- Cuando conoció la forestería comunitaria, Flor Marlén Gaitán dejó atrás los cultivos de coca y la tala de árboles para aprovechar sosteniblemente el bosque amazónico.
- A través de varias iniciativas que formuló con la FCDS, esta campesina del Guaviare y madre de cuatro hijos genera recursos económicos sin hacerle daño a la naturaleza.
- En su finca, ubicada en el corregimiento El Capricho, tiene un vivero de especies nativas, cría abejas nativas sin aguijón y transforma productos no maderables.
- También enriquece su tajada de bosque húmedo tropical, cuida los nacimientos de agua y mezcla especies maderables con productos de pancoger en varios corredores productivos.
- Nueva entrega de #CrónicasDelBosque de la FCDS en la #COP16Colombia, historias de los guardianes de la naturaleza.
En La Tortuga, una vereda ubicada a más de dos horas del caserío del corregimiento El Capricho, Flor Marlén Gaitán tiene un pedacito de tierra donde trata de enmendar el daño que tuvo que hacerle a la naturaleza.
En La Gaitana, una finca de 40 hectáreas, esta campesina nacida y criada en el departamento del Guaviare lidera varios proyectos ambientales que buscan aprovechar sosteniblemente los productos no maderables del bosque amazónico.
“Abejas nativas sin aguijón, corredores productivos, transformación de frutos del bosque y un vivero de especies nativas, son las iniciativas de forestería comunitaria que formulé con la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS)”, dice esta madre de cuatro hijos.
Al recorrer el bosque virgen de su finca, un terreno con varios nacimientos de agua y riachuelos de aguas cristalinas, Flor Marlén abraza los imponentes troncos de las viejas ceibas y les pide perdón por las acciones del pasado.
“Cuando me entregaron el predio tuve que talar muchos árboles para hacer los potreros del ganado y cultivar los alimentos. De las 40 hectáreas de la finca, solo ocho hectáreas de bosque sobrevivieron”.
Flor Marlén asegura que ese daño no fue intencional: lo hice porque tenía que darles techo y alimento a sus hijos. “En esa época, cuidar el bosque no era una opción en el Guaviare. Todo cambió cuando conocí los regalos que tiene la selva, un descubrimiento que llegó hace poco”.
Años andariegos
La coca fue el común denominador en la infancia de Flor Marlén, una mujer de 49 años que, desde niña, aprendió a sembrar, raspar e incluso transformar este cultivo ilícito catalogado como uno de los principales motores de la deforestación.
De lunes a viernes, esta guaviarense estudiaba y le ayudaba a sus padres y hermanos a cultivar productos de pancoger, como yuca y plátano. Durante los fines de semana, todos se convertían en raspachines.
“Mi niñez y parte de la adolescencia la pasé en La Unilla (El Retorno) y en La Escuadra, este último un sitio cercano al caserío del corregimiento El Capricho. En esa época, todos los campesinos del Guaviare sobrevivimos de la coca; aún no había ganadería”.
Uno de los recuerdos que más atesora son esos recorridos por el bosque tupido y húmedo en compañía de su padre, largas caminatas donde recolectaban varias pepas de la selva y pescaban peces de todos los tamaños y colores.
“No sé quién le dijo a mi papá que esas pepas eran para comer. Así probé el seje, borojó, anón de monte y unos frutos que los micos botaban desde lo más alto de los árboles cuando estaban maduros; también comíamos hormigas que sabían ácido”.
Antes de cumplir la mayoría de edad, Flor Marlén se casó y tuvo dos hijos. Recuerda que en esos años la bonanza cocalera comenzó a palidecer por las fumigaciones y operativos del Ejército, un panorama que la hizo cambiar de rumbo.
“Nos fuimos a Boyacá, un departamento donde se movía mucha plata y el cual nos recibió en sus minas de esmeralda y carbón. Llegué a los 18 años y estuve allá durante más de una década, tiempo en el que un hijo más”.
La experiencia en el interior del país no fue muy placentera. El clima frío, las montañas agrestes y empinadas y hasta la comida, la tenían aburrida. Sumado a esto, el amor con su esposo llegó a su fin.
“Extrañaba mucho a mi Guaviare con su clima húmedo, río carmelito y gente echada para adelante. Regresé a la finca de mi papá en El Capricho con mis tres hijos pequeños y una bebé que llevaba en el vientre”.
Tala obligatoria
Para sacar adelante a sus retoños, esta madre cabeza de familia primero se puso a trabajar en la finca paterna ordeñando las vacas, una actividad económica que cogió alas luego del bajonazo de la coca.
“Los guaviarenses pasamos de ser raspachines a ganaderos, un cambio que afectó mucho a la selva. Para hacer los potreros tocaba talar el monte, algo que todos tuvimos que hacer porque no había otra opción”.
Con mucho esfuerzo construyó su casa en el caserío de El Capricho, corregimiento donde trabajó durante muchos años en un restaurante; en ese negocio se enamoró de la cocina y aprendió a preparar suculentos platos típicos.
Unos conocidos le comentaron que estaban entregando tierras en La Tortuga, una de las 32 veredas del corregimiento. Flor Marlén cogió su moto y fue a corroborar si era cierto o se trataba de un simple rumor.
“Era verdad, me inscribí en un listado y al poco tiempo me entregaron un predio de 40 hectáreas repleto de selva. Para tomar posesión tocaba tumbar monte, algo que me partió el corazón”.
La guaviarense decidió conservar ocho hectáreas boscosas, un sitio que contaba con varios nacimientos de agua. Los demás campesinos le decían que tumbara todo el bosque, pero algo en su interior le advertía que conservara su pedazo de selva.
“Seguí trabajando en el restaurante para tener los recursos económicos que me permitieran hacer los potreros. En La Gaitana, nombre de la finca, tumbé muchos árboles con el fin de tener ganado y así sacar adelante a mis hijos”.
Cambio de vida
En 2019, profesionales de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) llegaron a El Capricho para trabajar con los campesinos en iniciativas de forestería comunitaria y así aprovechar sosteniblemente el bosque.
“En la primera reunión pensé que era floristería, es decir sembrar flores. Luego me explicaron que era una iniciativa para cuidar la selva y hacer proyectos que nos generaran beneficios económicos; acepté de una”.
El único requisito para poder participar era tener bosque en la finca. En ese momento, Flor Marlén comprendió que hizo lo correcto al conservar el pedacito de selva en La Gaitana, un sitio que es transitado por muchos animales.
“La FCDS nos presentó varias líneas para formular los proyectos. En esa época se podían escoger varias y yo me incliné por un vivero de especies nativas, abejas sin aguijón, cercas vivas y superalimentos del bosque”.
La línea que más le llamó la atención fue la de las abejas nativas sin aguijón, es decir la meliponicultura. Sn embargo, Flor Marlén recuerda que pensaba que todos los insectos de esas especies eran peligrosos y picaban; por eso les tenía miedo.
“Yo salía corriendo cada vez que escuchaba el zumbido de una abeja. La FCDS me explicó que las meliponas no pican porque no tienen aguijón y que el proyecto consistía en montar colmenas en las fincas y así aprovechar la miel y el propóleo en el futuro”.
El proyecto de cercas vivas, hoy denominado corredores productivos, tenía como fin hacer líneas con árboles maderables, frutales y cultivos de pancoger. “Me gustó mucho porque de ahí podía sacar alimentos diarios para mi familia”.
Flor Marlén asegura que siempre quiso montar un vivero para propagar las especies nativas que tuvo que talar en La Tortuga. “Mi meta era tener un sitio para germinar las semillas de esos árboles y después sembrarlos en sitios deforestados”.
La línea de superalimentos, basada en transformar los productos no maderables del bosque, fue distinta. Como la guaviarense hacía parte de la Asociación de Familias Productivas del Capricho Guaviare (Asofaprocagua), se unió con varias mujeres para formular un proyecto.
“Con seis mujeres de la asociación, llamadas Las Caprichosas, formulamos un proyecto para transformar varios de los frutos del bosque, como los que conocí con mi padre cuando era niña, en productos como galletas, helados y tortas”.
Ejemplo a seguir
En los más de cinco años que lleva liderando estos proyectos con la FCDS, Flor Marlén ha logrado alcanzar varios resultados exitoso y se ha convertido en toda una insignia de la forestería comunitaria.
“Soy de las usuarias más antiguas y mi finca tuvo un cambio radical gracias a estas iniciativas. Por ejemplo, ya tengo dos corredores productivos que me dan alimentos diarios y monté varias colmenas de abejas sin aguijón de donde saco miel para endulzar”.
Los vecinos se sorprenden al ver el estado actual de sus corredores productivos, más de 500 metros lineales con árboles maderables y frutales y cultivos de cocona, ají, plátano, yuca, piña y especies forrajeras.
“En el vivero tengo copoazú, nacedero, botón de oro, seje, asaí y otras especies. El objetivo de este proyecto es venderles las plantas a los demás campesinos para que reforesten sus fincas; quiero trasladarlo al caserío de El Capricho porque allá es más fácil vender”.
Con las colmenas de abejas meliponas, Flor Marlén obtiene la miel para endulzar limonadas, postres y otras bebidas. Este proyecto ya recibió la licencia ambiental en fase experimental de la autoridad ambiental CDS para poder criarlas.
“Lo más importante es que obtengo una miel orgánica y libre de químicos. A futuro soñamos con poder comercializar la miel, polen y propóleo de nuestras colmenas de la forestería comunitaria”.
Según Flor Marlén, los proyectos de forestería comunitaria que lidera son su aporte a la naturaleza y su forma de enmendar el daño que le hizo cuando tuvo que talar el bosque.
“Por necesidad le hicimos mucho daño a la selva y estamos en la obligación de retribuirle. Debemos conservar la naturaleza porque ella nos da todo, tanto la comida, el agua y el oxígeno que respiramos”.
La Gaitana, una finca que lucía como un árido potrero, ha tenido un gran cambio gracias a la forestería comunitaria. “Ahora el verde es el que manda la parada. Mi pedazo de selva es un remanso de vida y los corredores crecen hermosos”.
Este año, Flor Marlén hizo parte de un nuevo proyecto de la FCDS con el Instituto Humboldt, un monitoreo acústico pasivo de la biodiversidad que tiene como objetivo conocer los sonidos de la fauna en las fincas que hacen parte del programa de Medios de Vida Sostenibles de la fundación.
“Me instalaron tres grabadoras o audiopolillas en la finca: una en el bosque y las otras en un corredor productivo y potrero. Los aparatos funcionaron a la perfección y grabaron durante más de un mes los sonidos de la naturaleza. En este proyecto participamos 15 familias campesinas del Guaviare”.
En una jornada de socialización con las familias participantes, la FCDS y el Humboldt les informaron que que las 38 audiopolillas captaron 43.000 archivos de audio en los bosques, sistemas agroforestales y pastizales.
“Nos dijeron que las aves fueron las grandes protagonistas. Los investigadores ya verificaron la presencia de 48 especies de aves, de las cuales el tucán silbador fue la más representativa”.
Flor Marlén asegura que seguirá participando en cualquier proyecto que le proponga la FCDS, una organización que, según ella, siempre le ha cumplido a los campesinos.
“El proyecto de monitoreo me está permitiendo conocer los animales que cantan en la finca, en especial en el bosque. Ahora ya sabemos cómo se llaman esos animalitos que tanto nos deleitan con sus hermosos cantos, como el guardabosques”.
Forestería comunitaria en la COP16
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP) es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad (CDB) Biológica de las Naciones Unidas.
Este año, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, la ciudad de Cali será el escenario de la COP16, un encuentro donde se realizará la primera evaluación de las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal.
A través de programas como el de forestería comunitaria, el cual busca promover el uso sostenible de la biodiversidad, Colombia avanza en el cumplimiento de varias metas del plan de acción nacional de biodiversidad de dicho Marco.
- Meta 2: garantizar que para 2030 al menos un 30 % de las zonas de ecosistemas terrestres degradados estén siendo objeto de una restauración efectiva.
- Meta 9: proporcionar beneficios sociales, económicos y ambientales a las personas que más dependen de la biodiversidad mediante actividades, productos y servicios sostenibles basados en la biodiversidad.
- Meta 10: garantizar que las superficies dedicadas a la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura se gestionen de manera sostenible a través de la utilización sostenible de la diversidad biológica.
- Meta 11: restaurar, mantener y mejorar las contribuciones de la naturaleza a las personas mediante soluciones basadas en la naturaleza o enfoques basados en los ecosistemas.
- Meta 16: garantizar que se aliente y apoye a las personas para que elijan opciones de consumo sostenible.
- Meta 22: garantizar la participación y representación plena, equitativa, inclusiva, efectiva y con perspectiva de género de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la toma de decisiones.
- Meta 23: garantizar la igualdad de género en la implementación del Marco mediante un enfoque con perspectiva de género en el cual todas las mujeres y las niñas tengan igualdad de oportunidades y capacidad para contribuir a los tres objetivos del Convenio.