- Flor Matilde Acevedo, habitante del corregimiento El Capricho en San José del Guaviare, es una guerrera amazónica que no se ha dejado vencer por los múltiples golpes del destino, como la pérdida de su segundo esposo por la violencia.
- Esta guaviarense trabaja duro para sacar adelante a sus cinco hijos y encontró el mayor bálsamo para curar las heridas en la cocina, un arte que aprendió de niña y perfecciona todos los días.
- Con el apoyo de la FCDS, esta campesina aprendió a fusionar los frutos del bosque, como arazá, asaí, copoazú y borojó, en productos como galletas, tortas, helados y gelatinas.
- Nueva entrega de #CrónicasDelBosque de la FCDS en la #COP16Colombia, historias de los guardianes de la naturaleza.
Una mujer tímida, de pocas palabras y bastante seria. Esa es la primera impresión que da Flor Matilde Acevedo, una campesina con una mirada profunda, analítica y a veces cortante que pasó su niñez y adolescencia en varias zonas del Guaviare y Meta.
No hace falta que pronuncie una sola palabra para saber que ha trabajado duro en el campo. Su rostro, libre de maquillaje, exhibe esas manchas y pecas carmelitas que aparecen al estar mucho tiempo bajo los candentes rayos del sol.
Sus manos tienen varias ampollas y son de una textura áspera. Sus brazos fornidos cuentan con cicatrices similares a las que quedan al cortarse con un alambre de púas y las piernas no le tiemblan a pesar de llevar más de dos horas de pie.
Flor Matilde no siente ardor en sus dedos al coger la oreja de una olleta con café hirviendo. “Así nos pasa a las campesinas, un título que llevo con mucho orgullo”, dice con una voz fuerte y segura después de vencer un poco la desconfianza.
Aunque nació hace 47 años en Puerto Asís, municipio del departamento del Putumayo, en su mente no habita un solo recuerdo del pueblo. La razón: cuando apenas tenía dos años, sus papás cambiaron de rumbo y se fueron a vivir a las selvas húmedas del Guaviare.
“Con mis padres y cuatro hermanos llegamos al Carbón, sitio ubicado al lado del río Guayabero. Mi papá fue un hombre muy aventurero: nació en Arauca, vivió en muchas partes del Casanare y Meta y, cuando llegó al Putumayo, nací yo”.
La familia luego se organizó en el corregimiento El Capricho, en la zona rural de San José del Guaviare. Flor Matilde y sus hermanos aprendieron a trabajar la tierra y criar los animales de corral, actividades que intercalaban con sus estudios en la escuela.
Su madre le enseñó a cocinar varios platos típicos y postres, enseñanzas que Flor Matilde atesora. “Recuerdo mucho cuando aprendí a preparar una torta. Desde ese momento, la cocina se apoderó de todo mi ser”.
Estudió en la escuela de El Capricho hasta los siete años, tiempo en el que estuvo interna y terminó cuarto de primaria. “Luego, mis papás me enviaron a Mesetas (Meta), donde vivía mi abuela, y allá hice el quinto grado”.
Madre adolescente
Al terminar la primaria, Flor Matilde se fue a vivir al municipio de Guamal (Meta) para estudiar el bachillerato. Cuando cumplió los 14 años, el amor se le atravesó y se convirtió en una madre adolescente.
“Tuvimos tres hijos, dos hombres y una mujer. Al mayor lo tuve a los 15 años y a la niña a los 19. La relación no funcionó y nos separamos; me regresé a El Capricho convertida en madre cabeza de familia”.
A pesar de sus responsabilidades como madre, Flor Matilde pudo terminar el bachillerato en El Capricho. Decidió darle una nueva oportunidad al amor: se casó con un hombre muy trabajador con el que tuvo dos hijos más, hoy de 21 y 10 años.
“La coca era la que movía la economía en todo el departamento, una bonanza con un flujo de plata impresionante y demasiada violencia. Trabajé raspando monte (raspachín), cocinando en los laboratorios y fumigando”.
Flor Matilde recuerda que la gente del Guaviare abandonó los demás cultivos de pancoger, como la yuca, maíz y piña, y se dedicó de lleno a la coca. “Ninguno pensaba que, años después, llegaría una crisis que nos pondría a aguantar hambre”.
La madre de cinco hijos fue testigo de la desaparición de muchos bosques húmedos tropicales de la Amazonia por la actividad cocalera. “La gente no supo administrar las fincas y tumbó toda la selva. Luego de la coca, empezaron con la ganadería”.
A cuidar el bosque
El presidente de la Junta de Acción Comunal le propuso trabajar como secretaria en la institución educativa José Miguel López Calle de El Capricho, corregimiento donde Flor Matilde compró un lote y construyó una casa para vivir con sus cinco hijos y su nuevo esposo.
“Como hice un curso de sistemas, me sentía preparada para el puesto. Pasé la hoja de vida y me contrataron como secretaria académica del colegio, donde trabajé durante 15 años y pude hacer un técnico agropecuario con el SENA”.
En sus años como secretaria, unos padres de familia le contaron que estaban entregando tierras en La Tortuga, vereda de El Capricho ubicada a dos horas del caserío. “Yo soñaba con tener un predio lleno de bosque para poder sacar los frutos y fusionarlos en mis platos culinarios”.
El 25 de diciembre de 2008 le entregaron 50 hectáreas llenas de bosque virgen. “Mi objetivo era conservar la mayor cantidad de selva posible; sabía que si la tumbaba, el predio no tendría valor en el futuro”.
Como no quiso talar ni meterle candela al bosque, la gente pensó que Flor Matilde no estaba interesada en el predio. “Me invadieron 30 hectáreas. Sigo luchando por conservar las 20 hectáreas que me dejaron; mi finca se llama Las Estaciones”.
Esta guerrera amazónica destinó cuatro hectáreas para sembrar árboles frutales y maderables y cultivos como yuca, plátano, batata y piña. Construyó una pequeña maloca para dormir cuando va a la finca a sembrar y cosechar, una vez al mes en promedio.
Forestería comunitaria
A mediados de la década de 2010, un programa llamado Mujeres Ahorradoras llegó a El Capricho para ayudar a las campesinas del corregimiento. Flor Matilde conoció a Martha Galeano, una líder ambiental que se convirtió en su mejor amiga.
“Los profesionales del programa nos propusieron hacer una asociación de mujeres para poder sacar proyectos juntas. Varias personas externas nos ayudaron a hacer los estatutos, registros y la inscripción ante la Cámara de Comercio para formalizarnos».
Así nació la Asociación de Familias Productivas del Capricho Guaviare (Asofaprocagua), conformada por 30 mujeres y siete hombres. “Una de las mujeres nos prestó un predio y montamos la granja de Las Caprichosas, nombre con el que somos conocidas en el territorio”.
En 2019, Martha le comentó a Flor Matilde que la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) quería trabajar con los campesinos del Guaviare en varios proyectos de forestería comunitaria.
“Con otras cinco mujeres de Asofaprocagua fuimos a las socializaciones de la fundación. Yo quedé muy contenta porque los proyectos eran para cuidar y aprovechar bien el bosque, es decir conservar el hogar de los animales de la selva y poder generar recursos económicos”.
Las mujeres formularon dos proyectos: un vivero de especies nativas en la finca de la asociación y una empresa comunitaria para transformar frutos del bosque como asaí, arazá, copoazú, borojó y chontaduro.
“Todas compartimos el gusto y pasión por la cocina. Lo que más quería hacer eran cosas novedosas con los frutos del bosque que hay en mi finca, tanto dulces como de sal. Un profesional de la FCDS nos propuso hacer tortas, galletas, helados y bebidas como chicha”.
Martha, a quien Flor Matilde considera como parte de su familia, puso el predio para darle vida a “Delicias del bosque”, un negocio donde venden los productos que elaboran con los frutos del bosque amazónico.
“Algunas máquinas, como las neveras, repisas, licuadoras y la loza, nos las dio la Embajada de Noruega, que se encarga de financiar los proyectos de forestería comunitaria de la FCDS. Nosotras compramos el horno, estufa y otros insumos”.
Mientras le daban forma a su futuro negocio amazónico, una tragedia nubló el cielo de Flor Matilde. Su segundo esposo, el padre de sus dos hijos menores, fue asesinado en el Guaviare y volvió a quedar como madre cabeza de familia.
“La violencia me quitó a mi segundo esposo, una pérdida de la cual nunca me recuperaré. Gracias a Dios conocí a otro hombre muy trabajador con el que vivo actualmente y quiere mucho a mis dos hijos menores”.
Laboratorio culinario
Las Caprichosas abrieron su local en septiembre de 2022, algo que llena de orgullo a Flor Matilde. “Es un proyecto muy bonito porque estamos dando a conocer la importancia de estos frutos, manjares del bosque que son nutritivos, saludables y orgánicos”.
La cocina del negocio se convirtió en el laboratorio culinario de estas mujeres de El Capricho, en especial de Flor Matilde, una mujer que en la cocina ha encontrado un bálsamo para sanar un poco las heridas del pasado.
“Me gusta mucho cocinar y dicen que tengo muy buena sazón. En nuestra cocina experimentamos con varios platos y frutos del bosque; hace poco hice una gelatina de copoazú que le gustó mucho a la gente”.
Su plato favorito son las tortas, receta que le enseñó su mamá cuando era niña. “Quiero innovar con la cocina de sal para ver a qué saben los frutos del bosque. La cocina es muy bonita porque permite experimentar con todo; es mi escuela diaria”.
Las Caprichosas se convirtieron en un ícono en El Capricho. Según Flor Matilde, la gente entra al negocio por curiosidad y dicen que quieren probar esos frutos raros. “Yo les contesto que no sabíamos de su rico sabor porque hemos quemado y talado su hogar: el bosque”.
Estas mujeres con alma y corazón de selva sueñan con consolidar una empresa legalizada que les brinde empleo a muchas mujeres madres cabeza de familia.
La FCDS las ha asesorado para que saquen todos los papeles necesarios y así cumplan su sueño, como el registro del Invima y certificados de la Cámara de Comercio. La meta es comercializar primero a nivel departamental.
“Mis dos hijos menores me apoyan mucho para que siga creciendo como empresaria. Sebastián, que tiene 21 años, me ayuda a sembrar asaí y copoazú en la finca; y el más pequeño se la pasa a mi lado probando mis experimentos culinarios”.
Forestería comunitaria en la COP16
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP) es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de las Naciones Unidas.
Este año, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, la ciudad de Cali es el escenario de la COP16, un encuentro donde se realizará la primera evaluación de las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal.
A través de programas como el de forestería comunitaria, el cual busca promover el uso sostenible de la biodiversidad, Colombia avanza en el cumplimiento de varias metas del plan de acción nacional de biodiversidad de dicho Marco.
- Meta 2: garantizar que para 2030 al menos un 30% de las zonas de ecosistemas terrestres degradados estén siendo objeto de una restauración efectiva.
- Meta 9: proporcionar beneficios sociales, económicos y ambientales a las personas que más dependen de la biodiversidad mediante actividades, productos y servicios sostenibles basados en la biodiversidad.
- Meta 10: garantizar que las superficies dedicadas a la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura se gestionen de manera sostenible a través de la utilización sostenible de la diversidad biológica.
- Meta 11: restaurar, mantener y mejorar las contribuciones de la naturaleza a las personas mediante soluciones basadas en la naturaleza o enfoques basados en los ecosistemas.
- Meta 16: garantizar que se aliente y apoye a las personas para que elijan opciones de consumo sostenible.
- Meta 22: garantizar la participación y representación plena, equitativa, inclusiva, efectiva y con perspectiva de género de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la toma de decisiones.
- Meta 23: garantizar la igualdad de género en la implementación del Marco mediante un enfoque con perspectiva de género en el cual todas las mujeres y las niñas tengan igualdad de oportunidades y capacidad para contribuir a los tres objetivos del Convenio.