Josué Lombana llegó al Bajo Caguán hace 42 años con el propósito de que su hermano regresara a Garzón, municipio del Huila donde nacieron. Pero la selva, el majestuoso río carmelito y los animales misteriosos lo enamoraron y decidió echar raíces. Ahora trabaja en un proyecto para vivir del bosque.
Aunque su gran pasión es la agricultura, una actividad que heredó de sus abuelos y padres en el departamento del Huila, Josué Lombana Lugo habla en versos y prosas que tienen como protagonista a la naturaleza.
Todas las mañanas, cuando abre sus ojos en una casa de madera que tiene hace más de dos décadas en El Guamo, una de las 16 veredas del núcleo 1 del Bajo Caguán, hace una oración que más parece una poesía.
“Le doy gracias al señor por este hermoso planeta que nos alumbra el sol y bañado por el agua de la lluvia. Pido porque la gente no contamine la tierra ni envenene los ríos; la naturaleza es el mejor regalo que le dejaremos a nuestros hijos y nietos”.
Josué nació hace 63 años en el municipio de Garzón y se define como un campesino huilense y santandereano. “Mi mamá nació en Huila y mi papá en Santander. Ambos eran campesinos expertos en hacer florecer la tierra”.
Sus padres y abuelos le heredaron ese talento y amor por la tierra. En Garzón vivía con sus siete hermanos en una finca pequeña donde cultivaban mucho cacao y café y criaban unas cuantas vacas. “Prefería estar entre los cultivos que ir a la escuela”.
Cuando su papá abandonó el núcleo familiar, la mayoría de sus hermanos cogieron otros rumbos para tener mejores recursos económicos y así ayudar a su mamá con el mantenimiento de la granja en Garzón.
“Édgar, uno de mis hermanos, se fue al Bajo Caguán en Caquetá atraído por el negocio de la coca. Yo tenía como 21 años en esa época y mi abuelo me mandó a esa zona selvática para que lo convenciera de regresar a casa”.
La misión que le encomendó su abuelo consistía en que su hermano regresara al Huila o que dejara de trabajar como raspachín. “También me dijo: cuidadito se va a poner a trabajar en esos cultivos; si le da por quedarse, haga algo legal”.
Las palabras del joven campesino tuvieron efecto en su hermano mayor: dejó la coca y montó una panadería en la vereda El Guamo. “Esa actividad la aprendimos de mi mamá, que hacía panes deliciosos. Mi hermano ganaba 100.000 pesos cada ocho días con la panadería”.
Josué llegó al Bajo Caguán con su esposa, con quien se había casado en Garzón y tenía tres hijos. “Cuando ella me dejó decidí regresar a Garzón para olvidar un poco las penas. Aunque ya es pasado, hay cosas que toca recordarlas sin dolor”.
Atraído por la selva
En las tierras huilenses se puso a trabajar en lo que mejor sabía hacer: sembrar cacao, un cultivo que desde niño lo enamoró. Pero algo en su interior le decía que regresara al Caguán para cumplir su mayor sueño.
“Quería vivir al pie de la selva, viendo correr un río y escuchando el sonido de las aves. Ese sueño lo podía hacer realidad en esas tierras olvidadas del Caquetá, así que regresé con 10.000 pepas de cacao”.
Su hermano lo recibió en la finca que tenía en El Guamo, pero ahora tenía otros predios dedicados a la ganadería. “Al poco tiempo su esposa se enfermó y Édgar vendió unos terrenos que tenía en Garzón y se fue a vivir a la vereda Remolinos, también en el Caguán”.
Josué se quedó en el terruño de su hermano en El Guamo y poco a poco se lo fue pagando. “Me puse a sembrar cacao y me enamoré perdidamente del paisaje: selva, el agua carmelita del río Caguán y los animales misteriosos como el tigre (jaguar)”
Se unió con tres hermanos que también se radicaron en la zona para cultivar cacao. “Pero el negocio familiar no se dio muy bien. El menor se fue del sitio y el otro no quiso seguir, así que les compré sus tierras para seguir con el cacao”.
Como este cultivo no le dejaba las ganancias suficientes para sobrevivir, Josué le pidió asesoría a su hermano Édgar para tener algo de ganado en su finca. “Él se convirtió en ganadero, algo que decimos con orgullo. Tiene más de 35 vacas, tres toros de buena calidad y saca 10 arrobas de queso a la semana”.
Destinó una pequeña área de su finca para criar unas cuantas vacas. Sin embargo, dejó la mayoría del bosque en pie, sitios donde cultivaba el cacao. “Estoy profundamente enamorado de los palos de cacao, la selva, el aire puro, el río y las cosas bonitas del Caguán”.
Nuevas opciones
En 2021, la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS) llegó al núcleo 1 del Bajo Caguán para trabajar con los campesinos de las 16 veredas en un proyecto de forestería comunitaria.
Josué no alcanzó a participar en la primera convocatoria del proyecto, en la cual se concretaron 80 iniciativas comunitarias sobre enriquecimiento del bosque, transformación y comercialización de productos no maderables, sistemas agroforestales y corredores productivos.
“No lo hice por falta de tiempo, pero sabía que era una buena propuesta porque yo ya había participado en otro proyecto de forestería con el Instituto Sinchi en mi finca que me dio algunos insumos para cultivar en medio del bosque”.
Cuando la FCDS abrió la segunda convocatoria, a mediados de 2022, Josué no lo pensó dos veces para participar. “Los vecinos que participaron me dijeron que el proyecto era muy bueno porque tenían el apoyo constante de sus profesionales y trabajadores en campo”.
El huilense creó su propio proyecto de sistemas agroforestales, el cual consiste en sembrar productos comestibles, como el cacao, y tener unas pocas vacas en medio de las zonas boscosas de su finca.
“Lo nombré proyecto del futuro porque en el futuro voy a contar con árboles maderables que me van a representar ingresos económicos, además de productos de pancoger para el diario. Este proyecto de la FCDS nos va a beneficiar a los campesinos que no tenemos una renta estable”.
El eterno enamorado de la selva se siente muy contento cuando las asociaciones, fundaciones o entidades llegan al Bajo Caguán a trabajar con los campesinos. “Nosotros queremos hacer las cosas bien y eso es lo que está haciendo la FCDS. Sus profesionales son personas muy sencillas que no nos gritan ni regañan”.
Con la fundación, Josué va a trabajar en consolidar un bosque de palmas que dan frutos para hacer otros insumos, como concentrados para animales. “Estoy enamorado de la palma canangucha, una especie que tumbamos mucho. Ahora sabemos que tiene un gran valor económico y ya tenemos una planta montada por el Sinchi para procesar sus frutos”.
Raíces en el Caguán
Josué vive solo en la casa de madera que tiene en la vereda El Guamo. Sus tres hijos, quienes viven en ciudades del extranjero y del país, se comunican constantemente con él, cuando hay señal y luz en la zona.
“No me gusta que me mantengan. Mientras pueda moverme, voy a seguir trabajando la tierra y cuidando los bosques y trabajar; les digo a mis hijos que no me vuelvan limosnero antes de tiempo”.
Asegura que tiene un buen físico, una condición que atribuye a su trabajo en el campo y sus años como deportista en Garzón. “Fui deportista competitivo durante ocho años en Huila. Hace unos años hicimos una competencia en la vereda y quedé de segundo”.
Sin embargo, ha llegado a acuerdos con sus hijos para tener dinero extra. “Por ejemplo, a la mayor le vendí un ternero y ella le gira 300.000 pesos mensuales a un hermano que vive en el casco urbano de Cartagena del Chairá; él compra mercado y me lo manda por lancha hasta Remolinos, donde mi otro hermano lo recibe y me lo envía en lancha hasta El Guamo”.
Lo que más le alimenta el alma y corazón es despertar en medio del bosque, escuchar el canto de las aves y el sonido del río Caguán y observar las cosas hermosas que solo se ven en la selva. “Ahora estoy más contento porque cuido el planeta y voy a ganar recursos por eso”.
Este campesino quiere pasar sus últimos años en el Bajo Caguán. “Acá estoy envejeciendo y quiero que mi espíritu se quede en el Caguán. Siempre le digo a nuestro hermoso padre, Dios, que le responderé por este hermoso y maravilloso planeta que nos dio como hogar”.