Escribo esta columna en un día memorable para el planeta en este siglo. Miles de personas en todo el mundo salen a las calles a exigir mayor acción de sus gobiernos contra el cambio climático.
Una movilización enorme, que reúne gente de diversas edades, culturas, tendencias políticas. Una expresión genuina de ciudadanía, empoderada de la discusión sobre desarrollo y clima que exige una reacción contundente ante las señales que nos da el planeta, cada vez más preocupantes. Semanas atrás presidentes de todo el mundo, la prensa, científicos, indígenas, ONG, campesinos, empresas, y muchos grupos más reaccionaban con enorme preocupación por los incendios en la Amazonia brasileña.
El presidente de Colombia lideró una reunión en Leticia, donde fue apropiada la relevancia que le dio. Interesantes los planteamientos, a pesar de las restricciones que se enuncian frente a la financiación y el ejercicio de la “soberanía”. No tocar el tema de los modelos de desarrollo amazónico fue políticamente correcto, pero estructuralmente cuestionable. Al cierre de esta edición ocurría la Cumbre del Clima y la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York.
Allí también hubo un espacio donde líderes de todo el mundo pusieron las cartas sobre la mesa respecto de sus apuestas alrededor del cambio climático. Todo, en el calor de la movilización mundial por el clima. Entre tanto, en Colombia, las elecciones de gobiernos departamentales y municipales avanzan, con una dosis enorme de violencia, populismo y corrupción. Un coctel indeseable para un país que pretende consolidar un proceso de paz. Con escasas excepciones, los candidatos siguen llenando su agenda con modelos de desarrollo convencional.
Adicional a ello, el sistema clientelista es el que manda: promesas de trabajo (a cuotas, según la oferta del cliente), servicios públicos, contratos, tierras…. En fin, el modelo de política que se tomó a Colombia. Calles tapizadas de vallas con los sonrientes candidatos que despedazan territorios en función de sus acuerdos. Las zonas con la mayor tasa de deforestación del país resaltan por la pobreza conceptual de sus candidatos –en el mejor de los casos– o por lo siniestras de sus posibles alianzas e intereses económicos, que agencian para los grupos de poder en el territorio.
Mientras tanto, indígenas, campesinos, ciudadanos del común, esperando cómo adaptarse a los nuevos barones de turno. Son mayoría poblacional, pero no expresión de poder político. Y, ¿qué ocurre con el movimiento ambiental? Si bien Colombia cuenta con innumerables científicos, gestores, organizaciones civiles y gubernamentales que resaltan por su calidad en el contexto internacional, no se caracteriza por tener una expresión política fuerte.
Y no es solamente que exista un partido político que se denomine Verde, sino que en todos los movimientos y agremiaciones debería existir una agenda política ambiental. Dado que somos un país tan diverso, por no decir fracturado, será importante que en cada vertiente se desarrollen las agendas y postulados que impulsarán, ajustados a las realidades nacionales y locales.
Las cada vez más frecuentes fricciones sobre modelos de desarrollo y su impacto en el cambio climático y la diversidad requieren de una elaboración política de todos los grupos ambientales que hay en el territorio, y su inclusión en los partidos de su predilección. No basta con protestar, hay que actuar, en política y con consecuencia.