Por allá en los años 80, un célebre ganadero en el Guaviare, quien aún vive y ha expandido sus dominios, recibía a un grupo de científicos que en esa época ya tenía evidencia de la degradación de los suelos arcillosos de la Amazonía por el pisoteo del ganado, su compactación y su pérdida de nutrientes ante la ausencia de bosque, que impedía que ni los pobres pastos sembrados pudiesen mantenerse. “Cuál es el problema? dijo; “compro otra, o mando tumbar monte allá abajo”.
De ese entonces muchas cosas han pasado. Cientos de miles de hectáreas se han tumbado; al igual, extensas áreas de suelos se han degradado, tanto física como químicamente.
El primer efecto de tumbar el bosque es que el suelo deja de recibir los nutrientes derivados de la materia orgánica de la hojarasca y caída de material vegetal.
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Al no existir esta, también se pierde toda la actividad de insectos y microorganismos que permiten la descomposición, incorporación de elementos químicos al suelo, así como su oxigenación y generación de micorrizas.
De otra parte, al estar el suelo expuesto directamente, las lluvias no se infiltran, sino que empieza una escorrentía superficial que induce procesos erosivos, donde se pierde la pequeña capa orgánica y de fertilidad de estos suelos.
Plantas como la coca, que tiene una increíble capacidad para crecer en suelos ácidos y pobres, son precisamente una expresión evolutiva que debería tener una mejor alternativa que ser usada para el mercado de drogas.
La erosión de los suelos va cayendo hacia cuerpos de agua, que se van sedimentando y, poco a poco, perdiendo su vegetación natural, pues pierden su condición de drenaje y, a su vez, los caudales que pueden regular, dado que también pierden la cobertura boscosa de las “rondas de río”.
Caños secos en la mitad del verano, o caños desbordados en el invierno, como producto de una sedimentación continuada durante décadas.
El pisoteo del ganado, en arcillas expansivas, va sellando los suelos y, poco a poco, con la pérdida de fertilidad química, se van degradando hasta casi no poder sostener animales.
En algunas zonas, un animal adulto requiere más de 3 hectáreas para mantener su peso, y funciones reproductivas.
Históricamente, colonos y campesinos han sorteado el empobrecimiento de suelos, a través del “descanso” de poteros, los cuales son dejados para que “el rastrojo” se recupere allí y, a su vez, le devuelva al suelo su fertilidad, sus condiciones físicas y, al cabo de unos años, vuelve a ser tumbado y quemado para poner pastos y ganado. A
pesar del esfuerzo para recuperarlos, los suelos se siguen agotando, pues se requieren muchos más años para volver a su estado original.
Por ello, los campesinos, también dejan un pedazo de finca en bosque maduro, el cual lo van incorporando lentamente, año tras año, a la producción ganadera, para su sostenimiento. Muchos de ellos, arriendan sus pastos para que los dueños de grandes hatos les pongan allí terneros para levantar, vacas preñadas, o novillos en pre ceba.
Otros tienen sus vaquitas de leche, con las cuales, a punta de cantinas vendidas y queso por arrobas, sostienen a sus familias. A algunos no les alcanza, y tienen un pedacito de chagra con coca, para sacar la base y completar los ingresos. Ya vamos para 40 años con este modelo.
En medio de este proceso, se vienen dando, cada vez con más fuerza, síntomas de un cambio aun mayor, que está más allá de sus parcelas. Las extensiones deforestadas van creando microclimas que son cada vez menos tolerables por los animales domésticos, empezando por el ganado, así como por la gente.
Esas temperaturas extremas, cada vez más frecuentes, así como la variación en los tiempos del verano o el invierno, la disminución de caudales, o la desaparición, en algunos casos, de caños y ríos, han generado una reacción colectiva sobre lo que ha sucedido en las parcelas de cientos de campesinos que aun viven en estas regiones, desde su llegada como colonos, buscando la oportunidad de acceder a la tierra que no tuvieron en sus zonas de origen.
Al otro lado, el señor de las muchas hectáreas y muchas vacas sigue comprando de lo uno y de lo otro. Pequeñas y medianas fincas van siendo compradas; las casitas se van pudriendo por qué ya no hay quien las habite; y los puestos de salud y escuelitas de vereda ya no tienen niños porque ya hacen parte de una gran finca.
Meten tractor, con un “rolo”, para evitar que los potreros se “en rastrojen”. También, rastra, para aflojar un poco el suelo compactado y, a veces, cal para subir el pH del suelo y para que los pastos puedan “tupir” el suelo.
Cada vez que se pasa un rastrillo o cincel, de nuevo la historia de la erosión reaparece, como quitándole la delgada piel a una tierra que nado quisiera entender en su fragilidad. ¿Cómo combinar las sensibilidades de estos suelos con las posibilidades de la mecanización, adaptada a estos paisajes? ¿Cómo proveer servicios de asistencia técnica desde municipios y gobernaciones, donde la recuperación y protección de suelos sea una prioridad? ¿Cómo resolver las necesidades de fertilización y encalamiento en aquellos suelos que no podrán volver a su estado boscoso original?
Bosque adentro, otros buscan encontrar sostenibilidad en las ventajas comparativas de este: no requiere fertilización, mejoramiento de suelos, riego, mecanización, en fin…
Requiere conocer sus especies útiles, inventariarlas, conocer su manejo, planificar una forma de cosecha sostenida, combinar especies, épocas, así como definir el valor agregado a través de transformación que se pueda hacer en la región. Requiere, seguramente, enriquecer algunos bosques que han sido empobrecidos, o recuperar otros que se han perdido en lo que hoy son potreros de suelos degradados.
Requiere, de combinarse, zonas de producción de alimentos que sean adaptados a estos suelos y climas, y a cultivos de frutales y semillas que pueden tener mercados enormes si empezamos a escalar la producción de cientos de familias que hoy están en esta transición; comercialización asistida de productos no maderables del bosque, maderables, alimentos, con certificación de origen, que entren en mercados selectivos, que reconozcan su valor agregado y tengan cooperativas campesinas que puedan liderar ese proceso entre asociaciones de productores.
Requiere, por fin, establecer el modelo de caminos rurales en áreas de bosque, que permitan la movilidad de personas y productos en las áreas de producción forestal, para lo cual los lineamientos de Infraestructura vial verde pueden tener su mejor oportunidad para ser implementados de la mano de comunidades locales.
El reconocimiento de derechos sobre la tierra y el bosque es el moño que necesita el pastel.
La titulación individual, la creación de Reservas Campesinas, los títulos verdes en Zonas de Reserva Forestal, las Concesiones Forestales Comunitarias, además de los procesos para pueblos indígenas, son esenciales para garantizar la sostenibilidad de largo plazo de estas comunidades, así como de la inversión pública y, por supuesto, para evitar que se sigan comprando tierras para seguir nutriendo el latifundio ganadero insostenible. Así, el célebre ganadero no podrá decir nuevamente: “¿Y cuál es el problema?”