De las 140 hectáreas que mide la finca de Juan Carlos Murcia, ubicada en una de las veredas del Bajo Caguán, más de 100 son un popocho bosque. En las zonas donde tuvo que deforestar trabaja en un proyecto de forestería comunitaria que busca crear corredores ecológicos y productivos.
A los cinco años de edad, cuando era un pequeño niño que aún no sabía leer y escribir, Juan Carlos Murcia salió de Puerto Rico, municipio de Caquetá donde nació, para adentrarse en lo más profundo de las selvas del Bajo Caguán.
“Como salí del pueblo tan niño, no tengo muchos recuerdos de mi corto paso por Puerto Rico. Además, creo que la belleza del Bajo Caguán, un lugar que en esa época era una selva espesa, borró lo poco que tenía en la mente”.
Llegó con sus padres y cuatro hermanos a Brasilia, una de las 16 veredas del núcleo 1 del Bajo Caguán. “En esa época todo estaba virgen. No había una sola vaca, los colonos eran más bien escasos y lo único que se sembraba era coca”.
Para sobrevivir en medio de la manigua, su padre tuvo que realizar una actividad que hoy, a sus 46 años, le apachurra el corazón: cazar jaguares o tigres, como le dicen en la zona a este felino misterioso, para vender o intercambiar su piel por comida.
“También pescaba para vender pescado seco. Casi siempre mi papá cambiaba el pescado y las pieles por la remesa, es decir los alimentos que llegaban por el río. En esa época no había una sola lancha con motor”.
Cuando el Bajo Caguán se fue poblando por los campesinos de otras regiones que llegaban atraídos por la bonanza de la coca, se acabó la caza del jaguar. “Todos nos pusimos a trabajar como jornaleros, raspando coca; el que diga que no lo hizo está mintiendo”.
Juan Carlos recuerda que durante gran parte de su adolescencia, las carencias pululaban. “La situación era muy difícil por la falta de cosas básicas, como la ausencia de puestos de salud. La malaria nos pegó duro y muchas personas murieron”.
El planchón que llevaba las remesas y mercancías desde el casco urbano de Cartagena del Chairá a las veredas del Bajo Caguán se demoraba hasta tres meses en llegar. “No sé cómo no nos morimos”.
En medio del conflicto
Su niñez en el Bajo Caguán estuvo libre del conflicto armado. Habían pocos campesinos y las veredas más grandes, como Remolinos y Monserrate solo tenían dos casas. “No sabíamos lo que era la violencia”.
Con el paso de los años, las Autodefensas llegaron al territorio y mataron a muchos campesinos. “Luego llegaron las FARC y con su manual de convivencia pusieron orden. Los habitantes del Caguán no sufrimos por la guerrilla”.
El conflicto llegó por los operativos del Ejército en el Bajo Caguán, donde según Juan Carlos los campesinos quedaron en el medio. “El gobierno de ese momento, en la década del 2000, nos vinculó como auxiliadores de la guerrilla solo por vivir acá”.
El Plan Colombia afectó a los campesinos de la selva. “Todas las remesas se quedaban en Peñas Coloradas y nos dejaban sin comida a los habitantes del núcleo 1. Nos tocaba cortar caña y retorcerla para darles guarapo a los niños”.
Muchos campesinos fueron capturados y metidos a la cárcel durante los años de dicho plan, incluído Juan Carlos. “Quedamos libres porque no éramos guerrilleros. La señora Nelly Buitrago fue una de las líderes que más nos ayudó en esa triste época en el Caguán”.
Vivir en la selva
Con los otros gobiernos que siguieron después del Plan Colombia, los campesinos volvieron a recuperar un poco la paz y tranquilidad porque empezaron a llegar proyectos sobre derechos humanos.
“Hace cuatro años pude comprar una finca en la vereda Brasilia, donde vivo con mi esposa y dos de mis cuatro hijos varones. El terreno mide 140 hectáreas, de las cuales solo 40 utilizamos para sembrar pasto para el ganado. Las 100 restantes son una selva hermosa”.
Juan Carlos se dedicó a trabajar con el ganado y algunos cultivos en su finca. Dejó la mayor parte del bosque en pie porque algo dentro de su ser le decía que en el futuro le iba a representar alguna ganancia.
“Y así fue. Al Bajo Caguán llegaron varias entidades y organizaciones como el Sinchi para trabajar con los campesinos en proyectos que permitieran cuidar y aprovechar de una buena manera los bosques; como yo tenía bastante, me metía en todos”.
Cuando llegó la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS) a trabajar un proyecto de forestería comunitaria, Juan Carlos fue uno de los primeros en aceptar. “Fue como en 2021 y les dije que quería hacer un proyecto de corredores productivos”.
El objetivo era crear un corredor con árboles maderables, frutales y productos como yuca en una de las zonas de pastizales para conectar los relictos de bosque que ha conservado. “El corredor va muy bien porque los técnicos de la fundación están siempre en el territorio asesorándonos”.
La FCDS le dio los insumos para el corredor, como las plántulas, árboles maderables, alambres y una planta solar para la cerca. “Quiero hacer más corredores alrededor de los potreros. Los árboles van a crecer frondosos y se conectarán con el bosque”.
Como presidente de la junta de la vereda Brasilia, Juan Carlos ahora lleva el mensaje de la conservación a su comunidad. “Aprendí que es mejor tener un árbol en pie que cien tumbados. Le digo a mis vecinos que cuidando y aprovechando el bosque nos podemos beneficiar bastante”.
Los jaguares o tigres que su papá se vio obligado a cazar para sobrevivir, aún siguen bastante presentes en la zona. “He visto muchos en el bosque de mi finca, pero a veces las personas los atacan porque ellos se comen las vacas; debemos recordar que es su hogar”.
Juan Carlos define al Bajo Caguán como un paraíso en medio del mayor pulmón del mundo. “Acá hay de todo, como dantas o tapires enormes e incluso panteras grises. Estos animales no son para cazar; solo comemos carne de monte de boruga”.
También asegura que la selva amazónica es como una gran nevera. “Jamás hemos pasado hambre porque todo no lo da el río o el bosque. Sin embargo, acá todo es muy caro: una panela vale 15.000 pesos y un trayecto desde Cartagena hasta el Bajo Caguán no baja de 180.000”.