Durante los últimos cinco años, el Instituto de Hidrología, Me-teorología y Estudios Ambientales (Ideam) ha venido regis-trando el comportamiento detallado de la deforestación en la región Amazónica. Cada vez con mayor precisión, frecuencia y oportunidad, los colombianos tenemos acceso a información de calidad que nos permite analizar lo que ocurre en el país en función de la pérdida de bosques. Como lo muestra la tabla 1, durante el periodo 2015-2019 casi 58 % de la deforestación nacional se concentró en esa región, siendo el pico en 2018 con 70 %, aun cuando en números bru-tos en 2017 tuvo su mayor expresión, llegando a un poco más de 144.000 hectáreas. Para medir lo ocurrido es importante señalar que durante la primera parte de la presente década la tendencia estuvo alre-dedor de 80.000 hectáreas, el nivel de referencia establecido con los países que han apoyado el acuerdo de reducción de emisiones: Noruega, Alemania y Reino Unido. Es decir, la Ama-zonia lleva cuatro años consecutivos por encima del nivel de referencia utilizado para medir el cumplimiento de los acuer-dos de reducción de la deforestación en la región amazónica1. Paradójicamente, en este periodo el gobierno colombiano, la cooperación internacional, las organizaciones civiles y co-munitarias, han hecho también un esfuerzo sin precedentes en la atención de este problema. Adecuaciones normativas, presupuestales, acuerdos interagenciales, llamamientos de las cortes, iniciativas Conpes (Consejo Nacional de Política Económica y Social), acuerdos internacionales, inversio-nes locales, entre muchos factores, han sido impulsadas en este escenario. Sin embargo, la dinámica regional no cede a la velocidad que se requiere para evitar que los daños en zonas estratégicas sean irreversibles. ¿Qué motiva esta distancia entre el esfuerzo y lo que aún pasa en terreno?