La pérdida indiscriminada de bosque en Colombia entre sus múltiples afectaciones incluye la amenaza a más de 12.000 especies de flora y fauna entre ellas una vital para la seguridad alimentaria del planeta, las abejas. Para enfrentar esta problemática, la meliponicultura aparece como una solución al dedicarse a la crianza y manejo de las abejas silvestres sin aguijón, comunes en la Amazonía.
La zona forestal colombiana tiene una exuberante biodiversidad. El Instituto Sinchi registra cerca de 12.400 especies de flora y fauna, entre ellas se encuentra un tipo de insecto especial, la abeja. De estas existen en el mundo unas 20.000 especies y se estima que unas 1.000 de este total vuelan en Colombia.
Y aunque pequeñas la labor que cumplen las abejas es enorme. El servicio ecosistémico que prestan estos insectos cobija con polinización al 75 por ciento de los 115 principales cultivos del mundo que la humanidad consume. Sin embargo, la deforestación las tiene amenazadas, pues la pérdida de su hábitat hace que desaparezcan y con ellas la seguridad alimentaria de millones.
A pesar de su importancia para la humanidad, pues las abejas transmiten vida, la deforestación que tan solo en 2020 devastó 110.000 hectáreas en la Amazonía tiene contra las cuerdas a estas especies pues con esta cifra de bosque arrasado, se estima que unos dos millones de colmenas desaparecieron al perder sus hábitats.
Marta Isabel Romo, profesional de apoyo en la línea de meliponicultura de la FCDS, sostiene que la deforestación es la principal razón por la que estas abejas ya no son vistas con tanta frecuencia como antes. “En una hectárea de bosque pueden encontrarse de 9 a 27 nidos de abejas. Al cortar un árbol estamos perdiendo entre otras cosas la casa donde ellos habitan, porque la característica de estas abejas es que la reina no vuela, ella permanece en su colmena y a partir de ese árbol se pueden desprender otras colmenas”, explica la bióloga.
Esta situación y el uso de agroquímicos tienen en jaque a esta importante especie, hechos confirmados por don Arley Rojas, campesino de la vereda Nápoles en el Bajo Caguán quien reconoce la gravedad de la realidad. “Algunos somos conscientes del daño que estamos causando con la deforestación pero otros no, entonces lo más importante para mí es que los habitantes de esta región tengamos completa conciencia de que si necesitamos producir pero sin causar tanta deforestación en nuestro municipio”, dice.
Ante este panorama, la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS) y la Iniciativa Internacional de Clima y Bosque de Noruega (NICFI) desarrolla proyectos deforestería comunitaria en Caquetá y Guaviare para llevar alternativas de manejo sostenible de los bosques con las comunidades campesinas que habitan el territorio, dentro de los que la meliponicultura es uno de los programas a trabajar con más de 120 familias de las zonas establecidas.
“La idea es desarrollar capacitaciones con las personas en el tema de manejo de las abejas sin aguijón de una manera tecnificada para recuperar y conservar los nidos de las abejas que viven en los bosques o en lugares aledaños a los predios de los usuarios y que así ellos tengan un primer insumo que es la miel, enfocado inicialmente al autoconsumo”, explica Romo.
Y agregó la bióloga que las mieles de estas abejas sin aguijón tienen propiedades medicinales especialmente para los ojos y problemas respiratorios, facultades que han comprobado los campesinos del Bajo Caguán que por su ubicación geográfica es complejo transportarse al centro médico de Cartagena del Chairá, por ejemplo, David Plazas de la vereda Napoles debe viajar seis horas por el río Caguán y pagar alrededor de 150.000 por el pasaje de ida para llegar hasta el casco urbano del municipio.
“He usado miel para las vistas, mantengo un cangurito colgado a la pierna y llevo un tarrito con miel, como sufro de cataratas me echó las gotas. Eso me aclara la vista, si se lo echa seguido por ahí en un 15 días le quita el puntico o la marca en el ojo”, afirma este campesino.
El grupo de beneficiarios de este proyecto inició con un reconocimiento de las abejas que sobrevuelan sus predios. Don Arley contó que dentro de su finca hay abejas pequeñas con puntas blancas en sus alas, que les llaman angelitas. Romo detalla que esta especie del género tetragonisca cada vez es menos común en la región.
Seguido a esto la capacitación continuó con el aprendizaje en la elaboración de trampas para abejas con materiales como botellas de plástico o guadua para así iniciar el proceso de atracción de abejas con el objetivo que se forme un nuevo nido y así conservar estos animales y su miel sea aprovechada por los campesinos.
Pues asegura Romo que de continuar la tendencia de pérdida de bosque de los últimos años la variedad de alimentos que consumimos estaría en riesgo “Colombia que es un país de frutas, pero de tener esa diversidad de frutos es gracias a las abejas, quizás podemos alimentarnos de otros alimentos que no se polinicen como el arroz, pero si las abejas empiezan a desaparecer nos empiezan a afectar la calidad de vida”, explica.
Por eso declara esta profesional que el trabajo iniciado con campesinos de las veredas Peñas Rojas, Monserrate, Napoles en el Bajo Caguán y del Capricho en Guaviare que comprenden unas 47.000 hectáreas de bosque en pie, incluye sensibilización educación y propuestas rentables para que las personas descubran que un bosque si puede generar recursos.
“Por ejemplo si una persona necesita algo para su vista cuánto le cuesta salir a esa persona a transportarse o comprar la miel. pero si tú cuidas abejitas en tu finca y sabes que esa abejita te va a yudar en tu salud, es cosechar esa miel y directamente sabes que tienes un producto sano que tú lo has cuidado”, detalla Romo.
Como don Arley y David, otras 323 personas de la zona rural de Cartagena del Chairá están involucradas en proyectos de forestería comunitaria en proyectos adicionales al de la meliponicultura, entre ellos, superalimentos, cercas vivas y sistemas agroforestales, según los intereses de las comunidades y la oferta disponible de productos forestales no maderables.