Se llevó a cabo la reunión “Camino a la Cumbre Amazónica” en Leticia, con éxito. Varias lecciones quedaron luego de las intensas jornadas vividas. Recordaba yo que un poco más de 20 años atrás, había asistido a una reunión similar, cuando estábamos en el periodo del “Río + 10”, donde pensábamos que sería un hito en un cambio de políticas hacia la Amazonia que permitiera mitigar su destrucción, así como la degradación de los territorios indígenas y los efectos del calentamiento global.
Sin embargo, en estos 20 años ha habido una explosión de numerosos procesos que han cambiado el escenario amazónico, unos para bien y muchos para mal. Veamos: lo primero que debo señalar es ver con tristeza cómo las economías extractivistas, sean legales o ilegales, siguen creciendo.
El precio del oro, por ejemplo, en la última década ha subido en un 100 por ciento, y la tendencia se mantiene, produciendo una presión enorme de enjambres mineros en toda la cuenca, arrasando los ríos, bosques, territorios indígenas y poblaciones.
De la crisis de los ladrones de cuello blanco en Wall Street a la fecha, el oro se ha convertido en refugio de grandes capitales que terminan llegando a Suiza, Holanda, Canadá, o Estados Unidos, entre otros. Esa demanda de oro, sin requisitos de origen, trazabilidad, lavado y maquillado, mantiene este infierno amazónico y otros lugares condenados a la maldición de los recursos naturales.
Desde la frontera con Venezuela, pasando por el Alto Río Negro brasilero, por el Amazonas colombiano, el Loreto-Ucayali y Madre de Dios peruano, hasta el Pando y Santa Cruz boliviano, llega el impacto de esta minería arrasadora, conformada por cientos de dragas y dragones, que, a su paso, dejan ríos envenenados, poblaciones violentadas, enfermedades dispersadas y grupos armados asentados.
Sí, armados, porque cada zona está siendo llenada con grupos que dominan el territorio, exigen impuestos y combinan otros negocios. Grupos armados legales e ilegales porque el negocio da para todos.
Y para el caso colombiano, además incluye la expansión de grupos armados que ejercen poder y tributación más allá de nuestras fronteras, así como sometimiento de poblaciones. Un enorme reto este componente internacional de la política de paz, en los países que rodean nuestras fronteras.
La coca tiene hoy una enorme distribución por cuanto río, poblado, varadero hay en estas selvas. Un consumo rampante y creciente sigue generando condiciones para que los cultivos se desplacen más y más a sus zonas de comercio.
La coca se desplaza hacia el oriente y con ello, la entrada de cultivos en Perú principalmente, así como Bolivia y Ecuador en procesamiento, Venezuela con tránsito al igual que las Guayanas y Surinam. Brasil no solo es testigo de los corredores, sino de un consumo cada vez mayor, que pone al Comando Vermelho y al Primer Comando Capital a disputar las rentas del negocio en Leticia y Estrecho.
Armas que llegan y siguen alimentando nuestro conflicto con las adicciones de la cultura del siglo XXI en la carrera del crecimiento permanente.
Pero no todos los males vienen de estas adicciones. Carreteras en la mitad de la selva se proyectan desde Iquitos, para conectarse con la mitad del río Putumayo. Títulos mineros aparecen en áreas de enorme sensibilidad, anunciando lo que viene con los metales de la transición energética.
El aumento de bloques de exploración anuncia una intensificación de la actividad en la cuenca, a pesar del planteamiento del Gobierno colombiano; ojalá, una frontera de ampliación minero-energética pudiese ser un punto medio entre estas tensiones. Enormes cantidades de tierra se van incorporando a la frontera agropecuaria, ya sea con la soya en Bolivia (que gran parte es comprada en Colombia para producir alimentos concentrados para animales), ganaderías en Acre y Guaviare, palma en Sucumbíos y Ucayali.
Los mercados mundiales demandan tierras, materias primas y alimentos, y las tierras baratas y de leyes blandas en la Amazonia las proveen. Es decir, por mercados legales o ilegales, la presión está a tope.
Pero, en medio de este caos, aparecen las comunidades dando la lucha por hacer el cambio. Se vieron organizaciones de varios países, mostrando cómo sus territorios han sido demarcados, cómo han generado economías lícitas bajo el concepto de buen vivir, cómo han fortalecido sus autoridades tradicionales y preparado jóvenes en ese camino. Hay experiencias de trabajo articulado con el Estado, fortaleciendo sus derechos a partir de la participación política.
La idea de las conectividades entre diferentes territorios y formas de conservación es cada vez más fuerte y gran cantidad de redes de trabajo funcionan hoy en día en la conexión de los Andes y la Amazonia tras la huella de los ríos voladores. La cooperación internacional atenta a las señales desde OTCA, con retos que sobrepasan sus capacidades y funciones. ¿Hora de transformarla?
Sin embargo, la ausencia visible es el esfuerzo articulado entre gobiernos. Esa necesidad se vio palpable en el encuentro, y creo que hay buena sintonía para abordarlo de manera sistemática.
Desde las instancias de relación binacional, fronterizas, desde el apoyo de organismos multilaterales o con las diferentes expresiones de la cooperación gubernamental y no gubernamental hay oportunidades para plantear un trabajo articulado, sistémico, entre gobiernos, pueblos indígenas y comunidades locales, sociedad civil organizada, sector privado, universidades que respondan a los retos y oportunidades urgentes evidenciadas.
Empoderamiento social en el ejercicio de los gobiernos territoriales; economía forestal predominante complementada con tributos nacionales del carbono y otros más; investigación en usos de la biodiversidad; monitoreo satelital conjunto, sistemas de inteligencia articulada para abordar la criminalidad transnacional son algunos ejes inaplazables.
La presencia de los presidentes Lula y Petro, con sus respectivas comitivas, cuerpo diplomático de los países cooperantes en la región, y numerosas organizaciones multilaterales, demuestran la importancia del tema en la agenda mundial y regional de hoy.
Quedó claro que, ante el panorama enfrentado y una enorme expectativa en las comunidades locales, organizaciones de diferentes países y muchos actores más, no es posible dilatar más las acciones planteadas en numerosas mesas durante estos días. De las palabras a la acción es la premisa.
La lentitud de los Estados y el acumulado de tantos años de abandono en la periferia, no puede ser más disculpa para abordar la urgencia de las acciones que se requieren. La democracia regional está en peligro.