La existencia de pueblos indígenas en aislamiento voluntario, dentro del Parque Nacional Chiribiquete, fue un elemento decisivo en su ampliación y delimitación final.
A finales del siglo XVII, parte de los últimos grupos Carijona fueron avistados entre las cuencas altas de los ríos Yari, Camuya, Yaya Ayaya, Ajaju, y Magiña. Al otro lado de la Serranía, en las cabeceras del Mirití y Yaviya, los Urumi, otro grupo, deciden que su pervivencia depende de no tener contacto con la cultura “blanca” y se aislan en el interior de la selva.
A principios del siglo XX, cuando los caucheros de Araracuara fueron a buscar las familias Huitoto que habían huido del genocidio, encontraron nuevamente los rastrojos, “caminaderos”, y señales de su presencia. Luego, fotos en libros de Germán Castro Caycedo, y, llegando al presente, las investigaciones arqueológicas de las pinturas rupestres, indican que Chiribiquete sigue siendo un centro ceremonial, donde las pinturas de tiempo presente confirman la persistencia en el tiempo de estos grupos que han habitado y preservado el corazón de la selva amazónica colombiana.
Algo similar ocurrió con los Yuri en la cuenca del Puré, donde luego de ser reseñados en el famoso libro Perdido en el Amazonas, hay encuentros fortuitos que dan como resultado la captura de una familia indígena que posteriormente logra, de manera increíble, retornar a su territorio, en una misión fallida de “búsqueda” liderada por colonos y curas, para “traerlos a la civilización”.
Empezando este siglo XXI, se declaró el Parque Nacional Río Puré, y dentro de sus objetivos de creación se señaló la protección del territorio de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAV), siendo la primera vez en la historia del país que se reconocía su existencia, y su derecho al aislamiento. Ese derecho al aislamiento se reitera en la ampliación de Chiribiquete, y se incluye dentro de su zonificación, siendo esta una novedosa forma de reconocer una figura territorial para pueblos en aislamiento, que a diferencia de lo que ocurre en países como Brasil o Perú -donde se crean reservas específicas para aislados- se conjugan con la protección a perpetuidad, del suelo y subsuelo.
Sin embargo, en estos tiempos de disputas territoriales crecientes, donde confluyen conflictos socioambientales y la confrontación bélica, la amenaza sobre los pueblos en aislamiento se ha acrecentado y estamos llegando a un punto muy probable de contacto indeseado. Sobre una vía bajo el bosque, hecha por las Farc antes del acuerdo de paz, y sobre la cual no había población colona, que arranca abajo del río La Tunia, y se adentra en el corazón de Chiribiquete, se ha venido asentando un grupo de colonos, con extraña capacidad para adentrar maquinaria pesada, hacer puentes, deforestar a lado y lado de la vía, y seguir “monte adentro”. Más abajo, en las cabeceras del Yari, donde deja la sabana y entra a la selva, una serie de lotes, de los más grandes encontrados recientemente en toda la región, conectan el Caguán, el Yari y las sabanas, con una capacidad de inversión, llamativa, por decir lo menos.
En el Puré, las dragas provenientes de Brasil, y los mercaderes de la droga, pasan por los ríos que lo tributan, ya sea Aguanegra o el Bernardo que viene del Caquetá. Verdaderos corredores que atraviesan lo más cercano al territorio de los aislados, que como en todos los mitos de piratas y corsarios, buscan encontrar a los indios que “caminan sobre pepas de oro”. El desprecio por lo indígena, por el aislamiento, por la vida nomádica, se ve reflejado en cada paso que dan hacia el interior de sus territorios, con motosierra, draga, retroexcavadora y vacas, cuando no con minas antipersonales, reclutamientos, cocales, u otras formas de violencia explícita, como ha ocurrido en los últimos 40 años, desde que los nukak-maku fueran “contactados” por esta “cultura”.
La respuesta institucional, en el caso Nukak, ha sido fatal. Han sido desplazados de su territorio, invadidos, se han realizado inversiones que consolidan a los invasores, se vacunan las vacas de quienes invaden, se los asila en fincas donde luego quedan a merced de “la asistencia alimentaria”, que es una forma de adicción a los azucares y sal de nuestra dieta; casos aberrantes de violación y maltrato de quienes se llaman “agentes del orden y la seguridad”, que además responde a una histórica incapacidad de las Fuerzas Militares para cambiar la política de instrucción y vigilancia a sus miembros en su relación con pueblos indígenas, en particular con menores de edad y mujeres.
Es necesario señalar que estamos llegando a un inminente contacto no deseado, para los pueblos indígenas en aislamiento voluntario. Que en virtud de esta situación, es necesario llevar este tema a la mesa de diálogos con el EMC, así como con toda la institucionalidad encargada de la protección de estos pueblos y sus territorios. Es necesario que los datos de monitoreo en cambios de cobertura, deforestación, apertura de vías, entrada de embarcaciones, estén sobre la mesa de quienes depende la supervivencia de nuestro más importante legado cultural: nuestros antepasados recientes vivos, que no fueron dominados por la conquista y la barbarie.
El reconocimiento de derecho al aislamiento y a su territorio es una de las más grandes conquistas de todos los tiempos en este país, que además tiene el privilegio de verlo expresado en los bosques y paisajes mejor conservados de nuestra Amazonia, recibiendo todos los beneficios climáticos que representan los millones de hectáreas que se conservan por esta forma de vida. Un reconocimiento y agradecimiento permanente por su aporte a nuestro bienestar, es preservar su territorio, y por ende su vida.
La última vez que vi, hace unos meses, la maloca de un grupo en aislamiento, no sabía si aún estaban allí, o habían sido desplazados, o muertos en un encuentro violento con invasores, o acabados por una epidemia de gripa. Unos segundos después, que parecieron un siglo de mi ansiedad, logré ver, una cortinilla de humo, que salía de la maloca, indicándome que el fuego estaba prendido, y con él, la vida de los aislados. Ese humo me da la fuerza para seguir trabajando por esta causa, así suene perdida como me dijo Roberto Franco, antes de caer en una avioneta cerca de Araracuara, trabajando por su protección.