- María de los Ángeles Gaitán es una de las lideresas ambientales y sociales más reconocidas en El Capricho, corregimiento de San José del Guaviare.
- En su finca El Sinaí, ubicada en la vereda La Tortuga, montó un vivero de especies nativas amazónicas, plántulas con las que pinta de verde las áreas deforestadas.
- También cría abejas sin aguijón, conecta las zonas boscosas con corredores de árboles maderables, frutales y cultivos de pancoger y protege siete nacimientos de agua.
- Nueva entrega de #CrónicasDelBosque de la FCDS en el año de la #COP16Colombia, historias de las personas que lideran proyectos de forestería comunitaria.
Una voz cándida pero segura resuena con fuerza en La Tortuga, vereda del corregimiento El Capricho en San José del Guaviare donde la deforestación le ha dado certeros mordiscos a la selva amazónica.
María de los Ángeles Gaitán, una campesina de 40 años, es respetada y escuchada por todos los habitantes de este territorio. Los hombres se asombran con su tenacidad para liderar proyectos y las mujeres la admiran por sacar adelante a sus seis hijos.
Como presidenta de la Junta de Acción Comunal de La Tortuga, esta mujer de piel trigueña y manchada por el exceso de sol lleva el mensaje de la conservación ambiental en una tierra donde la ganadería se alimenta de los bosques.
“Trabajo con la comunidad para que le devolvamos a la naturaleza el daño que le hemos hecho. Quiero que todos esos potreros áridos se pinten de un verde profundo y que los animales regresen a su casa común”.
Un vivero de especies nativas es uno de sus principales logros, una guardería de árboles y arbustos de la Amazonia que montó en su finca, llamada El Sinaí, con el apoyo de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).
“Como lideresa de la vereda he hecho muchos sembratones con los campesinos en zonas que fueron afectadas por la deforestación, sitios a donde llevo los árboles que he producido en el vivero que tengo con mi esposo y dos hijos menores”.
Con el apoyo de la FCDS también le dio vida a otros proyectos de aprovechamiento sostenible del bosque, como cría de abejas nativas sin aguijón y corredores productivos donde siembra árboles maderables, frutales y cultivos de pancoger.
“Los corredores me permiten conectar los parches de bosque que hay en mi finca, lugares que ahora son transitados por los animalitos. A las abejas les doy nuevos hogares y a futuro quiero comercializar su miel”.
Para convertirse en lideresa ambiental, María de los Ángeles tuvo que recorrer un largo camino en el Guaviare y otras partes del país, experiencias que la fueron forjando poco a poco hasta ser una de las voces más escuchadas en el territorio.
Trabajadora desde niña
La líder de La Tortuga nació en La Unilla, inspección del municipio de El Retorno donde sus papás la criaron como una niña trabajadora en medio de los cultivos, la mayoría de coca; este negocio fue durante décadas la principal actividad económica en el Guaviare.
“Con mis 11 hermanos tuvimos una niñez bonita donde aprendimos que la comida se debe ganar por medio del trabajo. Además de la coca, cultivamos mucho plátano y yuca y le ayudamos a mi mamá con la huerta, donde tenía cilantro, tomate y cebolla”.
Según María de los Ángeles, las mujeres de la familia eran más trabajadoras que los hombres, algo que le atribuye al amor que siente el género femenino por la tierra, el agua, el bosque y los animales.
Con el paso de los años, debido al bajonazo de la bonanza cocalera, varios de sus hermanos cogieron otros rumbos. Unos se fueron a Bogotá y otros a Armenia, capital del departamento del Quindío, a buscar una mejor vida.
“Yo repetí esos pasos. Primero me fui a Bogotá donde unos familiares con mi primera hija, que en ese entonces tenía dos años; luego estuve en Armenia y allá tuve otros dos hijos; esos sitios no me gustaron”.
María de los Ángeles recuerda que, en ambas ciudades, vio mucha pobreza y peligros que no quería que sus hijos vivieran. Por eso, después de aproximadamente siete años por fuera de su tierra, regresó al Guaviare.
“Regresé a mi cuna selvática con tres hijos y muchas ganas de salir adelante. Mis papás me recibieron en La Tortuga, vereda de El Capricho donde tenían su finca; en esa época el ganado ya estaba ganando terreno”.
Casa boscosa
Con el dinero que ahorró en Bogotá y Armenia, María de los Ángeles compró un terreno en La Tortuga, sitio que apenas se estaba formando a través de la posesión de los campesinos de la zona.
“Un señor que lideraba ese negocio me vendió 120 hectáreas por apenas seis millones de pesos, una ganga. Todo el predio estaba lleno de bosque, pero para tomar posesión la obligación era talar mucho monte”.
A diferencia de la mayoría de sus vecinos, esta guaviarense no quiso convertir su finca en un terreno árido y sin vida. Decidió conservar más de la mitad del bosque y en las otras zonas hizo potreros para el ganado y los cultivos.
“Bauticé a mi finca El Sinaí, un nombre bíblico que me pareció muy bonito porque es donde el Señor prácticamente hizo los 10 mandamientos. Tenía la corazonada que esa tierra me iba a dar muchas bendiciones”.
María de los Ángeles, ahora con cuatro hijos, evidenció que todo lo que sembraba en su predio, como yuca, plátano y maíz, germinaba. El pasto para las pocas vacas que tenía, también era productivo y de buena calidad.
“El Sinaí se volvió una tierra productiva, pero con las zonas de bosque aisladas. Sacaba hasta 200 bultos de maíz, tenía cientos de gallinas y los plátanos daban racimos enormes. Las tierras del Guaviare se prestan para cultivar de todo”.
Aunque tuvo que talar para poder contar con recursos económicos y así sacar adelante a sus hijos, María de los Ángeles tenía la conciencia tranquila porque el bosque mandaba la parada en su finca.
“Mi predio nunca se ha visto pelado. Dejé intactas las zonas de bosque donde hay siete nacimientos, sitios donde jamás quemé o talé. Siempre he sabido que donde hay agua hay vida”.
Vivero nativo
Hace aproximadamente ocho años, mientras se separa de su pareja, el Instituto Sinchi y el programa GEF Corazón de la Amazonia llegaron a La Tortuga para trabajar con los campesinos en proyectos ambientales.
“Nos dieron muchos árboles maderables que planté en toda la entrada de El Sinaí, tesoros que hoy en día están grandes, vigorosos y hermosos. Yo ya llevaba muchos años sin talar un solo árbol y esas ayudas me motivaron más”.
En 2018 conoció el programa de forestería comunitaria de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), organización que con el apoyo financiero del Gobierno de Noruega quería dar marcha a varias iniciativas de aprovechamiento sostenible del bosque.
“Hicimos varios ejercicios de planificación predial y acuerdos de conservación entre la FCDS y varios de los campesinos de las veredas de El Capricho, como conservar por lo menos 20 hectáreas de bosque”.
En esa nueva experiencia, María de los Ángeles volvió a enamorarse. Olmes Rodríguez, un campesino trabajador y líder comunitario que también había dejado atrás su vida como raspachín de coca para convertirse en defensor del bosque.
“A Olmes lo conocí en Guatemala, país al que nos llevaron a varios campesinos que trabajamos en la conservación del bosque. Allá nos enamoramos y tomamos la decisión de irnos a vivir juntos en La Tortuga; al poco tiempo quedé embarazada de Matías, mi quinto hijo”.
Cuando la FCDS empezó con la formulación de proyectos comunitarios, Matías crecía en su vientre. Por eso, la trabajadora guaviarense se inclinó por una línea que no le representara tanto agotamiento físico.
Escogió montar un vivero de especies nativas, proyecto que le iba a permitir contar con la materia primera para enriquecer su finca y vender los árboles a las demás organizaciones que trabajaban en el Guaviare y a la comunidad campesina.
“La FCDS me dio todos los insumos para construir el vivero y a cambio yo me comprometí a conservar mi bosque, algo que ya estaba haciendo. Con Olmes recogimos muchas semillas para propagarlas y así darle vida a este proyecto”.
Según la lideresa verde, cuando el vivero quedó lleno de plántulas de especies nativas, Corazón de la Amazonia le compró mucho material para sus proyectos ambientales. “Nos pagaron como ocho millones de pesos, dinero que nos motivó más”.
El vivero familiar es como una botica de especies amazónicas. María de los Ángeles produce asaí, seje, borojó, copoazú, cocona, chontaduro, arazá, árboles maderables e incluso frutales como limón, naranja y anón.
“Uno se va enamorando cada vez más cuando coge una semilla en el bosque y luego la almacena en el vivero. Mientras este proyecto cogía fuerza, María Fernanda, mi sexta y última hija, crecía en mi panza”.
¡A restaurar!
María de los Ángeles, una mujer a la que no le gusta estarse quieta, involucró su vivero de especies nativas, llamado Aire Puro, en su trabajo como presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Tortuga.
“He liderado muchas sembratones de árboles y arbustos nativos en sitios afectados por la deforestación en la vereda, actividades realizadas con la participación de la comunidad. Si me piden 200 plántulas, yo se las doy con mucho gusto”.
También utiliza los frutos del vivero en su finca. Por ejemplo, con las especies nativas que propaga en su guardería de plantas, está restaurando las zonas de potreros que ya dejó de utilizar.
“Estoy reparando el daño que le hice a la naturaleza cuando tuve que talar. Mi objetivo ahora es recuperar y enriquecer mi bosque, algo que ya se ve porque El Sinaí ahora luce de un color verde profundo”.
Esta mujer curiosa y sin miedo a los retos, quiso ir más allá del vivero. Con la FCDS formuló otros dos proyectos para ayudar a conservar los bosques: meliponicultura y corredores productivos.
“Mi segundo proyecto fue uno de cercas vivas, ahora llamado corredores productivos. La fundación me dio los insumos para aislar antiguos potreros y sembrar allí árboles maderables, como el abarco, frutales y cultivos de pancoger”.
Una investigación comunitaria en la vereda arrojó que ciertas especies de frutales, como el anón, marañón y la guama, escaseaban en la zona. La lideresa guaviarense decidió sembrarlas en su corredor productivo.
“Además de tener alimento para la familia, estos corredores están conectando los parches de bosque de mi finca. Ahora, los micos ya no tienen que dar una vuelta grande para buscar alimento porque transitan en paz por estas zonas”.
El tercer proyecto de esta familia con corazón de bosque es de abejas nativas sin aguijón, una iniciativa con doble propósito: darles hogar a estos grandes polinizadores y a futuro comercializar el polen, miel y propóleo.
Rumbo a la legalidad
El gran sueño de esta mujer trabajadora es poder vivir del bosque en pie, un futuro que ya está construyendo a través de los tres proyectos de forestería comunitaria que tiene con la fundación.
“Quiero vender los árboles y arbustos que produzco en mi vivero, la miel y otros regalos que generan las abejas sin aguijón en las colmenas que les construí y a largo plazo los árboles maderables que hay en mi corredor productivo”.
Este anhelo se está volviendo realidad. María de los Ángeles hace parte de la Cooperativa Multiactiva Familias del Chiribiquete (Coomagua), una empresa de campesinos de San José del Guaviare que ya recibió luz verde para poner en marcha varios proyectos.
“Luego de visitar la red de viveros de Coomagua, el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) nos certificó a varios viveristas, es decir que ya podemos comercializar legalmente las especies que propagamos en nuestros viveros”.
Las abejas nativas que cría en la finca recibieron el visto bueno por parte de la CDA, autoridad ambiental del Guaviare, a través del otorgamiento de la licencia ambiental en parte experimental.
“Esta licencia, que cubre 11 iniciativas de abejas de Coomagua, nos permite criar las abejas en nuestras fincas. Este es el primer paso para poder comercializar la miel, polen y propóleo, uno de mis grandes sueños”.
Coomagua también recibió el permiso de aprovechamiento sostenible de seje y asaí, dos de los frutos más emblemáticos del bosque amazónico. Los campesinos de la cooperativa ya pueden cosechar y transformar estas pepas.
“Este permiso cubre a más de 90 familias de Coomagua que tienen estos frutos en los bosques de sus fincas, como es mi caso. Ya hicimos el primer piloto de seje y muy pronto haremos el de asaí”.
Según María de los Ángeles, los campesinos del Guaviare están entendiendo la importancia de trabajar desde la legalidad. “Muchos no lo hacen porque piensan que es algo imposible o difícil. Necesitamos las ganas y el compromiso para aprovechar la naturaleza legalmente”.
Este año, la finca El Sinaí fue escogida por la FCDS y el Instituto Humboldt para un proyecto que tiene como objetivo monitorear los sonidos de la fauna en los sitios donde marcha la forestería comunitaria.
“Instalamos varias grabadoras en mi finca y muy pronto vamos a conocer cuáles son las especies que emiten esos sonidos tan bonitos. Esta información es fundamental para que mis hijos conozcan la riqueza de nuestro hogar y decirles a los vecinos que debemos cuidar su casa”.
Empresa familiar
Esta guaviarense quiere convertir El Sinaí en una finca modelo donde se conserve y aproveche de manera sostenible el bosque, un ecosistema lleno de riquezas que la mayoría de campesinos desconocen.
“Con Olmes y mis hijos ya lo estamos haciendo. Tenemos un vivero muy bien montado, una empresa familiar en la que participamos todos. Cuando Matías y María Fernanda se comen una fruta, guardan las semillas y luego las llevan al vivero”.
En los recorridos por el bosque que tanto cuidan, los dos hijos menores de María de los Ángeles se la pasan recolectando semillas nativas para que su mamá las convierta en futuros árboles y arbustos.
“Todo lo que estamos haciendo en la finca es para ellos. Yo no quiero que cuando crezcan se vayan a estudiar y no regresen a la finca, como me ha pasado con mis hijos mayores. Por eso les inculco un gran amor por la naturaleza”
Olmes, que actualmente trabaja con la FCDS, la ha apoyado en todos los proyectos ambientales y en su trabajo como presidenta de la junta. Cuando María debe ausentarse de la finca, él se encarga de los niños y la casa.
“Todo debe ser en familia. Ambos nos apoyamos mucho y estamos construyendo una empresa familiar y ambiental dedicada a cuidar el bosque, el agua y la vida. Queremos demostrar que tumbar solo deja pérdidas; el bosque es el mayor tesoro”.
La lideresa ambiental ha sido testigo del crecimiento del programa de forestería comunitaria de la FCDS en Guaviare. Recuerda que, en sus inicios, esta iniciativa ambiental no contaba con más de 120 usuarios y ahora son más de 300.
“Los resultados hablan por sí solos: ya podemos generar ganancias del bosque de una forma legal. Nos hemos capacitado y seguimos aprendiendo a diario, conocimientos que se los transmitimos a nuestros hijos para que sigan viviendo del bosque”.
Para esta guaviarense y madre de seis hijos, la forestería comunitaria le cambió la vida. “La FCDS nunca nos ha abandonado y camina con nosotros para que mejoremos cada día. Se que muy pronto voy a vender vino de frutos del bosque”.
Forestería comunitaria en la COP16
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP) es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad (CDB) Biológica de las Naciones Unidas.
Este año, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, la ciudad de Cali será el escenario de la COP16, un encuentro donde se realizará la primera evaluación de las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal.
A través de programas como el de forestería comunitaria, el cual busca promover el uso sostenible de la biodiversidad, Colombia avanza en el cumplimiento de varias metas del plan de acción nacional de biodiversidad de dicho Marco.
- Meta 2: garantizar que para 2030 al menos un 30 % de las zonas de ecosistemas terrestres degradados estén siendo objeto de una restauración efectiva.
- Meta 9: proporcionar beneficios sociales, económicos y ambientales a las personas que más dependen de la biodiversidad mediante actividades, productos y servicios sostenibles basados en la biodiversidad.
- Meta 10: garantizar que las superficies dedicadas a la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura se gestionen de manera sostenible a través de la utilización sostenible de la diversidad biológica.
- Meta 11: restaurar, mantener y mejorar las contribuciones de la naturaleza a las personas mediante soluciones basadas en la naturaleza o enfoques basados en los ecosistemas.
- Meta 16: garantizar que se aliente y apoye a las personas para que elijan opciones de consumo sostenible.
- Meta 22: garantizar la participación y representación plena, equitativa, inclusiva, efectiva y con perspectiva de género de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la toma de decisiones.
- Meta 23: garantizar la igualdad de género en la implementación del Marco mediante un enfoque con perspectiva de género en el cual todas las mujeres y las niñas tengan igualdad de oportunidades y capacidad para contribuir a los tres objetivos del Convenio.