Quedé perplejo al ver la imagen que señalaba el cambio en la dirección de los vientos alisios, que históricamente se han desplazado de oriente a occidente entre el Atlántico y los Andes. Una corriente enorme se desplazó desde el Pacífico hacia el Atlántico, invirtiendo corrientes, y por supuesto, temperaturas, precipitaciones, cambios en la floración de bosques y cultivos, épocas de desove, en fin… “esto se jodió”, dijo Max Henríquez, y algo similar Christian Euscátegui, reconocidos meteorólogos.
Un frente frío proveniente del Caribe bajó hasta el norte del país, con enormes marejadas que se sintieron al tiempo en La Habana y en Cartagena. Al darse el cambio de las corrientes, entró una enorme masa de agua proveniente de la Amazonia, que prácticamente lavó de lado a lado medio país. A la mitad del “verano” en regiones del oriente colombiano, no se recuerdan en pueblos y veredas unos niveles de precipitación como los observados en estos días.
Después de los impactantes incendios de las semanas anteriores, sucedió algo que me llama la atención: hubo júbilo con las lluvias. En redes sociales, en medios de comunicación, tanto políticos como representantes de instituciones, señalaban su emoción por ver llover de nuevo. Definitivamente, el fuego, empieza a generar conciencia, en grandes capas de población, particularmente urbanas, que se preguntan cada vez más frecuentemente, cuál es la relación entre los incendios, el cambio climático y el uso del suelo.
Mientras decenas de comunicadores buscaban información de lo que estaba pasando en Colombia con los incendios, al sur del continente, en Chile, se daba una catástrofe, cuando un incendio sobre plantaciones de coníferas, se desbordó matando más de 100 personas. El presidente Boric declaró que era la peor tragedia nacional después del Tsunami de la década pasada. Mas allá del caso, terrible, se abren preguntas de fondo. ¿Sugiere esto que debemos repensar los modelos de planeación de uso de suelo? ¿Debemos entrar a profundidad en el concepto de Gestión Integral del Fuego?¿Debemos entonces, cambiar las prácticas tradicionales agropecuarias que persisten, a pesar de la evidencia, y no quemar vegetación natural para ampliar la frontera? ¿Debemos modificar la legislación para desincentivar el uso indiscriminado del fuego? ¿Debemos tener sistemas de monitoreo que indiquen responsables de grandes quemas indiscriminadas? ¿Debemos desarrollar sistemas de control de incendios fuertemente tecnificados, operativos, con apoyo aéreo de gran escala? Para mí, la respuesta es si.
El planeta, ya sea para los creyentes o no, está cambiando, rápidamente. Pero, este cambio, es el resultado de un largo acumulado de emisiones de CO2, de destrucción de ecosistemas, de contaminación de los mismos, y principalmente, de meterle candela a la atmósfera, por la quema de combustibles fósiles y de coberturas vegetales. Obvio, el mayor peso está en combustión de hidrocarburos, liderada por los países “industrializados”, y de nuestro lado, los tropicales, alrededor de la quinta parte. Es por ello que, además de las discusiones sobre la transición energética, tan mentada por estos lares, debemos asumir nuestro principal reto: la disminución de la deforestación y pérdida de coberturas vegetales nativas, para usos agropecuarios. Tan sencillo pero complejo, implica desarrollar una cultura que se relacione diferente con la cobertura vegetal nativa. Palabras como “maleza”, “rastrojo”, “monte inservible”, “criadero de zancudos”, entre muchos otros, deberán ser removidas de la conciencia colectiva, con la misma contundencia que las Caterpillar destrozan los pocos arbolitos que aún quedan en sus campos de cultivo, o con la que rellenan humedales para meter bufalitos o arroceras.
Después de ver esas imágenes donde los vientos cambiaron de dirección, como nunca antes se había visto en imágenes desde el año 2000, y de presenciar lluvias impredecibles, incendios en varios países con magnitudes no vistas antes, creo importante no caer en el discurso apocalíptico, pero tampoco en la banalidad. O cambiamos o el planeta lo hará a punta de los mal llamados “desastres naturales”. Es nuestra elección.
Cambio de dirección de los vientos no registrada en el continente para la época de menos lluvias.
Cobertura de nubes y precipitación en la mayor parte del país, provenientes de la Amazonia y sur del continente.