Publicado en: La silla llena
Por: Rodrigo botero
“Que esto es Reserva Forestal, o Parque, o no se que. No importa”. ¿Quién vendrá a decir lo que se puede y no hacer en estas selvas?
La Amazonia continúa deforestándose. Cada día que pasa, en cada rincón de la selva, se abren nuevos espacios en la mitad del monte. Hay una dinámica nueva, pues la economía local está moviéndose. Se contratan motosierristas, sembradores de pasto, camiones de carga, se hacen puentes, se trae ganado, llegan “agregados” de finca, las ferreterías traen mercancía; ¡se está colonizando!
Los “finqueros” llegan a los pueblos grandes como San José, Florencia, San Vicente, Macarena y buscan tierra. Algunas fincas están a precio de “güevo”, ya que muchos campesinos ven en esta bonanza una oportunidad para tener el dinero que siempre estuvieron esperando. Lo que se ofrece por su tierra, nunca lo obtendrán con la producción de su ganado, por lo que, a la primera oportunidad, venden.
Muchos están comprando una casa en el pueblo para estar más cerca de los “servicios”, principalmente los de salud, y montar algún negocio, una tienda, una camioneta de servicio público, un mototaxi o una venta de pollo.
Camiones cargados de terneros llegan en cantidades. Las ganaderías del piedemonte llanero, del Huila, del Caquetá, riegan animales por todos estos nuevos “pastos”, que en un par de años pueden estar listos para retornar parte de la inversión de la deforestación.
En las puntas de colonización se ven convoyes de “reos”, esos míticos camiones capaces de “nadar en el lodo”, acondicionados con poleas que sacan el camión de cualquier enterradero. En los camiones baja ganado, trasteos, alambre de púas, tejas, cemento, sal, droga veterinaria, y gente, mucha gente.
En los ríos la situación no es muy diferente. El invierno permite que grandes planchones con ganado bajen por aquellos ríos donde hace un siglo la cauchería llegaba a su fin. Ahora, el ganado es la punta del modelo económico de agronegocios con el cual esta región se transforma a pasos agigantados.
Los puertos se ven con mucho movimiento, los vendedores de “chuzos”, las residencias, los carros de carga, talleres de motor fuera de borda, lancheros, en fin, hay movimiento por todas partes.
En otras zonas, algunas no tan lejanas, se ven nuevos auges. Venta de combustibles, insumos agrícolas, lonas, repuestos de guadaña, ropa de “mercancía”, perfumes, grabadoras… es coca, aquella que sigue manteniendo centenares de familias en una burbuja a la espera de que anuncien la llegada de erradicadores, o de algún programa de gobierno para negociar sustitución.
Los compradores, viejos conocidos, se mueven en su territorio; la fuerza pública, presente en casi todas estas zonas, parece parte de un cuadro surrealista. Algunos dejan ver cadenas de oro, anunciando que la plata alcanza para todos, así las lejanas órdenes intenten lo contrario.
Indígenas se ven deambular por las calles de San José. Es un cuadro terrible. Montones de niños pidiendo limosna en las calles, comida en los restaurantes, durmiendo en las calles donde la noche les llega. Huele a prostitución, a drogas, a abusos. A extinción.
Al pasar por los antiguos territorios de los Guayabero y los Nukak, se ve el porqué de este desplazamiento violento: fincas grandes, ganado, agricultura mecanizada, coca, carreteras, inversiones, energía, colonización pujante, y adentro, bajo el bosque, dicen los que saben, minas antipersonales y tropas de quien manda ahora, que por supuesto, no los quiere por allá. Nadie los quiere. Ni aquí ni allá, esa es su fatalidad.
Por allá abajo en el Yarí hay mucho movimiento. Se ha organizado una colonización grande. Carreteras que conectan desde San Vicente y Cartagena (del Chairá) ya están funcionando bien, por esfuerzo local, no de agencias. Allí se ve orden, también plata.
Hay mucha represa hecha con maquinaria para el agua del ganado; potreros grandes, corrales entechados en zinc. No hubo que esperar a que el gobierno repartiera tierras, pues a lo mejor nunca lo hará. Al otro lado, de Calamar para abajo, finalmente la carretera está abriendo un pedazo de monte gigante para hacer finca. Los primeros lotes, a lado y lado de la vía, se ven enormes . Esto promete estar bueno.
Por los lados del río Guaviare se ven tractores, fertilizantes, palmas de vivero, y fincas de gente que no vive ahí, pero le pone bastante cemento. Las antiguas sabanas de la Fuga empiezan a ser palmares; los rastrillos de los tractores ya están en el borde de la selva, y a lo lejos, sobre el resguardo Nukak se ven los cerros del Inírida. Ahora, se oye de gente de “afuera” que quiere meterle plata a esas selvas. Plata en grande, para negocios grandes.
Que si son chinos, brasileros, mexicanos, paisas, eso no importa. Saben de negocios. Y el negocio “cuadró” con las carreteras que se están haciendo y se van a hacer. La tierra, barata, y con buen capital puede ponerse a producir. Los mercados están cerca. ¿Qué hace falta? ¡Nada, a correr por tierra!
Falta poco, dicen algunos, para que esas “montañas” sean productivas de verdad, traigan prosperidad y empleo. De paso, en algunas veredas, se ven fincas plataneras, corrales grandes. “Que esto es Reserva Forestal, o Parque, o no se que. No importa”. ¿Quién vendrá a decir lo que se puede y no hacer en estas selvas?
Los únicos que lo han podido hacer son los que tenían “fierros”, y los de ahora, si se paga bien, lo permiten, o sea que pa´delante.
Tierras para producir comida dicen algunos, en vez de selvas improductivas, con gente improductiva. Y cuando los ambientalistas lloran por un pajarito, pues para eso todavía tienen bastante terreno para cuidarlos. Por ahora…