- Aníbal Martínez, un boyacense experto en trabajar la tierra, asegura que el bosque de su finca, llamada El Refugio, está encantado.
- Según este habitante del municipio de Calamar (Guaviare), un duende evita que los cazadores y taladores ingresen a sus más de 100 hectáreas verdes.
- En el predio, ubicado en la vereda El Rebalse, este campesino trabaja en proyectos ambientales como sistemas agroforestales y corredores verdes.
- Nueva entrega de #CrónicasDelBosque de la FCDS en el año de la #COP16Colombia, historias de las personas que lideran proyectos de forestería comunitaria.
La entrada de El Refugio confunde a los visitantes. Un establo, un amplio potrero donde pastan decenas de vacas blancas y el olor penetrante de la boñiga, hacen pensar que la ganadería manda la parada en esta finca del Guaviare.
Una mancha verde y densa que se divisa en el horizonte del predio, más de 200 hectáreas ubicadas en la vereda El Rebalse del municipio de Calamar, tumba dicha hipótesis. Todo indica que una gran tajada de bosque amazónico ha sobrevivido al accionar de la motosierra.
Aníbal Martínez asegura que la mitad del terreno es un tesoro selvático, un área con varios nacimientos de agua donde habitan cientos de animales silvestres como la danta, el mono churuco, el oso palmero e incluso el enigmático jaguar.
“Cuando compré la finca decidí conservar más de 100 hectáreas de bosque porque esos hermosos árboles son los que cuidan el agua. Siempre he creído que el verdadero valor de una tierra está en tener el líquido vital”.
Este campesino nacido en el Valle de Tenza, región compartida entre los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, llegó al Guaviare durante los primeros años de la década de los 80 atraído por la bonanza de la coca.
Varios de sus amigos en Boyacá, adolescentes campesinos que estaban cansados de trabajar la tierra y no ver las ganancias, interrumpieron sus estudios y encontraron una mejor suerte en los terrenos húmedos y selváticos de este departamento amazónico.
“Recuerdo que uno de ellos estuvo como tres meses recorriendo la Amazonia y al poco tiempo ganó mucho dinero como raspachín, es decir tumbando monte para meter coca, y sembrando maíz. Yo quise repetir esa historia”.
Cuando llegó a la inspección de La Unilla, Aníbal, un campesino con una sonrisa contagiosa que no nunca desaparece de su rostro, se enamoró del verde de la selva. Las no más de 10 casas que había en la zona estaban rodeadas por un bosque popocho.
“Ahí tomé una decisión: cuando tuviera la plata suficiente para comprar un predio, iba a conservar muchas hectáreas de bosque. Aunque soy campesino, no me gusta ver la tierra árida y sin naturaleza”.
Ayuda mística
Para cumplir su sueño, Aníbal trabajó como raspachín en varias veredas de Calamar. Afirma que no extrañaba tanto su vida en las tierras prósperas del Valle de Tenza porque el Guaviare estaba lleno de coterráneos.
“Había mucha gente de Boyacá, la mayoría campesinos de las minas de carbón y esmeraldas. Todos trabajamos con la coca, un negocio muy lucrativo pero en medio de una gran violencia; todos los días alguna persona amanecía muerta”.
Luego de varios años de arduo trabajo y de formalizar su relación con una boyacense que conoció de niño en el Valle de Tenza, Aníbal tenía el dinero suficiente para poder hacerse con un gran pedazo de tierra.
“El Refugio fue una finca cocalera. Muchos terrenos se vieron afectados por las fumigaciones, un veneno que perjudicó al suelo. Lo que más me gustó del predio fue ese enorme bosque amazónico lleno de agua”.
Aníbal, padre de ocho hijos, quiso destinar las áreas deforestadas y afectadas por las fumigaciones en la finca para los cultivos, pero las cosechas de maíz y yuca eran mínimas. La única opción fue meter ganado.
“Tuve que talar algunos árboles para hacer potreros, pero dejé intacto ese bosque con más de 100 hectáreas donde brota el agua. En El Refugio sobrevivimos arrendando zonas para que el ganado de otros campesinos paste”.
La primera vez que se adentró en lo más profundo de su bosque, el boyacense quedó totalmente desorientado en medio de árboles centenarios que le parecían iguales. Por más que caminaba, llegaba al mismo sitio.
“Esa vez me demoré casi un día en poder encontrar la salida. Hablé con unos indígenas de la zona y me dijeron que se trataba de un duende, un ser mitológico que hace perder a los intrusos para que no dañen el bosque”.
Varias personas han intentado ingresar al bosque encantado de Aníbal a cazar animales de monte. Todos quedan desorientados, perdidos y asustados por el poder mágico del duende, un ser que nadie ha podido ver.
“El que entre con malas intenciones al bosque, siempre se va a perder. El duende hace que todos los árboles luzcan igualitos y las personas dan vueltas en círculo sin encontrar una salida. Me toca hacer muchas cosas para no perderme”.
El duende no es el único que cuida el bosque. Según el boyacense, la cuca de monte (una especie de búho) y el pollo maligno emiten sonidos que confunden a las personas que quieren atentar contra la naturaleza.
“Esas aves emiten sonidos en medio de la selva que confunden a los oídos. El duende y estos animales son los que cuidan al bosque de El Refugio de las garras de los taladores y cazadores”.
Proyectos ambientales
Aníbal siempre ha querido enmendar el daño que le hizo a la naturaleza cuando tuvo que talar varios árboles de la finca para meter ganado. Sin embargo, reconoce que no tuvo otra opción pues debía hacer algo para sobrevivir.
“Desde el Acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC, varias organizaciones ambientales llegaron al Guaviare para trabajar proyectos ambientales con los campesinos. Pero no llegaron a mi vereda”.
Hace un poco más de un año, profesionales de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) visitaron su finca y le contaron de la forestería comunitaria, un programa financiado por el Gobierno de Noruega y Amazonia Mía.
“Me dijeron que podía escoger alguna de las líneas del programa. A mí me gustaron las de corredores productos y sistemas agroforestales, opciones que me permiten tener comida, cuidar el bosque y hasta beneficiar al ganado”.
El boyacense recibió alambre, postas y un panel solar para construir el corredor productivo, un terreno lineal con árboles maderables, frutales y cultivos de pancoger que se conecta con el bosque encantado.
“Además de tener comida, el corredor está recuperando una zona que se vio afectada por la coca y el ganado; mi selva se conecta con otros parches de bosque, es decir que es un línea para que la fauna transite”.
Aníbal está empezando su proyecto de sistemas agroforestales, varios árboles maderables y frutales que, en el futuro, le darán sombra al ganado. “Estoy convencido que la ganadería y la conservación de la naturaleza si pueden ir juntas”.
Este año, el campesino se sumó a un proyecto de monitoreo pasivo de la biodiversidad de la FCDS y el Instituto, el cual tiene como objetivo grabar los principales sonidos de la fauna en las zonas donde marchan las iniciativas de forestería comunitaria.
“Los profesionales instalaron grabadoras en tres zonas diferentes de la finca, como el bosque, potrero y corredor productivo. Nos dijeron que a mediados de este año van a presentar los resultados.
Aunque sus oídos reconocen varios de los animales que emiten esos sonidos mágicos en la selva, Aníbal quiere tener las evidencias técnicas. “Se que hay monos, nutrias, ardillas, tigres y muchas aves, pero desconozco la especie específica”.
Forestería comunitaria en la COP16
La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP) es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad (CDB) Biológica de las Naciones Unidas.
Este año, entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre, la ciudad de Cali será el escenario de la COP16, un encuentro donde se realizará la primera evaluación de las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal.
A través de programas como el de forestería comunitaria, el cual busca promover el uso sostenible de la biodiversidad, Colombia avanza en el cumplimiento de varias metas del plan de acción nacional de biodiversidad de dicho Marco.
- Meta 2: garantizar que para 2030 al menos un 30 % de las zonas de ecosistemas terrestres degradados estén siendo objeto de una restauración efectiva.
- Meta 9: proporcionar beneficios sociales, económicos y ambientales a las personas que más dependen de la biodiversidad mediante actividades, productos y servicios sostenibles basados en la biodiversidad.
- Meta 10: garantizar que las superficies dedicadas a la agricultura, acuicultura, pesca y silvicultura se gestionen de manera sostenible a través de la utilización sostenible de la diversidad biológica.
- Meta 11: restaurar, mantener y mejorar las contribuciones de la naturaleza a las personas mediante soluciones basadas en la naturaleza o enfoques basados en los ecosistemas.
- Meta 16: garantizar que se aliente y apoye a las personas para que elijan opciones de consumo sostenible.
- Meta 22: garantizar la participación y representación plena, equitativa, inclusiva, efectiva y con perspectiva de género de los pueblos indígenas y las comunidades locales en la toma de decisiones.
- Meta 23: garantizar la igualdad de género en la implementación del Marco mediante un enfoque con perspectiva de género en el cual todas las mujeres y las niñas tengan igualdad de oportunidades y capacidad para contribuir a los tres objetivos del Convenio.