La semana que viene habrá un importante encuentro de ministros, presidentes, organizaciones indígenas, sociedad civil organizada y cooperantes de los países amazónicos en la ciudad de Leticia.
Será un encuentro donde se pondrán las apuestas para llevar a la reunión de la OTCA en agosto, en Belém do Pará, Brasil. Pero, lo más significativo es un esfuerzo dentro de las diferencias de orientación política de cada país, para generar consensos frente a la discusión internacional de la financiación climática, así como las acciones conjuntas que se pueden generar entre países para la protección del bioma, su desarrollo económico sostenible y su gobernanza.
Históricamente, la posición de Brasil en la cuenca amazónica ha sido predominante en el contexto internacional, en particular por su tamaño, así como por su capacidad institucional y política para llevar a cabo importantes implementaciones. En los últimos años, los demás países de la cuenca occidental de la Amazonia han llamado la atención sobre la necesidad de balancear el apoyo en la protección de la cuenca desde estos países, y Colombia emerge con un liderazgo significativo.
Y sí, la Amazonia occidental tiene un valor enorme. Los grandes ríos que alimentan el Amazonas, nacen en sus cordilleras. El efecto de las cordilleras permite que la evapotranspiración arrastrada por los vientos alisios se precipite y regrese superficialmente al mar, y otra gran parte se distribuya por el continente.
La biodiversidad va aumentando en la medida que se acerca la planicie amazónica sobre los Andes. La franja con mayor densidad de pueblos indígenas en aislamiento voluntario está precisamente en este encuentro de la frontera brasilera con los países de la Amazonia occidental. Los conjuntos de parques nacionales, territorios indígenas, y zonas forestales más importantes y contiguos de la Amazonia se encuentran allí. Estos elementos propician una grandísima oportunidad en una acción conjunta entre países.
Pero, de igual manera, una serie de transformaciones se están dando en ese mismo territorio. Enormes represas se han creado, respondiendo a la demanda de energía para la industria de los metales en Brasil, con fuertes repercusiones en Bolivia. Centenares de dragas se expanden por las zonas de frontera en medio del imparable mercado del oro, y con una herencia política expansionista del inhabilitado Bolsonaro, que se siente más que nunca entre Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia.
Proyectos de transporte, que hacen la interconexión soñada para muchos entre Brasil y el Pacífico, a pesar del estruendoso fracaso de la Interoceánica sur, herencia de Alan. Y así, en Venezuela el Arco minero; en Bolivia, el altiplano asalta la planicie amazónica con soya, vías, oro y colonización; en Ecuador, entre petróleo cercando Yasuní y la palma avanzando en Sucumbíos, la extracción de maderas para el mercado chino; Perú, sumido entre minería, avances de la coca, las maderas y proyectos viales que parten la selva.
El comercio de drogas, madera, fauna silvestre, armas, personas, oro, coltán, entre otros, se concentra allí, en ese enorme espacio donde confluyen los territorios más lejanos de los centros de poder político de estos países, tanto de la zona pacífica como atlántica. Y la macrocriminalidad lo sabe, lo conoce y lo usa. ¿Cómo articular una aplicación de la ley en los grandes poderes económicos y de corrupción que mueven este negocio?
Las necesidades de revisar las políticas de desarrollo de cada país, en tiempos donde los impactos sinérgicos pueden acercarnos cada vez al punto de no retorno en el funcionamiento de la Amazonia, es perentorio. Tremendo reto para un encuentro de esta naturaleza. ¿Se dará el paso?
Posibilidades de integración saltan a la vista. De una parte, los sistemas de monitoreo sobre la selva amazónica deben ser cada vez más integrados, entre todos los países, con información de calidad, en tiempo real, y con agencias interconectadas que permitan potencializar las acciones y decisiones comunes.
La investigación debe ser punto crucial en la integración. Universidades, grupos de investigación, formación, entrenamiento deben ser la base para la toma de decisiones en el marco de cada país y de los acuerdos conjuntos sobre el manejo de la cuenca. La reunión de Leticia tendrá un espacio específico, donde la ciencia pondrá su información y conocimiento al servicio de las decisiones políticas. Eso debe ser una constante y no una excepción.
Los territorios indígenas están más acechados que nunca; entre el narcotráfico, la minería, la extracción de madera, los “Carbon cowboys”, y cuando no, la expansión de grupos armados colombianos, hacen de estas zonas una prioridad de atención. Los indígenas reclaman, y con razón, un espacio de decisión y de integración. Además de las amenazas externas, también su legitimidad, arraigo territorial, inclusión de las mujeres, coqueteos con la corrupción serán temas obligados en una agenda de integración regional.
Las áreas protegidas, como nodos en la conectividad macrorregional, juegan un papel crucial. Muchos años de trabajo en modelos de coordinación entre áreas deben llevar a una decisión de fortalecimiento, manejo, participación y monitoreo del sistema regional amazónico de áreas protegidas, probablemente, el más fuerte de todo el planeta.
Es el momento de visualizar el rol de cada área, dentro de un enorme mosaico que está preservando la diversidad, los servicios ambientales, y los territorios socioculturales más importantes del planeta. Es difícil negarse a ver el rol de integración fronteriza de las áreas protegidas y territorios indígenas cuando el mayor número de kilómetros entre países está marcado por estas figuras.
¿Será hora de plantear esquemas novedosos de manejo e integración más allá de las fronteras? Para el caso colombiano, desde años atrás, hemos mencionado la potencialidad de integración de áreas binacionales con Venezuela, Brasil, Perú y Ecuador. Gobernabilidad y desarrollo económico sostenible son el norte de estos procesos.
Es el momento de que cada una de estas y otras variables incidan en fortalecer esa decisión política de integración regional frente a la protección amazónica. También en focalizar los esfuerzos para llamar la atención en esa zona de encuentro entre el occidente brasilero y los países de la Amazonia pacífica. Las oportunidades y amenazas se conjugan en un momento político en el que Colombia puede jugar un papel decisivo.
La sociedad civil tendrá un espacio fundamental en este proceso. Cada Gobierno viene con sus agendas, y suelen cambiar cada periodo electoral. Pero, los pueblos indígenas, las organizaciones sociales y campesinas, las ONG de cada país permanecerán en estos territorios, y son la memoria viva de lo que sucede allí. Obvio, los derechos de las comunidades están por encima de cualquier consideración, y serán las guías de la agenda de largo plazo para proteger sus derechos en sus territorios.
Pero, solo articulando, podremos tener incidencia. La cooperación internacional, también deberá, en lo posible, mantener una agenda de apoyo gubernamental y de la sociedad civil en forma paralela y balanceadas. Los resultados hablan por sí solos.
Estamos ante un escenario gubernamental y civil, crucial. Haremos lo posible para darle el mayor provecho. Seguro que sí.