Diana Quintero sacó adelante a sus tres hijos en el Bajo Caguán con la ganadería, pero no sacrificó grandes extensiones de bosque para meter vacas. “En mi finca demuestro que sí es posible tener ganado y conservar el monte. Ahora voy a hacer bebidas lácteas y postres con algunos frutos de la selva”.
Aunque lleva casi tres décadas en el Bajo Caguán, una zona selvática del departamento de Çaquetá, Diana Quintero no ha perdido el acento típico de una región colombiana conocida por la producción de achiras.
“Nací en Neiva, capital del Huila, y allí estuve hasta los 14 años. Cuando mis padres se separaron, mi mamá se fue a aventurar en las selvas de Cartagena del Chairá con su nueva pareja. Llegó a la vereda Caño Santo Domingo y a los pocos meses yo me fui para allá”.
Según esta huilense de voz fuerte y sonrisa contagiosa, nadie la obligó a quedarse en el territorio selvático bañado por las aguas del río Caguán. Se enamoró de la región, consiguió esposo y vivió muy bien por la bonanza de la coca.
“Todos los habitantes del Bajo Caguán vivimos de la coca. Con mi esposo compramos tierras en dos veredas: Monserrate y Buena Vista. En esa época el dinero se veía en toda la zona rural de Cartagena del Chairá”.
Cuando el Estado empezó a meter en cintura los cultivos ilícitos e iniciaron los conflictos con la guerrilla de las FARC, la coca palideció. “Nos tocó cambiar de actividad y la única opción rentable era la ganadería”.
Las dos fincas de Diana superan las 300 hectáreas; la más grande es la de Buena Vista. “Desde que empecé con la ganadería comprendí que no debía acabar con todo el bosque de las fincas. Por eso dejé bastante selva en pie y solo hice pocos potreros para el ganado”.
Con la venta y cría de ganado, esta huilense y su esposo sacaron adelante a sus tres hijos. “Hay muchos campesinos que han depredado el bosque porque hacen ganadería extensiva. Yo siempre supe que podía tener vacas en pequeños espacios y generar más ganancias”.
Desde hace algunos años está dedicada a reverdecer los potreros donde pastan cerca de 150 vacas. “Con un proyecto de TNC (The Nature Conservancy) planto árboles maderables y no maderables en los potreros, algo que los expertos llaman sistemas silvopastoriles”.
La huilense saca pecho por el agua que cuida en sus fincas. Ambas cuentan con nacimientos de agua y están atravesadas por hilos cristalinos. “Tener agua es un tesoro invaluable”.
Lácteos de la selva
La Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS) empezó a trabajar el proyecto de forestería comunitaria con los campesinos del Bajo Caguán en el año 2021. Diana se inclinó por la línea de superalimentos.
“Una de las condiciones para participar en el proyecto era tener y cuidar los bosques. Luego nos dijeron que teníamos que formular una iniciativa y me interesó los superalimentos, es decir la transformación y comercialización de los productos no maderables del bosque”.
Diana quería aprovechar el ganado de sus fincas para darle vida a su propia iniciativa. “Les dije a los expertos de la FCDS que quería elaborar lácteos, como yogures y helados. La materia prima que tengo es la leche de las vacas”.
El proyecto de esta huilense fue aprobado por la fundación. En el acta de compromiso que firmó se comprometió a no afectar las hectáreas boscosas de sus fincas. “Es lo que llevo haciendo desde hace décadas”.
202 iniciativas de bosques productivos tienen luz verde en el Bajo Caguán por parte de la FCDS. Cuatro, incluída la de Diana, son de productos transformados de los bosques o de la forestería comunitaria.
La propuesta inicial de Diana fue perfeccionada por Viviana González, una ingeniera de alimentos del municipio de El Doncello que fue contratada por la fundación para que apoyara las cuatro iniciativas de los transformados del bosque.
“Diana quería hacer yogures y venderlos en presentaciones de un litro. Sin embargo, evidencié que el transporte, almacenamiento y comercialización de estos productos presentan muchas dificultades en el Bajo Caguán”, dijo la ingeniera.
Viviana le propuso elaborar bebidas lácteas con parte del suero del queso y sacarlas en bolsitas de 200 y 50 mililitros como refrescos congelados y líquidos.
“Me dijeron que así será mucho más fácil comercializar los productos. Es mejor encontrar 10 clientes que paguen 2.000 pesos por el refresco de bebida láctea”.
El arequipe también hará parte del proyecto. La ingeniera le propuso venderlo en dos presentaciones: una bolsa personal para el consumo inmediato y otra grande de un kilo para las panaderías.
“También vamos a hacer panelitas cuadradas, uno de los productos que más consumen en la región. Como en las fincas tengo muchos árboles amazónicos como el arazá y copoazú, quiero fusionar estos sabores en los yogures y demás derivados”.
Para que el negocio de lácteos se convierta en realidad, en los corrido de este año Diana recibirá varios insumos por parte FCDS, como un kit solar, enfriador, congelador, ollas y una envasadora.
“Viviana nos ayudará a instalar los equipos y preparar los primeros productos. Estoy muy entusiasmada con estos lácteos y los veo como un regalo caído del cielo por haber conservado mucho bosque”.
Diana tiene dos nuevos retos: pensar en el nombre y logo del emprendimiento. “No soy muy buena con los nombres, pero pienso que debe tener las palabras lácteos, Caguán y selva. También me gustaría que plasmara que no toda la ganadería es sinónimo de deforestación”.
En cuanto al logo, la huilense considera que es necesario incluir al bosque, las vacas y los lácteos. “Sería bonito como unas vacas en medio del bosque y donde se resalte un yogur o un arequipe”.
Con este proyecto de bosques productivos quiere dejar un mensaje poderoso: que la ganadería sí puede ser amiga de la naturaleza. “Podemos tener vacas en pequeñas zonas, sitios que además se van reforestando con la plantación de otros árboles. Talar a lo loco solo genera pérdidas”.