Es claro que millones de hectáreas de Parques Nacionales han sido un objetivo estratégico de cuanto grupo armado y economía ilícita hay en este país; además, refugio de gente sin tierra, sin derechos. Una oportunidad de los primeros para reivindicarse como defensores de los segundos, y a su vez, usarlos como soporte operativo.
De igual manera, es claro que la debilidad del Estado para proteger los resguardos indígenas es absoluta, sumado a la pobre voluntad de hacerlo. Más aún, en zonas donde hay escasa población, y zonas distantes como en el caso de los resguardos Nukak y Yaguará. Debo señalar, antes de describir lo que pasa en estos lugares específicos, que en el análisis de conflictividad armada que he realizado sobre el territorio nacional, los territorios étnicos aparecen en primer lugar, por ser zonas de repliegue, acuartelamiento, reclutamiento forzado, minado, extracción de minerales, siembra de coca, combates, entre otras actividades.
La gran “nata” de bruma que cubrió la mayor parte del oriente colombiano y su cordillera, durante la última semana, fue producto de las intensas quemas de bosques deforestados, sabanas, rastrojos, pastos viejos, y cuanto pudieron meterle candela. Arranqué un viaje de monitoreo, pasando por la serranía de San Martín, luego por el Manacacías, donde se ven los últimos relictos de bosques orinocences de llanura aluvial en ríos de aguas claras. Más allá, aparecen las imponentes sabanas planas de Mapiripán. Allí, empieza uno de los eventos más importantes de transformación de bosques en el último siglo en Colombia, donde entre los ríos Iteviare y Siare, se han desarrollado más de 400 kilómetros de trochas, perfectamente alineadas, que van surcando la selva y dando espacio a que fincas se abran a lado y lado, vacas aparezcan por doquier, y una perfecta planificación en la articulación de las trochas, disposición de casas, evidencia que si el Estado no es capaz de liderar procesos de ocupación territorial, habrá quienes si lo hagan, sin importar el estatus legal del suelo y toda la parafernalia del ordenamiento colombiano. La realidad, bizarra, doblegando la leguleyada e inacción del Estado decadente. Este es el otro Estado que emerge entre selva, cenizas y ganado.
Más abajo, en la esquina de las sabanas de la Fuga, un poco más allá de Charras, una antigua via de las Farc bajo el bosque, atraviesa de lado a lado el resguardo Nukak y uniendo los ríos Guaviare e Inírida, hasta Tomachipán. Numerosos cocales se acercan cada vez más a la trocha, y nuevos lotes abiertos en su punta anuncian las intenciones de nuevas invasiones. Es realmente aterrador ver el número de lotes de coca dentro del resguardo, como si fuera comején en un palo, cercando, fragmentando y degradando lo que es el territorio Nukak. En la reserva natural, esta economía ilícita no ha podido ser transformada en los últimos 20 años con todas las fórmulas posibles. La imagen de los cocales en salto Gloria, en medio de los tepuyes y el río Inírida, son cuando menos, surrealistas. Pocos kilómetros más al occidente, aparece otro espectáculo crudo y revelador: enormes fincas ganaderas (de las más grandes del Guaviare) aparecen en la mitad del resguardo. Las he visto crecer en los últimos años, como un cáncer en la mitad del territorio, con carretera, jagueyes, ganado blanco, corrales enormes, y otras prebendas que la inversión pública permite. Tierra usurpada a los indios, inversión pública, y ganado vendido sin preguntar el origen, fórmula de rentabilidad del modelo depredador de la selva y sus gentes.
Por los lados de Calamar, vi cómo, desde el eje que rompe hacia Miraflores, las casas de las nuevas fincas se van consolidando, con cocales a borde de vía. Nuevas trochas se abren hacía el Itilla algunas, y otras hacía La Girisa, mostrando que trabajo hubo para las maquinarias en el verano. La gente se ha quejado de que les sacaron hasta el último centavo para las máquinas, de manera que todos responden luego por su mantenimiento.
Para los lados de la vía de Alto Cachicamo hacia el resguardo Yaguará, llama la atención el nivel de precisión y la dimensión del daño. Enormes trochas fueron abiertas por la parte superior del resguardo, quemadas a lado y lado, dejando una herida visible desde el satélite y en el territorio. De nuevo, el tamaño de fincas, la cantidad de vías, lotes, bosque deforestado, anuncian que no es una empresa de poca monta, ni corto plazo.
Bajando de la Tunia hacia el río Camuya, aparece una señal de alarma: nuevos cultivos de coca se instalan en la trocha que abren hoy quienes pretenden asentarse en la mitad de Chiribiquete, conectar los ríos que van hacía el oriente, como el Yaya Ayaya y Ajaju, y consolidar el avance por la mitad de la selva de lo que se conoce como Patrimonio Mundial de la Humanidad, en medio de la algarabía de una tal COP 16. Eso, sin mencionar que van directo a las zonas de movilidad de los pueblos en aislamiento voluntario. Tanta coca nueva en esta región, entre estos departamentos, me llama la atención sobre la lógica de la guerra, la autonomía financiera de sus frentes, y el control de rutas y áreas.
Para cerrar, pasé por el sur del Yarí hacía el Caguán y la empresa no para. Trochas conectan hoy el Yarí y Caguán, abriendo nuevos frentes. Los núcleos de desarrollo forestal, propuestos por el gobierno, que coinciden con zonas como esta, están perdiendo su bosque rápidamente; los funcionarios, sean de una agencia u otra, ya no pueden acceder, por la amenaza de quien controla el territorio.
Los datos oficiales de la deforestación de este año 2024, se conocerán hasta mediados del otro año, y pasarán como un dato más. Creo indispensable tomar decisiones sobre lo que está pasando en terreno hoy, y lo que están sufriendo comunidades indígenas y campesinas, así como los No contactados. Es urgente dar acompañamiento a la institucionalidad pública y civil, desde la cooperación internacional, para garantizar el derecho a la presencia territorial, y atención de las comunidades. Es urgente que desde el alto comisionado para la paz y el presidente haya una señal a la Mesa de Diálogo con el EMC, para dar un giro radical en la expansión de este proceso de colonización armada sobre la Amazonia. También, es posible que nada pase, que todo siga su rumbo inercial; quedo tranquilo de dejar constancia de lo visto, y expresado mis sugerencias al respecto, pero no quedará este ecocidio bajo la bruma de las quemas que nadie quiere ver.