- En pleno despertar de la adolescencia, Martha Galeano dejó atrás las tierras santandereanas que la vieron nacer para tener una mejor calidad de vida en el Guaviare, un departamento amazónico que la enamoró.
- Durante varios años, esta campesina y su familia sobrevivieron de la coca, en ese entonces la principal actividad económica de la región.
- Su rumbo cambió cuando comprendió que el bosque podía aprovecharse sin ser talado, un descubrimiento que la convirtió en lideresa ambiental y guardiana de la selva.
- La santandereana hace parte de Las Caprichosas, un grupo de mujeres del corregimiento El Capricho que preparan galletas, tortas, helados y bebidas con frutos amazónicos como el arazá, copoazú, seje, asaí y borojó.
- Nueva entrega de #CrónicasDelBosque de la FCDS en la #COP16Colombia, historias de las personas que lideran proyectos de forestería comunitaria.
A las cinco de la mañana, cuando el sol aun está oculto en el oriente y solo se escuchan los cantos de las ranas y alcaravanes, los habitantes del caserío de El Capricho, corregimiento de San José del Guaviare, ya están bañados, vestidos y listos para trabajar.
Los primeros arreboles rosados en el cielo dejan ver cómo algunas motos y carros viejos levantan el polvo rojizo que cubre la vía principal, una tocha que los conduce hacia fincas lejanas llenas de ganado, yuca, piña, chontaduro y maíz.
Martha Galeano, una santandereana que llegó al Guaviare hace dos décadas, abre las puertas de Las Caprichosas, un negocio que conformó con varias mujeres del corregimiento donde los frutos del bosque son los protagonistas.
Esta campesina de estatura mediana y acento marcado enciende los fogones de la estufa para preparar el café, un olor que se mezcla con el viento fresco de la madrugada. Durante las primeras horas del día, el negocio funciona como el tinteadero del pueblo.
“Todos los días, sin falta alguna, muchos trabajadores llegan a Las Caprichosas a tomarse el primer tinto de la jornada. Los que no alcanzan a desayunar en la casa nos piden que les preparemos huevos con arroz y arepa”, cuenta Martha.
Los niños y jóvenes de la institución educativa de El Capricho también ingresan al negocio antes de ir al colegio. Compran las galletas o tortas que estas mujeres preparan con frutos del bosque como copoazú, arazá, asaí, borojó y seje.
“El negocio está abierto todos los días desde las cinco de la mañana hasta más o menos las nueve de la noche. En las tardes, cuando el calor se vuelve agobiante, lo que más vendemos son jugos de copoazú y arazá y chicha de seje”, asegura esta madre de una hija.
La transformación de los frutos del bosque en postres, bebidas y helados que hacen Las Caprichosas fue toda una novedad en El Capricho, un extenso corregimiento donde la mayoría de campesinos ni siquiera los cosechan.
“La Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) fue la que nos ayudó a darle vida a Las Caprichosas por medio de su programa de forestería comunitaria. Creo que en El Capricho somos las únicas que transformamos frutos del bosque”, informó la santandereana.
Martha no solo hace postres con los frutos del bosque. También tiene proyectos de abejas nativas y corredores productivos y hace parte de varias asociaciones y cooperativas campesinas que consolidaron viveros de especies nativas y transforman el asaí y seje en aceite y pulpa.
“Soy una de las lideresas ambientales y comunitarias más conocidas en el territorio, una mujer que trabaja a diario para poder vivir del bosque. Pero no siempre fue así: antes de ser defensora de la naturaleza tuve que pasar por muchas cosas”.
Raíces santandereanas
Bolívar, municipio del departamento de Santander, la vio nacer hace 39 años. Según Martha, tuvo una infancia feliz y tranquila en medio de las vacas, gallinas, cerdos y cultivos de caña y maíz de la finca familiar.
“Silvestre y Luz Amanda, mis papás, tuvieron cinco hijos, quienes aprendimos desde muy pequeños las labores del campo. A los cuatro años ya sabíamos alimentar a los animales de corral y sembrar cultivos”.
El camino a la escuela era un paseo de más de una hora a pie, trayecto donde Martha se deleitaba observando árboles de gran porte y extensos potreros decorados por bandadas de aves de todos los colores.
“Bolívar, que queda cerca de Vélez, es un pueblo de clima templado donde nunca presenciamos un acto de violencia. No sabíamos lo que era una balacera y jamás nos topamos con algún miembro de los grupos armados ilegales o el Ejército”.
La falta de dinero en el pueblo era el único inconveniente que tenía la familia. Por eso, varios de sus hermanos, tíos y abuelos cogieron rumbo hacia otras partes del país para tener una mejor calidad de vida.
Martha repitió esos pasos a los 17 años, cuando se fue a Barbosa (Santander) donde unos familiares. Pero por ser menor de edad no consiguió trabajo y tuvo que cambiar de rumbo otra vez. “Me fui a Bogotá y estuve dos meses trabajando en casas de familia; no me amañé en la nevera”.
En esa época, la mayoría de su familia ya estaba radicada en el Guaviare, departamento amazónico que durante la década de los años 80 era conocido como la cuna de la coca. “El rumor era que la economía de la coca daba mucha plata”.
La joven santandereana emprendió un viaje de más de tres días en flota para llegar hasta El Capricho, corregimiento de San José del Guaviare donde estaban sus abuelos, hermanos mayores y varios tíos. “Llegar fue toda una odisea; la carretera estaba destapada y llegué molida”.
Una tía le abrió las puertas de su casa. Martha recuerda que los zancudos de la selva húmeda se alimentaron de su sangre durante los primeros días en el corregimiento. “Yo era un manjar para los mosquitos. Luego me adapté y ya no me pica nada”.
Raspachines
El rumor de la coca en Guaviare era cierto. Todos los habitantes del departamento trabajaban en alguna de las actividades del negocio, como raspachines o producir la pasta en las cocinas y laboratorios.
Según Martha, toda la economía se movía con coca, la plata abundaba y la ganadería era incipiente. Los únicos que tenían ganado era gente con mucho dinero y poder.
Las personas que dirigían el negocio de la coca contrataban hasta 30 campesinos para raspar el monte o procesar la pasta. La santandereana trabajó en varias actividades y empezó a ahorrar para poder pagar algún lote.
“La economía era muy buena. Todos los campesinos podíamos trabajar y nos pagaban bien, algo que jamás vimos en Santander. Mis papás, que estaban en Bolívar, viajaron al Guaviare y compraron una finca en la vereda El Chuapal”.
A los 21 años, Martha se enamoró de un boyacense: Víctor Quintero, y al poco tiempo tuvieron a Yanely, su única hija. “Nos fuimos a vivir donde una tía en el caserío de El Capricho. Seguí trabajando con la coca en varias fincas y luego en almacenes de ropa y supermercados del pueblo”.
Con los ahorros del trabajo, los esposos compraron un lote en el caserío para construir su hogar, una casita de madera. La alegría se les desvaneció un poco con la llegada de la violencia por parte de los paramilitares, un grupo que sembró el miedo en todo el Guaviare.
Martha recuerda que todo el cuerpo le temblaba cuando tenía que ir hasta el casco urbano de San José del Guaviare a hacer un pago. “Los paras detenían los vehículos y mataban a los campesinos que pensaban que eran colaboradores de las FARC. Mucha gente murió así”.
Los enfrentamientos entre los grupos guerrilleros y el Ejército dejaron al campesinado en el medio. “No podíamos casi dormir por las balaceras de las noches. Nadie vivía en paz y siempre con miedo de caer en esos enfrentamientos”.
Bosque: la mayor víctima
El conflicto armado y las fumigaciones hicieron palidecer el lucrativo negocio de la coca en el Guaviare. Martha asegura que fue un cambio drástico para los campesinos porque se quedaron sin su principal medio de sustento.
“Con la coca veíamos las ganancias a los 45 días de sembrarla. Cuando empezó a bajar nos tocó sobrevivir con la venta de gallinas, huevos y cultivos de pancoger, algo muy duro porque estábamos acostumbrados a las ganancias de la coca”.
Martha y su esposo trabajaban en lo que saliera: ella lavaba ropa, hacía oficios en casas y atendía cantinas y supermercados; y él echando guadaña en las fincas, sembrando y cuidado algunas vacas.
En esa crisis surgió una nueva economía en el Guaviare: la ganadería extensiva. “Llegó mucha gente adinerada y montó fincas enormes para meter ganado. Los campesinos fuimos dejando los pocos cultivos y también nos dedicamos a la ganadería”.
La principal víctima de la llegada de la ganadería fue el bosque húmedo tropical del Guaviare. Según Martha, en la época de la coca cada persona tumbaba por mucho dos hectáreas de bosque, algo que con la ganadería se incrementó de una manera desbordada.
“Los finqueros tumban miles de hectáreas para abrir finca y meter el ganado. Además, varias personas lideraron la entrega de tierras baldías llenas de bosque para que los campesinos tomaran posesión; daban 100 hectáreas a las parejas y 50 hectáreas a los solos”.
Los esposos querían tener tierra para poder producir. Por eso fueron a varias reuniones en La Tortuga, una de las 32 veredas de El Capricho, ubicada a más de dos horas en moto del caserío, para conocer cómo era el tema de los baldíos.
“Nos dieron 50 hectáreas sin nacimiento de agua porque llegamos casi de últimos. La tarea era tumbar el bosque para tomar posesión y luego sembrar comida y construir una casita. Dejamos a la niña con una tía y nos fuimos varios días a La Tortuga”.
Las jornadas en el predio baldío empezaban a las dos de la mañana, cuando Martha se levantaba a hacer el desayuno y almuerzo. A las cinco salían hacia el bosque y allí permanecían más de 10 horas echando machete.
“Empezaron a presentarse conflictos entre la comunidad y por eso abandonamos el terreno. Eso fue en los primeros años de la década de 2010, cuando la deforestación se disparó en la zona por la falta de otras oportunidades; el bosque fue el que pagó el pato”.
Para esta campesina, el Gobierno Nacional tiene mucha responsabilidad en los altos índices de deforestación del Guaviare. “No nos dieron otra opción económica luego de la baja de la coca. Nadie se iba a dejar morir de hambre y por eso se tumbó mucho bosque para meter ganado”.
La santandereana afirma que la ganadería está aferrada en las tierras guaviarenses. El primer negocio fue con el queso y ahora la comunidad está más dedicada a la leche, que según Martha es más rentable. “Así se ha sostenido el Guaviare en los últimos años”.
Lideresa ambiental
En su pueblo natal, Martha solo pudo estudiar la primaria. Aunque soñaba con ser por lo menos bachiller, el arduo trabajo en las tierras guaviarenses, la crianza de su única hija y el mantenimiento de la casa, se lo impedían.
En 2013, Cafam llegó a El Capricho y les ofreció a los campesinos validar el bachillerato. La santandereana organizó su tiempo y negoció para estudiar en las tardes de los días martes y jueves.
“Al poco tiempo llegó una nueva oportunidad: un técnico en manejo ambiental del SENA para un grupo de 50 personas. El requisito era ser bachiller, pero les informé que estaba validando y fui escogida”.
Martha se graduó como técnica en 2015 y como bachiller en 2017. “Aunque desde niña me han gustado los árboles, el técnico fue el que me hizo enamorar profundamente de la naturaleza. Tomé la decisión de no volver a hacerle daño al bosque y me convertí en lideresa ambiental”.
La santandereana le compró 50 hectáreas a un señor de la vereda La Tortuga, un predio donde sobrevivió una gran tajada de bosque húmedo. “Construí una pequeña casa de madera y utilicé los potreros para sembrar comida y tener pocas vacas; mi meta es cuidar el bosque como sea”.
En esos años, Martha convocó a varias mujeres del corregimiento para que se unieran y trabajaran mancomunadamente por sus familias en proyectos relacionados con la conservación de los recursos naturales.
“Conformamos la Asociación de Familias Productivas del Capricho Guaviare (Asofaprocagua) y empezamos a tocar las puertas de varias entidades y organizaciones, pero la verdad nadie nos paró bolas. Nos dedicamos a cuidar nuestros bosques sin recibir nada a cambio”.
Las Caprichosas
Luego de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las FARC, varias entidades, organizaciones y fundaciones llegaron al Guaviare a ofrecerle proyectos ambientales a la comunidad.
“En las reuniones de la Junta de Acción Comunal, donde yo participaba como lideresa ambiental y representante de Asofaprocagua, las entidades empezaron a proponer proyectos de forestería comunitaria, algo que a mí me sonó a cultivar flores”.
En 2018, la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) socializó en El Capricho el trabajo que quería hacer con las familias campesinas: proyectos comunitarios de aprovechamiento sostenible a cambio de conservar el bosque en sus fincas.
La santandereana no quiso participar hasta que no se empapara bien del tema. “Las personas del Guaviare somos muy desconfiadas por los incumplimientos y abandono por parte del Estado. Por eso me tomé mi tiempo para pensar la propuesta de la FCDS”.
Al año siguiente, luego de ver que las personas que aceptaron participar en el programa de forestería comunitaria de la fundación estaban contentas, Martha venció sus dudas y decidió ser parte de la iniciativa.
“En 2019, luego de varias capacitaciones y talleres, la FCDS nos presentó las líneas en las que podíamos desarrollar nuestros proyectos comunitarios, como corredores productivos, enriquecimiento de bosque, viveros, sistemas agroforestales y algo llamado superalimentos”.
La fundación le informó a la comunidad que los proyectos podían ser individuales, agrupados o colectivos. “Seis mujeres de Asofaprocagua estábamos en la convocatoria y tomamos la decisión de participar juntas”.
Como la asociación tenía un lote en el caserío de El Capricho donde le daban forma a una granja, las mujeres formularon un proyecto asociativo para un vivero de árboles y arbustos de especies nativas del bosque amazónico.
“La asociación, conformada por 30 mujeres y siete hombres, aceptó. Como la mayoría somos del género femenino, nos conocen más como Las Caprichosas; el nombre de la asociación es demasiado enredado”.
Como tiene talento para la repostería y la panadería, Martha les propuso a sus cinco compañeras formular un proyecto colectivo de superalimentos, es decir hacer postres con los frutos amazónicos del bosque.
Repostería con sabor a bosque
La líder ambiental conocía muy bien la materia prima para el proyecto de superalimentos de la FCDS, es decir frutos del bosque amazónico como asaí, seje, borojó, arazá, copoazú y chontaduro.
“Tuve la oportunidad de trabajar en un inventario forestal de palmas en varias fincas de El Capricho, donde conocí y me enamoré de esos frutos deliciosos que la mayoría de campesinos de la zona no cosecha; muchos ni los han probado”.
Las seis “Caprichosas”, como son conocidas en el corregimiento, querían hacer tortas, helados, galletas y bebidas con los frutos del bosque. Pero primero debían conseguir el lugar para hacer la transformación y comercialización.
“Yo tenía un lote disponible en mi predio del caserío, un cuarto por donde entraban las motos. Invertí varios de mis ahorros para arreglar el lugar que albergaría la cocina y una zona para atender a la clientela”.
El Gobierno de Noruega, cooperante que financia el programa de forestería comunitaria de la FCDS, les daría a las Caprichosas varios de los insumos para que pudieran incluir los frutos del bosque en amasijos tradicionales de la repostería.
“Nos dieron un congelador grande y uno pequeño, licuadoras, una batidora, estantes, mesas, vajillas, vasos, pocillos, cuchillos y otros insumos. Nosotras gestionamos recursos por otras partes para comprar el horno y la estufa”.
Juan Pablo Mejía, en ese entonces profesional de la FCDS, se encargó de capacitarlas en todo el proceso de transformación. “Él fue nuestro ángel de la guarda, el único Caprichoso del grupo. El primer fruto que trabajamos fue el seje porque abunda en el corregimiento”.
“Caprichosas: delicias del bosque” fue el nombre escogido por las mujeres. “Además de un negocio, para mi es nuestro aporte a la naturaleza porque estamos aprovechando sosteniblemente el bosque sin necesidad de talarlo. Es vivir del bosque en pie”.
A cambio de toda la asesoría e insumos que reciben para mantener con vida el emprendimiento verde y campesino, estas mujeres se comprometieron a conservar y cuidar los bosques que tienen en sus fincas, la mayoría ubicadas en la vereda La Tortuga.
“Queremos ser un ejemplo a seguir para otras personas de la región, en especial mujeres, niños y jóvenes. Les estamos demostrando que el bosque nos puede generar ingresos estando en pie”.
Cruzando fronteras
En septiembre de 2022, las “Caprichosas: delicias del bosque” abrió sus puertas al público. Desde esa fecha, sus galletas, tortas y helados con frutos amazónicos cogieron fama en el corregimiento.
“Muchos de los campesinos pensaban que el seje, por ejemplo, era una pepa de una palma que no servía para nada. Cuando la probaron en las chichas o galletas quedaron sorprendidos; lo mismo pasa con el borojó, una fruta que pocos comen”.
Cada vez que la FCDS tiene eventos o talleres en Guaviare, “Las Caprichosas” se encargan de los refrigerios. “Eso nos permitió mostrarnos en sitios distintos a El Capricho. Otras entidades ambientales también nos llaman para que les preparemos galletas o tortas”.
Las ferias locales que se realizan en el casco urbano de San José del Guaviare ahora siempre cuentan con la participación de este grupo de mujeres. “Es una gran ventana porque ya hemos llegado al paladar de los turistas nacionales e internacionales”.
Además del negocio en el casco urbano y el vivero amazónico, Las Caprichosas de Asofaprocagua también formularon un proyecto de meliponicultura con la FCDS, es decir la cría de abejas nativas sin aguijón.
“La fundación nos enseñó a encontrar las colmenas en el bosque y llevarlas a nuestra granja para sacar el pie de cría. La CDA, autoridad ambiental del Guaviare, ya nos otorgó la licencia ambiental en fase experimental para criarlas”.
Martha, una mujer con el corazón y alma clavadas en el Guaviare y quien no ha perdido su acento santandereano, ha contado su experiencia con el bosque amazónico en eventos ambientales internacionales en Perú y Brasil.
“Me siento muy contenta por todas las puertas que se nos están abriendo. Cada día estoy más convencida que vivir del bosque sí es posible, pero para llegar a eso aun hace falta mucho camino por recorrer y una mayor participación del Estado”.
Forestería comunitaria en la COP16
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP) es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad (CDB) Biológica de las Naciones Unidas.
Este año, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, la ciudad de Cali será el escenario de la COP16, un encuentro donde se realizará la primera evaluación de las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal.
A través de programas como el de forestería comunitaria, el cual busca promover el uso sostenible de la biodiversidad, Colombia avanza en el cumplimiento de varias metas del plan de acción nacional de biodiversidad de dicho Marco.
- Meta 2: garantizar que para 2030 al menos un 30 % de las zonas de ecosistemas terrestres degradados estén siendo objeto de una restauración efectiva.
- Meta 9: proporcionar beneficios sociales, económicos y ambientales a las personas que más dependen de la biodiversidad mediante actividades, productos y servicios sostenibles basados en la biodiversidad.
- Meta 10: garantizar que las superficies dedicadas a la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura se gestionen de manera sostenible a través de la utilización sostenible de la diversidad biológica.
- Meta 11: restaurar, mantener y mejorar las contribuciones de la naturaleza a las personas mediante soluciones basadas en la naturaleza o enfoques basados en los ecosistemas.
- Meta 16: garantizar que se aliente y apoye a las personas para que elijan opciones de consumo sostenible.
- Meta 22: garantizar la participación y representación plena, equitativa, inclusiva, efectiva y con perspectiva de género de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la toma de decisiones.
- Meta 23: garantizar la igualdad de género en la implementación del Marco mediante un enfoque con perspectiva de género en el cual todas las mujeres y las niñas tengan igualdad de oportunidades y capacidad para contribuir a los tres objetivos del Convenio.